miércoles, 28 de noviembre de 2012

¡Ostras! y otros efectos imprevistos


En gestión de la naturaleza es frecuente que nos quedemos “chupando un palo y sentados sobre una calabaza”, como en la canción de Serrat. Es decir, decepcionados o sorprendidos ante resultados muy diferentes a los inicialmente previstos. Deberíamos tratar de evitar caer en este tipo de situaciones.

La intención original de las reservas marinas fue fomentar la actividad pesquera a largo plazo, para lo que fue preciso establecer restricciones a corto y medio plazo. Luego, dichas reservas derivaron más bien hacia la conservación del ecosistema, pero ¿acaso amparan toda la biodiversidad marina en las zonas vedadas? Una reciente revisión ha encontrado que tanto la abundancia como la diversidad de formas de vida marinas son muy superiores dentro que fuera de las reservas (1). El incremento de la abundancia varía entre un 23 y un 196% dentro de ellas, mientras que el de la diversidad se cifra entre un 10 y un 130%. Las densidades de peces, en concreto, fueron entre el 35 y el 81% más altas dentro que fuera de ellas. Pero este no es el mejor enfoque para valorar la efectividad de las reservas, porque ambas zonas, la vedada y la explotable, podrían tener características distintas que fuesen capaces de determinar esas diferencias. Lo ideal sería tener información sobre el antes y el después de cada zona, pero normalmente no hay dato alguno sobre los “antes”.
En cualquier caso, parece que las reservas sí son efectivas, ya que tanto la biomasa como la variedad de peces aumenta en las fronteras de la zona protegida. Aunque, claro, nunca llueve a gusto de todos y si aumenta la densidad y la talla de los peces es posible que eso afecte a todo el ecosistema. Recuerdo que antes de que se declarara la reserva marina de las islas Columbretes (Castellón) no había tanta langosta ni peces depredadores de gran talla, pero sí podía apreciarse todo un cinturón mesolitoral de moluscos (lapas, mejillones, bígaros) en las rocas volcánicas que se ha visto muy menguado en la actualidad. El aumento de peces y el descenso de lapas y mejillones podrían responder a una relación de causa-efecto debido a la depredación. Claro que también podría ser que antes de promulgarse la reserva hubiese más moluscos de los que corresponden a un sistema marino en equilibrio. Al final, todo depende de lo que nos interese proteger. Si lo que pretendemos es favorecer a la gigantesca lapa Patella ferruginea, propiciar la presencia de peces de gran tamaño quizá no sea lo más recomendable.

Gatos, pájaros, ratas e islas

Muchas islas –como la de Mallorca, donde vivo– están llenas de gatos domésticos. Campan a sus anchas por los alrededores de las casas en los pueblos de montaña y acaban anualmente con cifras extraordinarias de aves residentes y migratorias. Se trata, en principio, de una realidad no deseable, pero que responde a la necesidad de controlar a ratas y ratones. Estos roedores fueron introducidos en la isla balear hace quizá 2.000 años, en tiempos de los romanos, y a falta de depredadores nativos pueden convertirse en una auténtica plaga. En Mallorca habita una comunidad bastante simple de depredadores introducidos que incluye comadrejas, martas y ginetas. Así que el objetivo conservacionista de controlar a los gatos asilvestrados está condicionado por la previa eliminación de los roedores, algo casi imposible de abordar en una superficie de 3.600 kilómetros cuadrados.
Por ejemplo la eliminación de gatos domésticos en Little Barrier Island (Nueva Zelanda), debido a la presión que ejercían sobre las aves marinas (2), trajo consigo un aumento en la densidad de ratas y un considerable descenso en el éxito reproductor del petrel de Cook (Pterodroma cookii). Claro que si el problema provocado por los gatos fuera una mayor mortalidad de adultos reproductores, el efecto de una menor productividad no sería tan grave, dado que la supervivencia es más importante que la fecundidad en términos de tasa de crecimiento de una población de aves longevas. Pero resulta que las ratas también afectaban directamente a la supervivencia anual de los adultos de petrel de Cook, una especie de pequeño tamaño dentro de las aves marinas. En fin, cada caso es un mundo y es difícil generalizar sin riesgo de equivocarse. Algo parecido puede ocurrir si en una isla coexisten ratas y ratones y sólo se controla a las ratas: los ratones pueden proliferar y acaban siendo un grave problema de conservación (3, 4).


La eliminación de gatos en las islas para proteger las colonias de aves marinas puede tener como consecuencia inesperada un aumento en la densidad de roedores, de manera que el descaste acabe por no reportar los efectos deseados (Foto: Isabel Donoso)

Quitar y poner siempre tiene consecuencias

Una de las técnicas más empleadas por los gestores de fauna silvestre es poner y quitar especies en los sistemas naturales. Hace pocos años se propuso introducir en Norteamérica especies actuales que recompusieran la megafauna extinta a principios del Holoceno o que, al menos, tuvieran un papel ecológico lo más equivalente posible (5). El plan pretendía recuperar unas relaciones funcionales ya desaparecidas, como la dispersión de semillas, en muchos sistemas que aún conservan síndromes adaptativos a la presencia de aquella gran fauna del pasado. Pero, aunque la intención era buena y estaba basada en sólidos principios ecológicos, no tenía en cuenta el riesgo de obtener resultados inesperados e indeseados. Por ejemplo, las especies introducidas podrían ser portadoras de enfermedades infecciosas peligrosas para la fauna nativa. Esta lección ya deberíamos haberla aprendido a raíz de las meteduras de pata que se han cometido en el mundillo de la lucha biológica contra las plagas. El hecho de introducir a un depredador de la región de origen de la especie exótica invasora tiene a menudo consecuencias colaterales e imprevistas para las especies-presa nativas.
Por otra parte, la eliminación de fauna también puede acarrear efectos imprevistos en cascada, precisamente lo que se pretende evitar con propuestas como las anteriores. Así, la exclusión durante diez años de grandes mamíferos ramoneadores en la sabana africana redujo la cantidad de néctar y el alojamiento que ofrecían las acacias a las hormigas. Los árboles desprovistos de hormigas fueron más duramente atacados por un escarabajo, crecieron más despacio y sufrieron una mayor mortalidad que los ocupados por las hormigas mutualistas de las acacias. En este caso, la megafauna ausente pone de manifiesto la existencia de un amplio espectro de simbiosis, en el que están involucrados desde los insectos hasta los mamíferos de gran talla (6). Como le gusta decir muy acertadamente a un viejo amigo mío, translocar especies (incluso en el caso de las especies amenazadas) es seguir visitando la trasnochada idea de las repoblaciones cinegéticas. El procedimiento es el mismo, sólo cambian los sujetos de la suelta. En realidad, lo que necesitamos es un cambio de paradigma, trabajar sobre todo en la conservación de los hábitats y pasar del modelo de las repoblaciones vegetales (con especies autóctonas o sin ellas) al modelo de la facilitación vegetal (7). Este método tiene unas bases ecológicas profundas y es más apropiado para los ecosistemas mediterráneos, marcados por la crudeza del estío.

Los comederos para buitres fomentan la baja dispersión de las aves y, con ello, la formación de tríos reproductores que pueden reducir el éxito reproductor (Foto: Clara García-Ripollés) (10)
Comida suplementaria, desastre asegurado

La disponibilidad de comida es uno de los factores limitantes del crecimiento de las poblaciones, de modo que tocar este componente del sistema tendrá siempre consecuencias impredecibles en mayor o menor grado. Las embarcaciones turísticas dedicadas a la observación de fauna marina en el Mediterráneo suelen atraer a los peces con pienso en sitios predeterminados para que el espectáculo resulte más atractivo. Con esta inofensiva –e incluso aparentemente positiva– actividad se acaba favoreciendo el aumento de distintas poblaciones de peces, lo que puede tener consecuencias negativas para la comunidad animal de invertebrados que viven sobre las hojas de posidonia (Posidonia oceanica). La lista de ejemplos relacionados con los efectos indirectos e inesperados de la alimentación suplementaria necesitaría un anexo electrónico para no ocupar todas las páginas de Quercus: restos de caza mayor que aumentan la supervivencia invernal de los depredadores del urogallo en Pirineos; comederos para buitres que fomentan la baja dispersión de las aves y, con ello, la formación de tríos que reducen el éxito reproductor; descartes de la pesca comercial que disparan el crecimiento de las colonias de gaviotas, las cuales pueden depredar después sobre otras especies; basureros que alteran los patrones de migración de las cigüeñas…etcétera, etcétera, etcétera.
Muchas veces, lo más aconsejable ante un aparente problema ecológico es no hacer nada, como predica el milenario taoísmo chino y como ya decía Carlos Herrera en su estupendo artículo del número 251 de Quercus (8). Dado que políticos y gestores difícilmente harán caso de tal sugerencia, porque han de rellenar memorias anuales justificando su trabajo, quizá sea conveniente recordar que existen herramientas de análisis bien elaboradas, como la denominada gap theory, que determina cuánta incertidumbre puede ser tolerada antes de que nuestra decisión cambie. La inferencia estadística bayesiana (9), que trata de aprovechar al máximo la información previa disponible sobre el sistema estudiado, también puede resultar una buena ayuda para que las personas encargadas de tomar decisiones tengan menos riesgos de montar un circo y que le crezcan los enanos. Con todos mis respetos para los circos sin animales y, por supuesto, para las personas más bajitas.


Bibliografía

(1) Stewart, G.B. y otros autores (2008). Are marine protected areas effective tools for sustainable fisheries management? I: Biodiversity impact of marine reserves in temperate zones. Systematic Review, 23. Disponible en http://www.environmentalevidence.org/Documents/Summary/Summary-SR23.pdf
(2) Caut, S. y otros autores (2007). Rats dying for mice: modelling the competitor release effect. Austral Ecology, 32: 858-868.
(3) Le Corre, M. (2008). Cats, rats and seabirds. Nature, 451: 134-135.
(4) Cuthbert, R. y Hilton, G. (2004). Introduced house mice Mus musculus: a significant predator of threatened and endemic birds on Cough Island, South Atlantic Ocean? Biological Conservation, 117: 483-489.
(5) Donlan, J. y otros autores (2006). Pleistocene rewilding: an optimistic agenda for twenty-first century conservation. The American Naturalist, 168: 660-681.
(6) Palmer, T.M. y otros autores (2008). Breakdown of an ant-plant mutualism follows the loss of large herbivores from an African savanna. Science, 319: 192-195.
(7) Pugnaire, F.I.; Armas, C. y Tirado, R. (2002). Interacciones entre plantas de alta montaña. Quercus, 200: 28-32.
(8) Herrera, C.M. (2007). Cada problema complejo tiene siempre una solución sencilla, que generalmente es errónea. Quercus, 251: 10-11.
(9) Ellison, A.M. (1996). An introduction to Bayesian inference for ecological research and environmental decision-making. Ecological Applications, 6: 1.036-1.046.
(10) Carrete, M., Donázar, J.A., Margalida, A., Bertrán, J. (2006). Linking ecology, behaviour and conservation: does habitat saturation change the mating system of bearded vultures? Biology Letters 2: 624-627.

2 comentarios:

  1. Fa unes poques setmanes ha caigut una viva a un safereig eixut a la possesió de Bella Vista d'Esporles Miquel.

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