La historia de la ciencia
está plagada de conceptos resbaladizos o expresados mediante palabras
inadecuadas. La idea de “nicho ecológico” reúne ambos problemas: es una
expresión desafortunada y difícil de manejar.
Muchas
veces creemos dominar un concepto científico y en realidad no es tan así. Pensemos,
por ejemplo, en el principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual no
es posible determinar a la vez la posición y la velocidad de una partícula. A
mí, como a la mayoría, me enseñaron en su día que ese principio no es distinto
del denominado “efecto observador”. Por ejemplo, si queremos determinar la
posición de una partícula hemos de iluminarla y al iluminarla la bombardeamos
con fotones, con lo cual alteramos su velocidad. Pero, al parecer, el principio
del sabio alemán no tiene nada que ver con que estemos observando o no, siendo
más bien una propiedad intrínseca de los sistemas cuánticos, ligada a la
dualidad onda-partícula. En fin, que no lo entendió bien ni nuestro profesor de
turno ni nosotros mismos.
Con el
concepto de “nicho ecológico” pasa algo parecido: a menudo lo entendemos mal. El
error se debe en parte a la desafortunada elección de una palabra, “nicho”, que
nosotros asociamos en la vida diaria con algo físico, con un lugar. En realidad,
la primera noción de nicho ecológico nació un poco con esa idea. Fue formulada
por Joseph Grinnell en 1917, hace ahora un siglo, y constituye una descripción
detallada del ambiente, del hábitat en el que vive una especie. Por ejemplo,
diríamos que el nicho de los desmanes ibéricos (Galemys pyrenaicus) es
la cabecera impoluta y oligotrófica de los ríos del norte peninsular y nos
quedaríamos tan panchos. Por cierto, imaginad qué cara se nos queda si, al
mejorar la calidad de las aguas en los tramos medios y bajos de los ríos,
empezamos a encontrar desmanes fuera de las partes altas, fuera de sus refugios
históricos, como ocurre en la actualidad.
Evolución del nicho ecológico
Pero el
concepto de nicho ha ido evolucionando sin parar a través de la historia de la
ecología. En 1927, una década después de Grinnell, apareció el famoso Animal Ecology de Charles
Elton, donde se plantea una idea de nicho más funcional, es decir, más relacionada
con el papel que desempeña cada especie en el seno de las comunidades y los
ecosistemas. Desde esta perspectiva diríamos, por ejemplo, que el nicho
ecológico de los colibríes es el de consumidor de néctar y polinizador de
grandes flores tropicales. A esta concepción más dinámica se la conoce como
“nicho eltoniano”.
Tres
décadas más tarde, en 1957, el gran ecólogo norteamericano George Evelyn
Hutchinson dio otro giro al concepto definiéndolo como un “hiperespacio
multidimensional”, definido por las necesidades y propiedades de un organismo.
Así pues, Hutchinson construye su propuesta sobre la idea de la funcionalidad
de Elton, pero también sobre la visión estática de Grinnell. De hecho, hace una
mezcla de ambas. El nicho es algo físico (pero difícil de concretar, porque
tiene muchísimas dimensiones), dimensiones que vienen definidas por las propiedades de la especie (las
funciones que desempeña en el sistema).
Tendremos
que esperar hasta 1985 para ampliar la idea de nicho sugerida por Hutchinson.
Fue entonces cuando entró en escena Daniel Janzen, otro gran ecólogo
estadounidense, quien desarrollaría el concepto de “encaje ecológico” (ecological fitting) en una serie de artículos encargados por la revista Oikos (1). Llegaron a formar parte de
una sección propia llamada Los pensamientos de Dan Janzen desde el trópico
y estaban inspirados en el trabajo que desarrollaba en los bosques tropicales
secos del Parque Nacional de Santa Rosa, en el Pacífico costarricense. Para mí,
esta idea de Janzen es el primer germen de lo que ahora conocemos como
“construcción del nicho”, la más en boga en relación con el concepto de nicho
ecológico. Según Janzen, las especies encajan en sus comunidades de forma
proactiva, cooperando o a codazos, pero moviéndose en el tiempo ecológico. Ya
lo dijo Antonio Machado en su célebre verso “caminante no hay camino, se hace
camino al andar”.
Incertidumbre ecológica
Así
pues, las definiciones de nicho ecológico anteriores a Janzen son visiones de
las especies idealizadas y fijas en el seno de sus comunidades. Pero la entrada
de un nuevo elemento en una comunidad rica en especies es como una revolución
que puede traer pareja la definición de nuevos nichos. Por tanto, tiene poco
sentido decir que las comunidades están saturadas. Tampoco sería acertado decir
que hay nichos vacantes, porque los nichos se definen al andar. Es un concepto
teórico inmanejable que sólo cobra sentido en la práctica, cuando se describe
una vez establecido.
No
basta con la distinción de Hutchinson (2) entre “nicho fundamental” (el nicho
potencial de una especie, en ausencia de competidores) y “nicho realizado” (el
nicho, más estrecho, que en realidad ocupa por las limitaciones impuestas por
otras especies competidoras). No conocemos la potencialidad real de una especie
hasta que ha sido expuesta a nuevas condiciones, incluidos sus competidores, y
vemos cómo reacciona. El nicho fundamental o potencial es indescriptible. Es
como si tratáramos de definir el riesgo potencial de invasión de una especie
nueva que se incorpora a un sistema natural en el que no haya evolucionado.
Hasta que no se inserta no sabemos cuál es su capacidad para invadirlo. No
puede predecirse de antemano de acuerdo a sus características fisiológicas
porque el éxito de la invasión depende de la especie implicada pero en interacción con los factores bióticos y abióticos del nuevo ecosistema.
Definición
del nicho a posteriori
Las
comunidades no se ensamblan siguiendo únicamente reglas deterministas, como
defendía Frederic Clements, sino que el azar juega un papel muy importante
tanto en la dispersión como en la colonización. Esto fue lo que propusieron
Henry Gleason y más tarde Stephen Hubbell en en su teoría neutra de la
biodiversidad y la biogeografía (3). De manera que tratar de definir el nicho a
priori es más bien una pérdida de tiempo. Los nichos sólo pueden definirse a
posteriori, tras los avatares de la colonización de un ecosistema, y están
sujetos a cambios relacionados con las características del biotopo, la llegada
de nuevas especies o la extinción de las ya presentes. Así que el nicho es una
idea sólo útil a efectos humanos de clasificación y no contiene
en sí demasiada información ecológica.
La
observación de una misma especie en condiciones cambiantes, tanto en las
características físicas del medio como en la composición de su comunidad, nos
permitiría medir un parámetro con más contenido: su “plasticidad ecológica”.
Este concepto equivale al más antiguo de “valencia ecológica” e incorpora los componentes
bióticos y abióticos de un ecosistema. Nadie habría pensado que un pájaro
carpintero como el pito verde (Picus viridis), con una anatomía diseñada
por selección natural para vivir entre los árboles, pudiera alimentarse también
de hormigas en el suelo y, sin embargo, lo hace. Desde luego, todos estos
conceptos son construcciones de la mente simbólica humana, pero me gusta pensar
que algunos pueden aplicarse de manera absoluta y no según el contexto. Aunque
quizá eso sólo suceda en el mundo de la física. Puede que en biología no haya
un solo concepto que no dependa de las circunstancias: exclusión competitiva,
denso-dependencia, respuestas funcionales, equilibrios, compromisos…
Ya lo
decía Ortega y Gasset: “yo soy yo, y mis circunstancias”. Y cambio con mis
circunstancias, aunque sea dentro de unos límites. Lo mismo puede decirse de
los demás componentes de la biosfera. Nuestros conceptos deben ser manejados
con cuidado y lejos del habitual dogmatismo (4). En general, me parece que es
más sano acercarse a ellos desde la duda que desde la fe ciega.
(1) Janzen D. (1985). On
ecological fitting. Oikos, 45: 308-310.
(2) May, R. y McLean, A. (2007).
Theoretical ecology: principles and applications. Oxford University
Press. Oxford.
(3) Hubbell, S.P. (2001). The
unified neutral theory of biodiversity and biogeography. Princeton University Press. Princeton.
(4) Martínez-Abraín,
A. y Oro, D. (2013). Preventing the development of dogmatic approaches in conservation
biology: a review. Biological Conservation, 159: 539-547.
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