El ojaranzo es
una planta que en España se restringe a los barrancos húmedos del Parque
Natural de los Alcornocales, en Cádiz, mientras que en el Reino Unido es una
plaga. ¿Cómo es posible? ¿Tienen alguna propiedad especial las especies invasoras?
¿Es necesario venir de fuera para ser invasor? Y, a fin de cuentas, ¿a qué se
deben las invasiones? Muchas preguntas y pocas respuestas fáciles.
Hacía
tiempo que no hablaba de invasiones y ha llovido lo suyo desde entonces. Podríamos
empezar con una generalización: los lugares intrínsecamente buenos, como las
selvas tropicales, son fáciles de invadir. No es cierto que los nichos
ecológicos de la selva estén saturados (1). En gran medida porque los nichos se
construyen, no estaban ahí de antemano. Cualquier sitio de alta calidad es
apetecible tanto para los nativos como para los foráneos. Ya tenemos algo, sigamos
avanzando. Los lugares malos, como un desierto, son difíciles de invadir. ¿Por
qué? Pues porque son sitios duros y difíciles para cualquiera.
¿Y
las islas? ¿Son difíciles de invadir las islas? Pues depende del tamaño de la
isla y de su distancia al continente más cercano. Por definición, las islas
tienen pocas especies y podría deducirse que por ello son sitios malos. Pero no
necesariamente. Si tienen pocas especies no es porque sean malas, sino… porque
es difícil llegar hasta ellas. De hecho, hay islas de alta calidad, grandes y
heterogéneas, que podrían dar cobijo a muchas más especies de las que albergan;
pero, simplemente, todavía no han conseguido llegar. Aunque también es cierto
que hay islas de baja calidad, pequeñas y muy homogéneas, en las que no podría
instalarse casi nadie por muy cerca que estuvieran de la costa. Pero, en principio,
podría decirse que sí, que las islas son fáciles de invadir si interviene el transporte
humano. Solventado ese problema inicial, la vida puede ser prometedora en una
buena isla. Y eso nos lleva de vuelta al Reino Unido y los ojaranzos.
Cantidad y
calidad
El
Reino Unido, simplificando, es una isla. Una isla grande y buena. Por un lado es
pobre, porque muchas especies no han podido llegar hasta ella. Bueno, y porque fue
arrasada por los hielos durante la última glaciación. Pero las especies que hoy
la alcancen tienen muchas posibilidades de hacerse un hueco. Sobre todo si reciben
ayuda humana, como en el caso de nuestro ojaranzo (Rhododendron ponticum). En el siglo XIX fue plantado masivamente como
arbusto ornamental, para espesar el sotobosque y como parapeto de cazadores en
fincas privadas (2). De modo que la planta en sí no tiene nada de particular.
No es una todopoderosa invasora, aunque fue seleccionada e hibridada para
hacerla más resistente. La respuesta está en el medio invadido, que era
susceptible de serlo, y en la llamada “presión de propágulo”, la gran
abundancia de ejemplares en las fincas privadas para que la planta diera el
salto a toda la isla. Así pues, los ojaranzos tienen poco de malvados, aunque
quienes los padecen les dediquen todo tipo de adjetivos despectivos.
La
presión de propágulo emerge como un factor determinante en el éxito de las
invasiones. Influye, y mucho, tanto el número de individuos como el número de
intentos Sin embargo, nosotros hemos demostrado que la procedencia de los
animales liberados tiene tanta o más influencia que el esfuerzo cuando lo que
se pretende es introducir vertebrados. Si soltamos animales salvajes que
proceden de otro sitio las probabilidades de que se instalen con éxito son muy
altas, pero caen en picado cuando son animales criados en cautividad (3). Esto
mismo ya se había demostrado con las aves de jaula, pues las que mejor se asilvestran
no son las que se escapan más a menudo, sino precisamente las que procedían de
ambientes naturales, no de cría en cautividad (4).7
¿Las especies
nativas pueden ser también invasoras?
A
las especies invasoras solemos calificarlas de exóticas y así asociamos sin más
el tándem “exóticas e invasoras”. Pero ¿realmente hace falta venir de fuera
para poder invadir? ¿Podría haber nativas invasoras? En el caso de los seres
humanos no hace falta pensar mucho para decidirse por un sí. Nos invadió el
cartaginés Aníbal, a lomos de los ya extintos elefantes de bosque africanos.
Pero también el reino de Castilla invadió los reinos de Galicia, Navarra o
Valencia, aun siendo todos nativos de la península Ibérica. En el fondo, lo
complicado es delimitar las fronteras de lo autóctono o lo nativo. Es como
jugar con muñecas matrioskas: eres nativo cuando vives en mi ¿barrio, pueblo,
comarca, isla, archipiélago, nación, continente? La cuestión es bastante
arbitraria, ¿no os parece? En realidad, poco científica. Sobre todo si tenemos
en cuenta la movilidad histórica de la flora y la fauna.
Pero,
aparte de nuestra propia especie, resulta que también hay otros nativos
invasores. Serían aquellas especies que se ven favorecidas por nuestra
alteración de los sistemas naturales. Por ejemplo, el topillo campesino, la ardilla
roja y el cormorán grande. También protagonizan invasiones los estorninos y las
gaviotas cuando se les favorece con cultivos o vertederos. En cualquier caso,
no debemos juzgar a las especies por su procedencia (5). Ya sean nativas o foráneas,
las especies suelen convertirse en invasoras cuando las actividades humanas les
han allanado el camino. No es que ellas sean malas, sino que se aprovechan de
las alteraciones que introducimos en el medio. Por lo tanto, la solución a las
invasiones pasa necesariamente por revertir esos cambios. En otras palabras, existe
la invasión como proceso, pero no la profesión de invasor. Eso dificulta
enormemente la erradicación de las especies invasoras. No sabemos cómo reaccionará
la especie recién llegada y una vez establecida suele ser imposible eliminarla.
Un nuevo
paradigma
Vivimos
en un mundo post-wild (6) y conviene
que lo vayamos aceptando. Para bien o para mal, es el nuevo paradigma y lo
hemos creado nosotros mismos. Somos los únicos responsables. No hay nada de demoniaco
en las especies que, por determinadas coyunturas o contingencias, acaban
invadiendo de nuestra mano una zona que es nueva para ellas. De nada sirve
culparlas o estigmatizarlas, ni emplearlas como chivos expiatorios de problemas
causados por complejas combinaciones de causas. Tampoco es fácil resolver el
problema entablando una guerra contra ellas. Ni siquiera sirve que nos culpemos
a nosotros mismos. Si hemos recorrido este camino ha sido en gran medida debido
a los diversos cambios climáticos que hemos vivido.
La
experiencia acumulada demuestra que entablar batalla contra una invasión ya
establecida sólo sirve para: a) tirar el dinero, b) perder el tiempo y c)
conseguir efectos inesperados que pueden conducir a una mayor expansión de la
especie que se trataba de controlar o a una pérdida de biodiversidad. Las
especies cuya colonización y expansión hemos favorecido pueden tener efectos
negativos sobre algunos grupos de animales y plantas, pero no para todos y en
muchas ocasiones también tienen efectos positivos (7). Por ejemplo, pueden
reducir la población de algunas especies nativas, pero sin llegar a extinguirlas.
Es decir, lo mismo que hacemos nosotros con nuestros cambios: si expandimos la
agricultura favorecemos a las especies de espacios abiertos y si abandonamos el
medio rural favorecemos a las especies forestales. El caso es que nunca ha
llovido ni lloverá a gusto de todos.
Para
prevenir nuevas invasiones es preferible gestionar los hábitats donde ya están
establecidas y, salvo en casos de clara necesidad y viabilidad, lo mejor es no
hacer nada. El tiempo se encargará de ellas. Nos espantamos cuando acaban de
llegar, caso de la avispa asiática (Vespa
velutina), que está por todas partes, pero no siempre serán tan vigorosas. Los
residentes, ya sean bacterias, protistas, hongos, animales o plantas, necesitan
un tiempo para darse cuenta de que están aquí y de que constituyen un nuevo
recurso. O quizá unas heladas oportunas, como la ola de frío polar del invierno
de 2017, puedan diezmarlas. La reacción es lenta, porque la naturaleza está
programada mediante algoritmos muy conservadores, fuera de los tiempos de
crisis. Debemos empezar a cambiar nuestra rígida manera de pensar o seremos los
naturalistas quienes desarrollemos úlceras estomacales o muramos de depresión. Somos los únicos humanos que verían como un problema, por
ejemplo, la llegada a nuestra tierra de la flor más hermosa del mundo si
viniera con la etiqueta de “exótica e invasora”.
Afortunadamente,
la proliferación de franquicias americanas de comida rápida no ha acabado con
los restaurantes nativos de comida lenta. Sólo han añadido diversidad alfa a la
oferta gastronómica de nuestros ecosistemas urbanos y han contribuido a
homogeneizar más el mundo, disminuyendo la diversidad beta, la tasa de recambio
de especies entre parches. O sea, que cada vez nos dirigimos más hacia lo que
fue Pangea hace 300 millones de años (2). Un mundo con un solo continente, más
homogéneo, pero no por ello más pobre.
Agradecimientos
Juan
Jiménez y Vicente del Toro leyeron críticamente un borrador del texto.
Bibliografía
(1) Martínez-Abraín, A. (2015). Estoy
saturado. Quercus, 358: 6-7.
(2) Thompson, K. (2014). ¿De dónde son los camellos? Creencias y
verdades sobre las especies invasoras. Alianza Editorial. Madrid.
(3) Rummel, L. y otros autores (2106). Use of wild-caught individuals as a key factor for
success in vertebrate translocations. Animal
Biodiversity and Conservation, 39: 207-219.
(4) Carrete, M. y Tella, J.L. (2008). Wild-bird trade an exotic invasions: a new link of
conservation concern? Frontiers in
Ecology and the Environment, 6: 207-211.
(5) Davis, M.A. y otros autores
(2011). Don’t judge species on their origins. Nature,
474: 153-154.
(6) Marris, E. (2013). Rambunctious
Garden: saving nature in a Post-Wild World. Bloomsbury Publishing PLC. London.
(7) Martínez-Abraín, A. y Oro, D. (2013). Preventing the development of dogmatic approaches in
conservation biology: a review. Biological
Conservation,
159: 539-547.
Interesantísimo post, leí no hace mucho el libro de Thompson y me dejó boquiabierto, soy ecólogo, y seguía a pies juntillas el dogma de fe sobre las invasoras, aunque siempre pensé que no era más que una parte del todo, que estábamos observando el árbol y se nos olvidaba el bosque. Estoy totalmente de acuerdo contigo, estas especies de primera y de segunda (como habla Thompson en su libro) no son más que productos de un todo, natural, no antropocéntrico, a pesar de nuestra especie que cree que todo es causa o problema suyo. Las especies van y vienen, todo es un continuo cambio y la gestión del medio natural deber tener esa visión continua en el tiempo, no ser estática como lo es ahora.
ResponderEliminarGracias de nuevo por este interesante artículo.
Gracias Hytacua. Me alegra que te hay gustado. El dogma reza que las especies que invaden tienen propiedades especialmente malvadas. La realidad se empeña en demostrarnos que son especies normales y corrientes y que lo que determina la invasión es más el medio que las acoge, las circunstancias, las coyunturas, las contingencias. No hay nada en ellas, en la mayoría de los casos al menos. Pero los dogmas que triunfan traen mucha inercia, como las bolas de nieve cayendo colina abajo y son difíciles de cambiar. Todo esto se verá de otra manera muy distinta dentro de 20 años. Nuestros plazos de cambio son así de lentos (en relación a la duración de la ontogenia humana). Un abrazo. Alejandro.
ResponderEliminarDe nada, por cierto, tengo una pequeña sección sobre ecología y otras cuestiones filosóficas en Canal Extremadura Radio, son 20 minutos nada más pero me da la posibilidad de transmitir conocimiento y, por ende, amor a la naturaleza. Se llama "La corriente de Humboldt", y me encantaría poder hacerte una pequeña entrevista y que hablemos de este tema en concreto, creo que la gente necesita información, de todos los puntos posibles. Podríamos hacerlo telefónicamente, normalmente se graba viernes por la tarde, y me adapto al horario que me digas. Si te apetece para mí sería todo un honor el poder contar con tu experiencia. Puedes contactar con migo a través del mail del programa lacorrientedehumboldt.radio@gmail.com , sería todo un honor...gracias de antemano!
ResponderEliminarSoy Hytacua (mi nick), mi nombre es Iván López. Un saludo.
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