En gestión de la naturaleza es frecuente que nos quedemos “chupando un
palo y sentados sobre una calabaza”, como en la canción de Serrat. Es decir,
decepcionados o sorprendidos ante resultados muy diferentes a los inicialmente previstos.
Deberíamos tratar de evitar caer en este tipo de situaciones.
La intención original de las
reservas marinas fue fomentar la actividad pesquera a largo plazo, para lo que
fue preciso establecer restricciones a corto y medio plazo. Luego, dichas
reservas derivaron más bien hacia la conservación del ecosistema, pero ¿acaso amparan
toda la biodiversidad marina en las zonas vedadas? Una reciente revisión ha
encontrado que tanto la abundancia como la diversidad de formas de vida marinas
son muy superiores dentro que fuera de las reservas (1). El incremento de la
abundancia varía entre un 23 y un 196% dentro de ellas, mientras que el de la diversidad
se cifra entre un 10 y un 130%. Las densidades de peces, en concreto, fueron
entre el 35 y el 81% más altas dentro que fuera de ellas. Pero este no es el
mejor enfoque para valorar la efectividad de las reservas, porque ambas zonas,
la vedada y la explotable, podrían tener características distintas que fuesen
capaces de determinar esas diferencias. Lo ideal sería tener información sobre
el antes y el después de cada zona, pero normalmente no hay dato alguno sobre los
“antes”.
En cualquier caso, parece que las
reservas sí son efectivas, ya que tanto la biomasa como la variedad de peces aumenta
en las fronteras de la zona protegida. Aunque, claro, nunca llueve a gusto de
todos y si aumenta la densidad y la talla de los peces es posible que eso afecte
a todo el ecosistema. Recuerdo que antes de que se declarara la reserva marina de
las islas Columbretes (Castellón) no había tanta langosta ni peces depredadores
de gran talla, pero sí podía apreciarse todo un cinturón mesolitoral de
moluscos (lapas, mejillones, bígaros) en las rocas volcánicas que se ha visto
muy menguado en la actualidad. El aumento de peces y el descenso de lapas y
mejillones podrían responder a una relación de causa-efecto debido a la
depredación. Claro que también podría ser que antes de promulgarse la reserva
hubiese más moluscos de los que corresponden a un sistema marino en equilibrio.
Al final, todo depende de lo que nos interese proteger. Si lo que pretendemos
es favorecer a la gigantesca lapa Patella
ferruginea, propiciar la presencia de peces de gran tamaño quizá no sea lo
más recomendable.
Gatos, pájaros, ratas e islas
Muchas islas –como la de Mallorca,
donde vivo– están llenas de gatos domésticos. Campan a sus anchas por los
alrededores de las casas en los pueblos de montaña y acaban anualmente con
cifras extraordinarias de aves residentes y migratorias. Se trata, en principio,
de una realidad no deseable, pero que responde a la necesidad de controlar a ratas
y ratones. Estos roedores fueron introducidos en la isla balear hace quizá
2.000 años, en tiempos de los romanos, y a falta de depredadores nativos pueden
convertirse en una auténtica plaga. En Mallorca habita una comunidad bastante
simple de depredadores introducidos que incluye comadrejas, martas y ginetas. Así
que el objetivo conservacionista de controlar a los gatos asilvestrados está
condicionado por la previa eliminación de los roedores, algo casi imposible de
abordar en una superficie de 3.600 kilómetros cuadrados.
Por ejemplo la eliminación de gatos
domésticos en Little Barrier Island (Nueva Zelanda), debido a la presión que
ejercían sobre las aves marinas (2), trajo consigo un aumento en la densidad de
ratas y un considerable descenso en el éxito reproductor del petrel de Cook (Pterodroma cookii). Claro que si el
problema provocado por los gatos fuera una mayor mortalidad de adultos
reproductores, el efecto de una menor productividad no sería tan grave, dado
que la supervivencia es más importante que la fecundidad en términos de tasa de
crecimiento de una población de aves longevas. Pero resulta que las ratas
también afectaban directamente a la supervivencia anual de los adultos de petrel
de Cook, una especie de pequeño tamaño dentro de las aves marinas. En fin, cada
caso es un mundo y es difícil generalizar sin riesgo de equivocarse. Algo
parecido puede ocurrir si en una isla coexisten ratas y ratones y sólo se
controla a las ratas: los ratones pueden proliferar y acaban siendo un grave
problema de conservación (3, 4).
Quitar y poner siempre tiene consecuencias
Una de las técnicas más empleadas
por los gestores de fauna silvestre es poner y quitar especies en los sistemas
naturales. Hace pocos años se propuso introducir en Norteamérica especies
actuales que recompusieran la megafauna extinta a principios del Holoceno o
que, al menos, tuvieran un papel ecológico lo más equivalente posible (5). El
plan pretendía recuperar unas relaciones funcionales ya desaparecidas, como la dispersión
de semillas, en muchos sistemas que aún conservan síndromes adaptativos a la
presencia de aquella gran fauna del pasado. Pero, aunque la intención era buena
y estaba basada en sólidos principios ecológicos, no tenía en cuenta el riesgo
de obtener resultados inesperados e indeseados. Por ejemplo, las especies
introducidas podrían ser portadoras de enfermedades infecciosas peligrosas para
la fauna nativa. Esta lección ya deberíamos haberla aprendido a raíz de las
meteduras de pata que se han cometido en el mundillo de la lucha biológica contra
las plagas. El hecho de introducir a un depredador de la región de origen de la
especie exótica invasora tiene a menudo consecuencias colaterales e imprevistas
para las especies-presa nativas.
Por otra parte, la eliminación de
fauna también puede acarrear efectos imprevistos en cascada, precisamente lo
que se pretende evitar con propuestas como las anteriores. Así, la exclusión durante
diez años de grandes mamíferos ramoneadores en la sabana africana redujo la
cantidad de néctar y el alojamiento que ofrecían las acacias a las hormigas.
Los árboles desprovistos de hormigas fueron más duramente atacados por un
escarabajo, crecieron más despacio y sufrieron una mayor mortalidad que los
ocupados por las hormigas mutualistas de las acacias. En este caso, la megafauna
ausente pone de manifiesto la existencia de un amplio espectro de simbiosis, en
el que están involucrados desde los insectos hasta los mamíferos de gran talla
(6). Como le gusta decir muy acertadamente a un viejo amigo mío, translocar
especies (incluso en el caso de las especies amenazadas) es seguir visitando la
trasnochada idea de las repoblaciones cinegéticas. El procedimiento es el
mismo, sólo cambian los sujetos de la suelta. En realidad, lo que necesitamos es
un cambio de paradigma, trabajar sobre todo en la conservación de los hábitats
y pasar del modelo de las repoblaciones vegetales (con especies autóctonas o
sin ellas) al modelo de la facilitación vegetal (7). Este método tiene unas bases
ecológicas profundas y es más apropiado para los ecosistemas mediterráneos,
marcados por la crudeza del estío.
Los comederos para buitres fomentan la baja dispersión de las aves y, con ello, la formación de tríos reproductores que pueden reducir el éxito reproductor (Foto: Clara García-Ripollés) (10) |
Comida suplementaria, desastre asegurado
La disponibilidad de comida es
uno de los factores limitantes del crecimiento de las poblaciones, de modo que
tocar este componente del sistema tendrá siempre consecuencias impredecibles en
mayor o menor grado. Las embarcaciones turísticas dedicadas a la observación de
fauna marina en el Mediterráneo suelen atraer a los peces con pienso en sitios
predeterminados para que el espectáculo resulte más atractivo. Con esta
inofensiva –e incluso aparentemente positiva– actividad se acaba favoreciendo el
aumento de distintas poblaciones de peces, lo que puede tener consecuencias
negativas para la comunidad animal de invertebrados que viven sobre las hojas
de posidonia (Posidonia oceanica). La
lista de ejemplos relacionados con los efectos indirectos e inesperados de la
alimentación suplementaria necesitaría un anexo electrónico para no ocupar
todas las páginas de Quercus: restos
de caza mayor que aumentan la supervivencia invernal de los depredadores del
urogallo en Pirineos; comederos para buitres que fomentan la baja dispersión de
las aves y, con ello, la formación de tríos que reducen el éxito reproductor;
descartes de la pesca comercial que disparan el crecimiento de las colonias de
gaviotas, las cuales pueden depredar después sobre otras especies; basureros
que alteran los patrones de migración de las cigüeñas…etcétera, etcétera,
etcétera.
Muchas veces, lo más aconsejable
ante un aparente problema ecológico es no hacer nada, como predica el milenario
taoísmo chino y como ya decía Carlos Herrera en su estupendo artículo del número
251 de Quercus (8). Dado que políticos
y gestores difícilmente harán caso de tal sugerencia, porque han de rellenar
memorias anuales justificando su trabajo, quizá sea conveniente recordar que
existen herramientas de análisis bien elaboradas, como la denominada gap theory, que determina cuánta incertidumbre puede ser
tolerada antes de que nuestra decisión cambie. La inferencia estadística
bayesiana (9), que trata de aprovechar al máximo la información previa
disponible sobre el sistema estudiado, también puede resultar una buena ayuda
para que las personas encargadas de tomar decisiones tengan menos riesgos de
montar un circo y que le crezcan los enanos. Con todos mis respetos para los
circos sin animales y, por supuesto, para las personas más bajitas.
Bibliografía
(1) Stewart, G.B. y otros autores (2008). Are marine protected areas
effective tools for sustainable fisheries management? I: Biodiversity impact of
marine reserves in temperate zones. Systematic Review, 23. Disponible en
http://www.environmentalevidence.org/Documents/Summary/Summary-SR23.pdf
(2) Caut, S. y otros autores (2007). Rats dying for mice: modelling the
competitor release effect. Austral
Ecology, 32: 858-868.
(3) Le Corre, M. (2008). Cats, rats and
seabirds. Nature, 451:
134-135.
(4) Cuthbert, R. y Hilton, G. (2004). Introduced house mice Mus musculus: a significant predator of
threatened and endemic birds on Cough Island , South Atlantic Ocean ?
Biological Conservation, 117:
483-489.
(5) Donlan, J. y otros autores (2006). Pleistocene rewilding: an
optimistic agenda for twenty-first century conservation. The American Naturalist, 168: 660-681.
(6) Palmer, T.M. y otros autores (2008). Breakdown of an ant-plant mutualism
follows the loss of large herbivores from an African savanna. Science, 319: 192-195.
(7) Pugnaire, F.I.;
Armas, C. y Tirado, R. (2002). Interacciones entre plantas de alta montaña.
Quercus, 200: 28-32.
(8) Herrera, C.M.
(2007). Cada problema complejo tiene siempre una solución sencilla, que
generalmente es errónea. Quercus,
251: 10-11.
(9) Ellison, A.M. (1996). An introduction to Bayesian
inference for ecological research and environmental decision-making. Ecological Applications, 6: 1.036-1.046.
(10) Carrete, M., Donázar, J.A., Margalida, A., Bertrán, J. (2006). Linking ecology, behaviour and conservation: does habitat saturation change the mating system of bearded vultures? Biology Letters 2: 624-627.
(10) Carrete, M., Donázar, J.A., Margalida, A., Bertrán, J. (2006). Linking ecology, behaviour and conservation: does habitat saturation change the mating system of bearded vultures? Biology Letters 2: 624-627.
És cert que queden genetes a Mallorca?
ResponderEliminarFa unes poques setmanes ha caigut una viva a un safereig eixut a la possesió de Bella Vista d'Esporles Miquel.
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