martes, 1 de agosto de 2017

Sobre el nicho ecológico

La historia de la ciencia está plagada de conceptos resbaladizos o expresados mediante palabras inadecuadas. La idea de “nicho ecológico” reúne ambos problemas: es una expresión desafortunada y difícil de manejar.

Muchas veces creemos dominar un concepto científico y en realidad no es tan así. Pensemos, por ejemplo, en el principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual no es posible determinar a la vez la posición y la velocidad de una partícula. A mí, como a la mayoría, me enseñaron en su día que ese principio no es distinto del denominado “efecto observador”. Por ejemplo, si queremos determinar la posición de una partícula hemos de iluminarla y al iluminarla la bombardeamos con fotones, con lo cual alteramos su velocidad. Pero, al parecer, el principio del sabio alemán no tiene nada que ver con que estemos observando o no, siendo más bien una propiedad intrínseca de los sistemas cuánticos, ligada a la dualidad onda-partícula. En fin, que no lo entendió bien ni nuestro profesor de turno ni nosotros mismos.

Con el concepto de “nicho ecológico” pasa algo parecido: a menudo lo entendemos mal. El error se debe en parte a la desafortunada elección de una palabra, “nicho”, que nosotros asociamos en la vida diaria con algo físico, con un lugar. En realidad, la primera noción de nicho ecológico nació un poco con esa idea. Fue formulada por Joseph Grinnell en 1917, hace ahora un siglo, y constituye una descripción detallada del ambiente, del hábitat en el que vive una especie. Por ejemplo, diríamos que el nicho de los desmanes ibéricos (Galemys pyrenaicus) es la cabecera impoluta y oligotrófica de los ríos del norte peninsular y nos quedaríamos tan panchos. Por cierto, imaginad qué cara se nos queda si, al mejorar la calidad de las aguas en los tramos medios y bajos de los ríos, empezamos a encontrar desmanes fuera de las partes altas, fuera de sus refugios históricos, como ocurre en la actualidad.

Espátulas, gaviotas y limícolas comparten una marisma. Más que existir de antemano, los nichos ecológicos se construyen de forma dinámica mediante interacción con las demás especies de la comunidad y con las características propias del ambiente abiótico (Foto del autor).
Evolución del nicho ecológico
Pero el concepto de nicho ha ido evolucionando sin parar a través de la historia de la ecología. En 1927, una década después de Grinnell, apareció el famoso Animal Ecology de Charles Elton, donde se plantea una idea de nicho más funcional, es decir, más relacionada con el papel que desempeña cada especie en el seno de las comunidades y los ecosistemas. Desde esta perspectiva diríamos, por ejemplo, que el nicho ecológico de los colibríes es el de consumidor de néctar y polinizador de grandes flores tropicales. A esta concepción más dinámica se la conoce como “nicho eltoniano”.

Tres décadas más tarde, en 1957, el gran ecólogo norteamericano George Evelyn Hutchinson dio otro giro al concepto definiéndolo como un “hiperespacio multidimensional”, definido por las necesidades y propiedades de un organismo. Así pues, Hutchinson construye su propuesta sobre la idea de la funcionalidad de Elton, pero también sobre la visión estática de Grinnell. De hecho, hace una mezcla de ambas. El nicho es algo físico (pero difícil de concretar, porque tiene muchísimas dimensiones), dimensiones que vienen definidas por las propiedades de la especie (las funciones que desempeña en el sistema).

Tendremos que esperar hasta 1985 para ampliar la idea de nicho sugerida por Hutchinson. Fue entonces cuando entró en escena Daniel Janzen, otro gran ecólogo estadounidense, quien desarrollaría el concepto de “encaje ecológico” (ecological fitting) en una serie de artículos encargados por la revista Oikos (1). Llegaron a formar parte de una sección propia llamada Los pensamientos de Dan Janzen desde el trópico y estaban inspirados en el trabajo que desarrollaba en los bosques tropicales secos del Parque Nacional de Santa Rosa, en el Pacífico costarricense. Para mí, esta idea de Janzen es el primer germen de lo que ahora conocemos como “construcción del nicho”, la más en boga en relación con el concepto de nicho ecológico. Según Janzen, las especies encajan en sus comunidades de forma proactiva, cooperando o a codazos, pero moviéndose en el tiempo ecológico. Ya lo dijo Antonio Machado en su célebre verso “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

Incertidumbre ecológica
Así pues, las definiciones de nicho ecológico anteriores a Janzen son visiones de las especies idealizadas y fijas en el seno de sus comunidades. Pero la entrada de un nuevo elemento en una comunidad rica en especies es como una revolución que puede traer pareja la definición de nuevos nichos. Por tanto, tiene poco sentido decir que las comunidades están saturadas. Tampoco sería acertado decir que hay nichos vacantes, porque los nichos se definen al andar. Es un concepto teórico inmanejable que sólo cobra sentido en la práctica, cuando se describe una vez establecido.

No basta con la distinción de Hutchinson (2) entre “nicho fundamental” (el nicho potencial de una especie, en ausencia de competidores) y “nicho realizado” (el nicho, más estrecho, que en realidad ocupa por las limitaciones impuestas por otras especies competidoras). No conocemos la potencialidad real de una especie hasta que ha sido expuesta a nuevas condiciones, incluidos sus competidores, y vemos cómo reacciona. El nicho fundamental o potencial es indescriptible. Es como si tratáramos de definir el riesgo potencial de invasión de una especie nueva que se incorpora a un sistema natural en el que no haya evolucionado. Hasta que no se inserta no sabemos cuál es su capacidad para invadirlo. No puede predecirse de antemano de acuerdo a sus características fisiológicas porque el éxito de la invasión depende de la especie implicada pero en interacción con los factores bióticos y abióticos del nuevo ecosistema.

Definición del nicho a posteriori

Las comunidades no se ensamblan siguiendo únicamente reglas deterministas, como defendía Frederic Clements, sino que el azar juega un papel muy importante tanto en la dispersión como en la colonización. Esto fue lo que propusieron Henry Gleason y más tarde Stephen Hubbell en en su teoría neutra de la biodiversidad y la biogeografía (3). De manera que tratar de definir el nicho a priori es más bien una pérdida de tiempo. Los nichos sólo pueden definirse a posteriori, tras los avatares de la colonización de un ecosistema, y están sujetos a cambios relacionados con las características del biotopo, la llegada de nuevas especies o la extinción de las ya presentes. Así que el nicho es una idea sólo útil a efectos humanos de clasificación y no contiene en sí demasiada información ecológica.

La observación de una misma especie en condiciones cambiantes, tanto en las características físicas del medio como en la composición de su comunidad, nos permitiría medir un parámetro con más contenido: su “plasticidad ecológica”. Este concepto equivale al más antiguo de “valencia ecológica” e incorpora los componentes bióticos y abióticos de un ecosistema. Nadie habría pensado que un pájaro carpintero como el pito verde (Picus viridis), con una anatomía diseñada por selección natural para vivir entre los árboles, pudiera alimentarse también de hormigas en el suelo y, sin embargo, lo hace. Desde luego, todos estos conceptos son construcciones de la mente simbólica humana, pero me gusta pensar que algunos pueden aplicarse de manera absoluta y no según el contexto. Aunque quizá eso sólo suceda en el mundo de la física. Puede que en biología no haya un solo concepto que no dependa de las circunstancias: exclusión competitiva, denso-dependencia, respuestas funcionales, equilibrios, compromisos…

Ya lo decía Ortega y Gasset: “yo soy yo, y mis circunstancias”. Y cambio con mis circunstancias, aunque sea dentro de unos límites. Lo mismo puede decirse de los demás componentes de la biosfera. Nuestros conceptos deben ser manejados con cuidado y lejos del habitual dogmatismo (4). En general, me parece que es más sano acercarse a ellos desde la duda que desde la fe ciega.

 Bibliografía

(1) Janzen D. (1985). On ecological fitting. Oikos, 45: 308-310.
(2) May, R. y McLean, A. (2007). Theoretical ecology: principles and applications. Oxford University Press. Oxford.
(3) Hubbell, S.P. (2001). The unified neutral theory of biodiversity and biogeography. Princeton University Press. Princeton.
(4) Martínez-Abraín, A. y Oro, D. (2013). Preventing the development of dogmatic approaches in conservation biology: a review. Biological Conservation, 159: 539-547.

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