A menudo, las
teorías científicas no sólo se adoptan como verdades absolutas, sino que pueden
llegar a convertirse en dogmas, equiparables a un postulado religioso. Sin
embargo, la historia nos enseña a ser humildes y a mantener la mente abierta:
con el paso del tiempo, esas teorías sufren modificaciones o simplemente son
sustituidas por otras. Pero no han sido inútiles. Avanzamos subiéndonos a
hombros de gigantes y siempre hay algo que rescatar.
Siendo,
como soy, inequívocamente darwinista, me satisface comprobar que cualquiera de los grandes personajes que propusieron teorías
evolutivas antes que Darwin tenían algo de razón. Las ideas de Darwin no
surgieron de la nada, sino que se inspiraron necesariamente en lo que otros habían
pensado antes, aunque fuera para darle la vuelta al razonamiento. Por eso me
parece una postura anticientífica que los defensores acérrimos de Darwin
ridiculicen a sus antecesores. Es una lección que aprendí hace tiempo gracias
al gran paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould (1941-2002).
También
me parece pobre dejar de lado las hipótesis que tratan de explicar o matizar la
evolución humana desde otra perspectiva algo distinta a la que hoy admite la
ciencia. Aunque sean erróneas en su conjunto, es posible que pueda extraerse de
ellas alguna utilidad. Quizá lo más justo sería decir que todas las
explicaciones científicas tienen una cuota mayor o menor de verdad, en lugar de
considerarlas rotundamente verdaderas o rotundamente falsas. En cualquier caso,
no es un buen camino para avanzar hacia el entendimiento mutuo de visiones
diferentes, lo cual debería ser una meta deseable por la humanidad y por la ciencia.
¿Un pasado
acuático?
Por
ejemplo, cuando leo acerca de la llamada “hipótesis del simio acuático” siempre
pienso que algunas partes podrían ser incorporadas al paradigma vigente sin
demasiados aspavientos. La AAH, así conocida por las siglas en inglés de Aquatic
Ape Hypothesis, fue propuesta por el académico alemán Max Westenhofer en 1942 y
reformulada por Alister Hardy en 1960. A mi entender, la hipótesis se equivoca
al suponer que la fase acuática de nuestro linaje, anterior a la radiación de
los Australopithecus, tuvo lugar en
la costa africana, lejos de las selvas. Podría haber ocurrido que las florestas
africanas de finales del Mioceno fuesen parecidas a las actuales selvas
lluviosas de Borneo, donde habita el mono narigudo (Nasalis larvatus), una especie capaz de erguirse sobre sus patas
traseras. En tales ambientes hay presiones selectivas que favorecen la postura
bípeda, por ejemplo para vadear la selva cuando está inundada. Hace más de 4
millones de años, tal vez los precursores de
Ardipithecus ramidus, nuestro ancestro forestal y bípedo de las selvas
húmedas del Plioceno, habrían sido ya medio bípedos en el Mioceno, no sobre las
ramas de los árboles, sino al atravesar el bosque con el agua por la cintura.
Esa
influencia acuática del pasado también podría explicar nuestra facilidad para
acumular grasa subcutánea, los famosos michelines. Es un rasgo extraño en los
primates, pero habitual entre los mamíferos acuáticos o semiacuáticos de pelo
corto, como focas, delfines, hipopótamos o tapires, que les ayuda a regular la
temperatura corporal. Quizás esa característica fue cooptada
(reciclada) más adelante en la sabana con fines distintos a los iniciales, como
la acumulación de reservas para hacer frente a los periodos de escasez en un
ambiente poco predecible. Es decir, una cosa no excluye a la otra.
Sin
embargo, no creo que el enorme desarrollo del cerebro en nuestro linaje tenga
nada que ver con esa posible vida semiacuática en las selvas lluviosas. Parece
estar más bien ligado al consumo de carne y carroña en la sabana, así como con
la reducción de los intestinos en consonancia con tal cambio de dieta.
Adaptados al
agua
En
cambio, sí parece convincente que esa vida medio acuática favoreciera la
pérdida de pelo en todo el cuerpo. Salvo en la cabeza, donde de hecho crece de
forma continua para satisfacción de los propietarios de peluquerías.
Actualmente no tenemos una explicación para ese rasgo, aparte de la socorrida
selección sexual, es decir, que entrara dentro de las preferencias de las
hembras, aunque el pelo crece continuamente tanto en hombres como en mujeres.
La opción de que las guedejas sirviesen como asidero para las crías en el agua
me parece una presión selectiva de peso, sobre todo si se tienen las manos
ocupadas en nadar y hay poco pelo al que asirse en el resto del cuerpo.
No
es difícil imaginar un pasado acuático cuando comprobamos lo bien que nos
defendemos al nadar y bucear. O lo naturales que parecen los partos acuáticos.
Incluso nuestros propios bebés han conservado el reflejo de zambullida. Además,
el vello de nuestro cuerpo ha adoptado una disposición hidrodinámica y también
son sospechosos esos extraños pliegues de piel que tenemos entre los dedos.
Parece que en el pasado el agua jugó un papel más importante en nuestras vidas
diarias que en la actualidad.
Algo
que, curiosamente, no compartimos con el linaje que desembocó en los bonobos y
chimpancés. Dos especies, por cierto, que pudieron evolucionar por separado
gracias a estar separadas por una gran barrera acuática: el río Congo.
Como
bien sabemos, en realidad no hace falta un río tan grande. Basta con poner un
foso con agua para que nuestros primos hermanos se circunscriban al espacio que
tienen asignado en los zoológicos. Algo impensable para los humanos.
Posibles
ancestros
El
primate extinto cuyo estilo de vida quizá fuera más compatible con los hábitos
acuáticos aquí imaginados sería Oreopithecus
bambolii. Los restos de este hominoideo, que vivió en el Mioceno, hace unos
8 millones de años, han sido hallados en la Toscana italiana, Cerdeña y África
oriental (1). Además de preferir hábitats pantanosos, mostraba ciertas
adaptaciones para el bipedismo y tenía los colmillos reducidos, como Ardipithecus (2). Sin embargo, aunque Oreopithecus suele clasificarse dentro
de la familia de los homínidos, se incluye en una rama que se desgajó de
nuestro linaje antes de que lo hicieran los orangutanes. Por lo tanto, no
parece que fuera el supuesto ancestro semiacuático que buscamos. Pero, ¿quién
sabe cuántos fósiles de primates de aquel lejano periodo están esperando a ser
descubiertos? O si su incierta posición taxonómica actual es correcta o no.
Sólo
el tiempo nos dirá si la hipótesis del antepasado acuático llega a verse
apoyada por las evidencias fósiles. De momento, sólo se basa en especulaciones
a partir de nuestros rasgos fisiológicos y anatómicos. Tampoco sabemos tanto
sobre los primates que vivían hace entre 8 y 6 millones de años como para
descartar nada de manera categórica. Me parece una postura más saludable dejar
la puerta entreabierta y que el tiempo juzgue.
El valor de la
evidencia
No
tengo ningún interés en defender la hipótesis del simio acuático. Tan negativa
me parece la postura de sus detractores más furibundos como la de sus defensores
acérrimos. Solamente me he servido de este ejemplo para demostrar que, cuando
hablamos de ciencia, siempre es preferible dejar puertas y ventanas abiertas.
En otras palabras, es sano dudar y alejarse de posturas dogmáticas o
excluyentes. Como sostenía el propio Gould, conviene dejar que las evidencias
manden y sacudirse los modelos mentales establecidos. A pesar de que, por
desgracia, suele suceder lo contrario.
Un
ejemplo no tan distante, pero sí reciente, es el del gran atleta Usain Bolt.
Resulta que el velocista más rápido de la historia corre de manera asimétrica:
una de sus piernas pisa con más fuerza en el suelo que la otra. En lugar de plantearse
que la asimetría parece ser buena para correr deprisa (evidencia), los expertos
en biodinámica especulan con que Bolt podría haber corrido incluso más rápido
si alguien le hubiera enseñado a correr simétricamente (modelo mental pre-establecido).
Si
siguiéramos aferrados a la idea clásica de que las formas circulares y
esféricas son perfectas y por ello las más deseables, jamás habríamos
descubierto que la órbita de los planetas alrededor del sol es una impura e
indeseable elipse, o que la Tierra misma tiene poco de esférica, incluso sin
retirar el agua de los océanos. En definitiva, dejemos que las evidencias
hablen por sí mismas y, si van en contra de nuestros modelos, más vale
atenderlas y no tratar de encajarlas con calzador en el paradigma vigente. Aunque,
claro, aún es peor aún hacerlas desaparecer escondiéndolas debajo de la alfombra.
Bibliografía
(1) Rosas, A. (2016). La evolución del
género Homo. CSIC y Libros de la
Catarata. Madrid.
(2) Rosas, A. (2015). Los primeros homininos: paleontología humana. CSIC y Libros de la
Catarata. Madrid.
¿Cuvier propuso una teoría evolutiva? Yo tenía entendido que Cuvier fue siempre antievolucionista y que por eso atacó sistemáticamente a Lamarck.
ResponderEliminarCopio de la Wikipedia:
ResponderEliminar"Cuvier elaboró una historia de la Tierra fundamentada en el fijismo y el catastrofismo. (...) Desde la perspectiva del catastrofismo, la edad de la Tierra no necesitaba ser excesivamente prolongada. De ahí que Cuvier abogara por solo 6.000 años de antigüedad, lo que le enfrentó a Charles Lyell, cuyo gradualismo requería millones de años. Esta defensa de la constancia de las especies y su oposición al gradualismo enfrentaron a Cuvier con la corriente transformista iniciada por Buffon y desarrollada ampliamente por Lamarck."
Hola Rawandi. Gracias por leer el post y por enviarme tus comentarios. Ojalá pasara esto más a menudo. He modificado la frase que comentabas para hacer referencia de manera genérica a los diversos naturalistas (empezando desde la antigua Grecia) que antes de Darwin propusieron ideas evolucionistas. Georges Cuvier es considerado oficialmente "fijista" y por tanto no evolucionista. Sin embargo esa visión oficial me parece muy pobre y muy corta de vista y sobre todo hija del predominio oficial del gradualismo (en geología, biología o hasta en las ciencias sociales). Cuvier fue el abanderado del catastrofismo. El tiempo ha llevado a darle la razón al definir los periodos de grandes extinciones del registro fósil. Su enorme contribución a la evolución no ha sido tanto a explicar la microevolución (mecanismos de adaptación) como a dar sentido a la macro o la mega-evolución (evolución por encima de la categoría de especie). Por otro lado su desarrollo de la anatomía comparada fue vital con el tiempo para apoyar las tesis evolutivas. Él interpretó mal su propio trabajo pero sin querer sentó las bases para que otros se subieran a sus hombros de gigante y reinterpretaran los hallazgos de la anatomía comparada en clave evolutiva. Para mi el barón de Cuvier merece un reconocimiento bien grande en la historia del desarrollo de la teoría evolutiva.
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