lunes, 26 de marzo de 2018

Tendiendo puentes


A menudo, las teorías científicas no sólo se adoptan como verdades absolutas, sino que pueden llegar a convertirse en dogmas, equiparables a un postulado religioso. Sin embargo, la historia nos enseña a ser humildes y a mantener la mente abierta: con el paso del tiempo, esas teorías sufren modificaciones o simplemente son sustituidas por otras. Pero no han sido inútiles. Avanzamos subiéndonos a hombros de gigantes y siempre hay algo que rescatar.

Siendo, como soy, inequívocamente darwinista, me satisface comprobar que cualquiera de los grandes personajes que propusieron teorías evolutivas antes que Darwin tenían algo de razón. Las ideas de Darwin no surgieron de la nada, sino que se inspiraron necesariamente en lo que otros habían pensado antes, aunque fuera para darle la vuelta al razonamiento. Por eso me parece una postura anticientífica que los defensores acérrimos de Darwin ridiculicen a sus antecesores. Es una lección que aprendí hace tiempo gracias al gran paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould (1941-2002).

También me parece pobre dejar de lado las hipótesis que tratan de explicar o matizar la evolución humana desde otra perspectiva algo distinta a la que hoy admite la ciencia. Aunque sean erróneas en su conjunto, es posible que pueda extraerse de ellas alguna utilidad. Quizá lo más justo sería decir que todas las explicaciones científicas tienen una cuota mayor o menor de verdad, en lugar de considerarlas rotundamente verdaderas o rotundamente falsas. En cualquier caso, no es un buen camino para avanzar hacia el entendimiento mutuo de visiones diferentes, lo cual debería ser una meta deseable por la humanidad y por la ciencia.

Mono narigudo (Nasalis larvatus) en las selvas de Borneo. Las selvas inundadas del Mioceno pudieron ser una presión selectiva para la evolución del bipedismo humano anterior al paso a la sabana. Foto internet. 

¿Un pasado acuático?

Por ejemplo, cuando leo acerca de la llamada “hipótesis del simio acuático” siempre pienso que algunas partes podrían ser incorporadas al paradigma vigente sin demasiados aspavientos. La AAH, así conocida por las siglas en inglés de Aquatic Ape Hypothesis, fue propuesta por el académico alemán Max Westenhofer en 1942 y reformulada por Alister Hardy en 1960. A mi entender, la hipótesis se equivoca al suponer que la fase acuática de nuestro linaje, anterior a la radiación de los Australopithecus, tuvo lugar en la costa africana, lejos de las selvas. Podría haber ocurrido que las florestas africanas de finales del Mioceno fuesen parecidas a las actuales selvas lluviosas de Borneo, donde habita el mono narigudo (Nasalis larvatus), una especie capaz de erguirse sobre sus patas traseras. En tales ambientes hay presiones selectivas que favorecen la postura bípeda, por ejemplo para vadear la selva cuando está inundada. Hace más de 4 millones de años, tal vez los precursores de Ardipithecus ramidus, nuestro ancestro forestal y bípedo de las selvas húmedas del Plioceno, habrían sido ya medio bípedos en el Mioceno, no sobre las ramas de los árboles, sino al atravesar el bosque con el agua por la cintura.

Esa influencia acuática del pasado también podría explicar nuestra facilidad para acumular grasa subcutánea, los famosos michelines. Es un rasgo extraño en los primates, pero habitual entre los mamíferos acuáticos o semiacuáticos de pelo corto, como focas, delfines, hipopótamos o tapires, que les ayuda a regular la temperatura corporal. Quizás esa característica fue cooptada (reciclada) más adelante en la sabana con fines distintos a los iniciales, como la acumulación de reservas para hacer frente a los periodos de escasez en un ambiente poco predecible. Es decir, una cosa no excluye a la otra.

Sin embargo, no creo que el enorme desarrollo del cerebro en nuestro linaje tenga nada que ver con esa posible vida semiacuática en las selvas lluviosas. Parece estar más bien ligado al consumo de carne y carroña en la sabana, así como con la reducción de los intestinos en consonancia con tal cambio de dieta.

Adaptados al agua

En cambio, sí parece convincente que esa vida medio acuática favoreciera la pérdida de pelo en todo el cuerpo. Salvo en la cabeza, donde de hecho crece de forma continua para satisfacción de los propietarios de peluquerías. Actualmente no tenemos una explicación para ese rasgo, aparte de la socorrida selección sexual, es decir, que entrara dentro de las preferencias de las hembras, aunque el pelo crece continuamente tanto en hombres como en mujeres. La opción de que las guedejas sirviesen como asidero para las crías en el agua me parece una presión selectiva de peso, sobre todo si se tienen las manos ocupadas en nadar y hay poco pelo al que asirse en el resto del cuerpo.

No es difícil imaginar un pasado acuático cuando comprobamos lo bien que nos defendemos al nadar y bucear. O lo naturales que parecen los partos acuáticos. Incluso nuestros propios bebés han conservado el reflejo de zambullida. Además, el vello de nuestro cuerpo ha adoptado una disposición hidrodinámica y también son sospechosos esos extraños pliegues de piel que tenemos entre los dedos. Parece que en el pasado el agua jugó un papel más importante en nuestras vidas diarias que en la actualidad.

Algo que, curiosamente, no compartimos con el linaje que desembocó en los bonobos y chimpancés. Dos especies, por cierto, que pudieron evolucionar por separado gracias a estar separadas por una gran barrera acuática: el río Congo.

Como bien sabemos, en realidad no hace falta un río tan grande. Basta con poner un foso con agua para que nuestros primos hermanos se circunscriban al espacio que tienen asignado en los zoológicos. Algo impensable para los humanos.

Posibles ancestros

El primate extinto cuyo estilo de vida quizá fuera más compatible con los hábitos acuáticos aquí imaginados sería Oreopithecus bambolii. Los restos de este hominoideo, que vivió en el Mioceno, hace unos 8 millones de años, han sido hallados en la Toscana italiana, Cerdeña y África oriental (1). Además de preferir hábitats pantanosos, mostraba ciertas adaptaciones para el bipedismo y tenía los colmillos reducidos, como Ardipithecus (2). Sin embargo, aunque Oreopithecus suele clasificarse dentro de la familia de los homínidos, se incluye en una rama que se desgajó de nuestro linaje antes de que lo hicieran los orangutanes. Por lo tanto, no parece que fuera el supuesto ancestro semiacuático que buscamos. Pero, ¿quién sabe cuántos fósiles de primates de aquel lejano periodo están esperando a ser descubiertos? O si su incierta posición taxonómica actual es correcta o no.
Sólo el tiempo nos dirá si la hipótesis del antepasado acuático llega a verse apoyada por las evidencias fósiles. De momento, sólo se basa en especulaciones a partir de nuestros rasgos fisiológicos y anatómicos. Tampoco sabemos tanto sobre los primates que vivían hace entre 8 y 6 millones de años como para descartar nada de manera categórica. Me parece una postura más saludable dejar la puerta entreabierta y que el tiempo juzgue.

El valor de la evidencia

No tengo ningún interés en defender la hipótesis del simio acuático. Tan negativa me parece la postura de sus detractores más furibundos como la de sus defensores acérrimos. Solamente me he servido de este ejemplo para demostrar que, cuando hablamos de ciencia, siempre es preferible dejar puertas y ventanas abiertas. En otras palabras, es sano dudar y alejarse de posturas dogmáticas o excluyentes. Como sostenía el propio Gould, conviene dejar que las evidencias manden y sacudirse los modelos mentales establecidos. A pesar de que, por desgracia, suele suceder lo contrario.

Un ejemplo no tan distante, pero sí reciente, es el del gran atleta Usain Bolt. Resulta que el velocista más rápido de la historia corre de manera asimétrica: una de sus piernas pisa con más fuerza en el suelo que la otra. En lugar de plantearse que la asimetría parece ser buena para correr deprisa (evidencia), los expertos en biodinámica especulan con que Bolt podría haber corrido incluso más rápido si alguien le hubiera enseñado a correr simétricamente (modelo mental pre-establecido).

Si siguiéramos aferrados a la idea clásica de que las formas circulares y esféricas son perfectas y por ello las más deseables, jamás habríamos descubierto que la órbita de los planetas alrededor del sol es una impura e indeseable elipse, o que la Tierra misma tiene poco de esférica, incluso sin retirar el agua de los océanos. En definitiva, dejemos que las evidencias hablen por sí mismas y, si van en contra de nuestros modelos, más vale atenderlas y no tratar de encajarlas con calzador en el paradigma vigente. Aunque, claro, aún es peor aún hacerlas desaparecer escondiéndolas debajo de la alfombra.

Bibliografía

(1) Rosas, A. (2016). La evolución del género Homo. CSIC y Libros de la Catarata. Madrid.
(2) Rosas, A. (2015). Los primeros homininos: paleontología humana. CSIC y Libros de la Catarata. Madrid.

3 comentarios:

  1. ¿Cuvier propuso una teoría evolutiva? Yo tenía entendido que Cuvier fue siempre antievolucionista y que por eso atacó sistemáticamente a Lamarck.

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  2. Copio de la Wikipedia:
    "Cuvier elaboró una historia de la Tierra fundamentada en el fijismo y el catastrofismo. (...) Desde la perspectiva del catastrofismo, la edad de la Tierra no necesitaba ser excesivamente prolongada. De ahí que Cuvier abogara por solo 6.000 años de antigüedad, lo que le enfrentó a Charles Lyell, cuyo gradualismo requería millones de años. Esta defensa de la constancia de las especies y su oposición al gradualismo enfrentaron a Cuvier con la corriente transformista iniciada por Buffon y desarrollada ampliamente por Lamarck."

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  3. Hola Rawandi. Gracias por leer el post y por enviarme tus comentarios. Ojalá pasara esto más a menudo. He modificado la frase que comentabas para hacer referencia de manera genérica a los diversos naturalistas (empezando desde la antigua Grecia) que antes de Darwin propusieron ideas evolucionistas. Georges Cuvier es considerado oficialmente "fijista" y por tanto no evolucionista. Sin embargo esa visión oficial me parece muy pobre y muy corta de vista y sobre todo hija del predominio oficial del gradualismo (en geología, biología o hasta en las ciencias sociales). Cuvier fue el abanderado del catastrofismo. El tiempo ha llevado a darle la razón al definir los periodos de grandes extinciones del registro fósil. Su enorme contribución a la evolución no ha sido tanto a explicar la microevolución (mecanismos de adaptación) como a dar sentido a la macro o la mega-evolución (evolución por encima de la categoría de especie). Por otro lado su desarrollo de la anatomía comparada fue vital con el tiempo para apoyar las tesis evolutivas. Él interpretó mal su propio trabajo pero sin querer sentó las bases para que otros se subieran a sus hombros de gigante y reinterpretaran los hallazgos de la anatomía comparada en clave evolutiva. Para mi el barón de Cuvier merece un reconocimiento bien grande en la historia del desarrollo de la teoría evolutiva.

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