No somos los
únicos habitantes de la biosfera con tendencia al aburguesamiento. El proceso
global de urbanización del planeta está llevando a que haya cada vez más
habitantes no humanos en las ciudades. De ahí que debamos preguntarnos por los
efectos de la vida urbana, ya sean positivos o negativos, sobre la fauna.
Para
los animales silvestres, los principales atractivos de una ciudad son la
escasez de depredadores y la abundancia de alimento. También ayuda el hecho de
que sean islas de calor en los meses fríos, como bien saben las lavanderas
blancas que eligen los centros urbanos para instalar sus dormideros comunales.
Es lógico pensar que estas condiciones aumenten las probabilidades de
supervivencia de diversas especies. Por ejemplo, los petirrojos de los parques
de Bélgica han dejado de migrar.
A
veces, la cantidad de alimento que ofrece una ciudad puede llegar a ser
descomunal. Hay zonas de Sheffield, en Inglaterra, con una densidad de diez
comederos por hectárea. Dicho de otra manera: un comedero por cada nueve
pájaros que pueden usarlo. En todo el Reino Unido se estima que hay unos doce
millones de casas que ofrecen alimento a las aves (1). Los beneficios no sólo se
reflejan en términos de supervivencia, sino también en un incremento del éxito
reproductor. El número de cajas anidaderas instaladas en ese país de amantes de
las aves se cifra en unos 4’7 millones. Una ayuda nada desdeñable cuando
escasean los árboles viejos y llenos de orificios con huecos para criar.
![]() |
El aporte antrópico de
alimento a la fauna puede tener derivadas insospechadas (foto: Albaláfoto).
Ventajas e
inconvenientes
Pero
no todo son ventajas. Las avecillas urbanas, sometidas a otras presiones
selectivas, ya no temen al ser humano. Es lo que en inglés se denomina conducta
bold (2). El paquete genético de la
conducta bold no sólo incluye perder
el miedo a las personas, sino también una mayor capacidad de exploración y una
mayor agresividad. Por lo tanto, aunque las fuentes artificiales de comida
incrementen la fecundidad, también favorecen la mortalidad por conflictos territoriales.
En
jerga ecológica, la dinámica de poblaciones de los pajarillos urbanos está
mucho más cerca de la Estrategia r que de la Estrategia K. Es decir, basan su
éxito en producir una alta descendencia, no en una larga vida de los
progenitores. De manera que la conducta bold,
como potenciadora de la fecundidad, se mantiene en la población con el paso del
tiempo, a pesar de cobrarse un precio en términos de supervivencia.
El
papel que pueda jugar la reducción de flujo genético en la adaptación de las pequeñas y aisladas
poblaciones urbanas de pajarillos no puede descartarse de antemano. Pero probablemente
l mecanismo más frecuente que genera cambios en el fenotipo, incluida la
conducta, esté más ligado a la actividad de los genes saltarines en el marco de
un nuevo medio. A juzgar por la rapidez con la que se reflejan los cambios, las
nuevas presiones ambientales que impone la ciudad tienen bases tanto genéticas como
epigenéticas.
El medio urbano
como trampa ecológica
Aunque
las ciudades parezcan con frecuencia un buen destino (3), a veces engañan. Pueden
convertirse en un “sumidero atractivo”, una trampa ecológica con graves consecuencias
negativas para la persistencia a largo plazo de las poblaciones implicadas. Un
caso típico es el de las efímeras, gráciles insectos alados que ponen sus
huevos en el asfalto porque refleja horizontalmente luz polarizada, al igual
que la superficie de un estanque. Un efecto trampa que ya cumplían en su día,
de forma natural, los pozos de brea, pero que ahora es mucho más frecuente en
carreteras asfaltadas que pasan cerca de ríos y lagos (4).
Los
psicólogos han descrito como “efecto halo” nuestra inclinación a considerar
fiable a una persona si de entrada nos causa buena impresión. Por ejemplo, las
personas físicamente atractivas suelen ser juzgadas como buenas. Pero en el
terreno de la biología hay otros efectos halo. Los córvidos suelen estar bien
representados en la fauna urbana, al igual que algunas rapaces, y juntos crean un
halo alrededor de las ciudades cuando depredan sobre los nidos de otras aves no
vinculadas al ambiente urbano. Una inesperada consecuencia: la fauna de las
ciudades, al igual que nosotros, explota su entorno rural. Como una laguna con respecto
a su cuenca hidrográfica.
Envejecer en la
ciudad
Otro
ejemplo habitual de los riesgos que la vida urbana depara a los pájaros es que
el ruido del tráfico les incita a modificar la frecuencia de sus cantos. Aunque
falta por demostrar que eso se traduzca en algún perjuicio para sus poblaciones,
ya sea a través del éxito reproductor o de su tasa de supervivencia. Sin
embargo, no solemos reparar en el peligro que conlleva introducir en la
naturaleza el peor de nuestros males: el envejecimiento generalizado.
Viejos
los ha habido siempre, pero poblaciones llenas de viejos no. Es lo propio de
una sociedad con baja tasa de mortalidad a edades tempranas. Si generalizamos la
instalación de comederos y los llenamos de comida enriquecida con vitaminas,
cabe esperar que aumente la supervivencia de las aves y la duración de sus
vidas. La selección natural ha empujado hacia el futuro los efectos negativos
del paso del tiempo todo cuanto le ha sido posible, de manera que la mayoría de
los animales silvestres mueren sin llegar a manifestar síntomas de
envejecimiento. Vivir ahí fuera es difícil y cualquier merma en las capacidades
físicas se salda inmediatamente con la muerte. Sin embargo, si las aves consiguen
alimento abundante y con poco esfuerzo es fácil que alcancen edades en las que
sí se manifiesta el envejecimiento. No sería de extrañar que en nuestros parques
y jardines vivieran carboneros y verderones con artrosis.
Este
envejecimiento inducido me parece la razón de mayor peso para oponerse al uso
masivo de comederos para aves urbanas. Exportar a la biosfera los males de nuestra
multitudinaria vejez no es plato de buen gusto. Si los amantes de las aves
fuesen conscientes de las implicaciones fisiológicas de sus bienintencionados
actos, quizá se lo pensarían dos veces antes de encargar el próximo recambio de
comida para el comedero de su jardín.
Futuros urbanos
En
cualquier caso, parece que las ventajas pesan más que los inconvenientes. Nuestras
ciudades cada vez acogen a más pájaros forestales que antes sólo veíamos en los
bosques y, en cambio, escasean los gorriones. No creo que ambos hechos guarden
necesariamente una relación directa de causa-efecto. Los gorriones vivieron tiempos
gloriosos en el pasado, cuando estaban favorecidos por el mundo rural. Ahora
que ese entorno ha venido a menos, y lo poco que queda se intensifica, los
gorriones siguen un camino paralelo. Una prueba de que los gorriones citadinos
no eran independientes del medio rural en el extrarradio. A medida que la urbanización
avance y las ciudades sean más limpias y sostenibles, la barrera que aún las separa
del mundo rural se hará más difusa y la fauna silvestre seguirá acercándose al
asfalto. Ya hay conejos que crían encantados en los espacios abiertos de los
parques urbanos, un medio que empieza a escasear en nuestros montes. Detrás
vendrán los linces, como de hecho pasa en las ciudades californianas con los
linces rojos (Lynx rufus) y los pumas
(Puma concolor), o en Bombay con los
leopardos (Panthera pardus). Habrá que
volver aprender a convivir con ellos en cercanía.
Bibliografía
(1) Shanahan, D.F. y otros autores (2014). The challenges of urban living. En Avian urban ecology, 3-20. D. Gil, y H.
Brumm (eds.). Oxford University Press. Oxford.
(2) Riyahi, S. y otros autores (2015).
Combined epigenetic and intraspecific variation of the DRD4 and SERT genes
influence novelty seeking behavior in great tit Parus major. Epigenetics,
10: 516-525.
(3) Leston, L.F.V. y Rodewwald,
A.D. (2006). Are urban forests ecological traps for understory birds? An
examination using Northern cardinals. Biological
Conservation, 131: 566-574.
(4) Kriska, G. y otros autores (1998).
Why do mayflies lay their eggs en masse
on dry asphalt roads? Water-imitating polarized light reflected from asphalt
attracts Ephemeroptera. Journal of Experimental Biology, 15: 2.273-2.286.
No hay comentarios:
Publicar un comentario