Quizás sea éste uno
de los temas más difíciles que he abordado desde que inicié la sección en abril
de 2008, hace ya más de diez años. Pero yo mismo estaba pendiente de responderme
a la siguiente pregunta: la mortalidad de fauna causada por el ser humano ¿es compensatoria
o aditiva con respecto a las causas naturales? Es decir, ¿matamos lo que ya iba
a morir de todas formas o se añade a la mortalidad natural? Y, sobre todo, ¿es este
asunto importante para la conservación de especies y poblaciones?
En
los episodios catastróficos de mortalidad, como el vertido del Prestige en noviembre de 2002, nos
sobrecogemos ante la avalancha de aves marinas petroleadas. La sociedad se
siente dañada y miles de voluntarios arriman el hombro para limpiar las costas y
rescatar a las aves aún vivas. Un acto, sin duda, noble y altruista que nos
honra como especie. Pero ¿es también efectivo? Las poblaciones de aves marinas,
¿pueden irse al garete por el vertido de un petrolero? La respuesta es compleja
y tenemos que recurrir al odioso “depende”.
Si
el vertido afecta a las poblaciones reproductoras de esas aves marinas es
probable que sus efectos sean muy graves. Dañará a los adultos residentes.
Muchos de ellos pueden ser individuos con un gran valor reproductivo, calculado
por el número de descendientes (hembras) que nacerían en el futuro a partir de
una hembra actual. Además sabemos que en las poblaciones animales, aunque sean
numerosas, sólo unos pocos individuos monopolizan la reproducción o tienen la suficiente
condición física para dejar descendientes que sobrevivan y lleguen a
reproducirse. Si esos pocos adultos mueren, el impacto sobre la población será
elevado.
También
hay que tener en cuenta el sistema de emparejamiento y si la mortalidad adulta
es equiparable en ambos sexos. Por ejemplo, en caso de poliginia, cuando los
machos fecundan a varias hembras, lo importante es la mortalidad femenina,
porque basta con que queden unos cuantos machos para que la población remonte.
Con esta idea en mente, sexamos hace años a los cormoranes moñudos conservados
en los congeladores de los centros de recuperación de fauna de Galicia (1).
Queríamos saber si un vertido de fuel podía ser un agente selectivo de mortalidad
o si mata al tuntún. Lo que encontramos es que el vertido del Prestige fue un matarife selectivo. Aunque
mató por igual a adultos e inmaduros, se
cebó en las hembras adultas. La explicación de un hecho tan sorprendente está
en las fechas del siniestro. En noviembre, los machos pasan más tiempo que las
hembras en tierra firme para defender los lugares de cría, mientras las hembras
se alimentan en el mar. Por tanto, el vertido del Prestige afectó sobre todo a las hembras y eso complicó la recuperación
de las colonias locales, ya muy maltrechas por la escasez de su principal presa,
los lanzones, en unos fondos arenosos cubiertos de fuel.
Las
nutrias europeas (Lutra lutra)
carecen de depredadores y, si no les falta comida, sus poblaciones podrían soportar mayor impacto humano sin venirse abajo que otras especies de nutria que sí
cuentan con depredadores (Foto del autor).
Cruda realidad
Ahora
bien, si analizamos el caso de alcas, araos y frailecillos, aves marinas no
residentes, los resultados cambian drásticamente. Los inmaduros fueron los más
afectados, ya que son los que nos llegan como invernantes desde las colonias
del norte de Europa. El valor reproductivo de estos inmaduros es mucho menor
que el de los cormoranes adultos residentes. Podría decirse que muchos de ellos
son demográficamente redundantes o prescindibles. Vienen a ser una especie de
seguro de vida para las poblaciones ante la pérdida de adultos reproductores.
Las tasas de crecimiento de las colonias norteñas afectadas por la pérdida de
miles de invernantes apenas se vieron alteradas. Gran parte de aquellas aves
habrían muerto de forma natural, no tendrían acceso a la reproducción o sus
crías no llegarían nunca a reproducirse. Da pena reconocerlo, pero así de dura
es la realidad en colonias de aves sociales y longevas. De hecho, son colonias
que se ven afectadas por mortandades masivas naturales, por ejemplo cuando un
iceberg bloquea la entrada de una bahía y miles de pingüinos no pueden acceder
a sus fuentes de alimento. Son eventos que suceden muy rara vez, claro. Pero se
convertirían en un grave problema si su frecuencia aumentase o si nosotros
causáramos catástrofes más a menudo. A Darwin ya le resultó sorprendente que fueran
precisamente las aves marinas quienes forman las poblaciones más numerosas de
aves cuando su esfuerzo reproductor por temporada suele ser bajo. La clave está
en que la mortalidad también suele ser baja, o la supervivencia anual alta,
según se mire.
La
regulación de tales poblaciones ocurre de forma puntual en el tiempo, cuando sobreviene
una de esas catástrofes locales que afectan a los adultos residentes de mayor
valor reproductivo. Así pues, un vertido de crudo puede ser compensatorio o
aditivo según dónde ocurra y la especie implicada. No hay una respuesta
sencilla y universal. A veces un pequeño daño selectivo que afecte a elementos
clave de las poblaciones puede ser muy perjudicial y, viceversa, una
perturbación grande que no implique a esos individuos singulares puede no tener
grandes repercusiones.
Conviene
aclarar que no manejo conceptos éticos, ni considero el valor intrínseco de
cada individuo en una población sino de la moneda que se emplea en la
preservación de especies que es el destino de toda la población en bloque.
Caza de aves acuáticas
Es
probable que algo parecido pueda decirse sobre la caza de patos. Para alguien
que se ha criado en la Albufera de Valencia saber qué impacto puede tener la
caza es una duda constante. Hay heterogeneidad dentro de las poblaciones de
patos. Unos individuos son de buena calidad y otros no tanto. Si los que llegan
a los vedados y son cazados son los de baja calidad, la caza podría tener un
carácter compensatorio. Pero si se cazan los patos de mayor valor reproductivo,
entonces tendría un carácter aditivo.
Para
saber si la caza es selectiva o mata al azar habría que entrar en los vedados y
determinar la edad y el sexo de las aves cazadas. Eso sí, dada la situación de
la Albufera en las últimas décadas, es innegable que son más los patos
beneficiados por la disponibilidad de hábitat y comida durante su invernada en
el sur, que aquellos perjudicados por la caza. A mí no me gusta la estética de
la caza de patos, aunque pueda disfrutar de un arroz con focha, y no soy
sospechoso de defenderla por simpatía. Pero si nos atenemos a la cruda realidad,
la caza de acuáticas permite mantener a la mayor parte de los patos invernantes
en Valencia. Saber si el reciente declive de algunas especies en sus zonas de
invernada se debe a los excesos de la caza o a otras razones más globales, como
la renuncia a migrar del norte al sur debido al calentamiento global, es un
tema que requiere estudio (2). Pero sospecho que la respuesta no será sencilla
ni universal y que variará según la zona y la especie en cuestión.
Nutrias y atropellos
Muchas
nutrias mueren atropelladas en las carreteras, hasta tal punto que se ha
convertido en su principal factor de mortalidad no natural. Atrás quedaron los
tiempos en que eran perseguidas por sus pieles o se veían afectadas por la
contaminación del agua. Tratar de paliar esta mortalidad es muy loable y a mí,
por ejemplo, no me gusta nada que atropellen a “nuestras” nutrias allí donde
las estudiamos. Pero habría que ver cuán relevante es que mueran de esa manera
a escala de poblaciones.
En
el mundo hay trece especies de nutrias y muchas de ellas tienen enemigos
directos, es decir, no son depredadores apicales. Por ahora, las nutrias
euroasiáticas carecen de depredadores, ya que la gran fauna que podía
comérselas desapareció a finales del Pleistoceno. En otras palabras, una
especie regulada, al menos parcialmente, de arriba abajo, pasó a depender
únicamente de la disponibilidad de alimento, es decir a un control de abajo arriba.
Por tanto, los atropellos podrían equivaler a uno de esos depredadores (no
selectivos) perdidos. No creo que llegue a tener un efecto comparable al de la
persecución humana del pasado. Los atropellos podrían hacer que una zona
concreta se convierta en un sumidero de nutrias errabundas, pero no acabarán
con la expansión generalizada de la especie desde que los ríos están en mejor
estado y no las cazamos. Pero, consideraciones biológicas al margen, tratar de
evitar esos atropellos es un signo de civismo y una oportunidad educativa a
explotar.
El
tema es inagotable. Podríamos preguntarnos si es compensatoria o aditiva la
mortalidad por contaminantes, si es más importante en poblaciones en
crecimiento o estables e incluso si es defendible la labor de los centros de
recuperación de fauna que rescatan pollos condenados a morir de manera natural
(aspectos éticos, educativos, políticos y sociales aparte) (3). Mi predicción
seguirá siendo la misma: cada caso será un mundo y cada respuesta requiere estudio.
Además, seguro que esa respuesta no será sencilla y que variará según la especie
y el lugar. La heterogeneidad, ya sea de especies, estrategias o respuestas, es
la regla de la biosfera, por mucho que nos duela admitirlo.
Bibliografía
(1) Martínez-Abraín, A. y otros autores (2006).
Sex-specific mortality of European shags after the Prestige oil spill: demographic
implications for the recovery of colonies. Marine
Ecology Progress Series, 318: 271-276.
(2) Martínez-Abraín, A. y otros autores (2016).
Differential waterbird population dynamics after
long-term protection: the influence of diet and habitat type. Ardeola, 63: 79-101.
(3) Estes, J.A. y Tinker, M.T. 2018. Rehabilitating sea otters: feeling good versus being
effective. Páginas
128-134 en Kareiva et al. (Eds):
“Effective conservation science: data not dogma”, Oxford University Press, New
York.
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