martes, 26 de junio de 2012

Torpezas y trucos

Solemos pensar que la fauna salvaje está perfectamente adaptada a su medio y puede con todo. Una idea que se aleja bastante de la realidad y emana de nuestro equivocado enfoque de la evolución como proceso que fabrica perfecciones. En realidad, los animales y las plantas sobreviven en su día a día dentro de un mar de torpezas y gracias a ciertos trucos. De hecho, si tienen la más mínima ocasión de escoger, se aburguesan tan rápido como los seres humanos.

A veces no queremos ver lo que tenemos delante de las narices. Te forjas una imagen idealizada de algo, te invade una especie de enamoramiento y ves las cosas como quieres que sean, no como son en realidad. Uno de esos embelesamientos es el que nos lleva a pensar que los animales son muy eficientes y capaces de cualquier cosa. Sin embargo, si uno se para a reflexionar un poco sobre las aparentes anécdotas que ha ido recopilando a lo largo de su vida, surge una nueva impresión: la fauna silvestre es, en realidad, tan torpe como nosotros mismos en sus quehaceres cotidianos.

Golondrinas, canasteras y fango
En un reciente viaje por la Grecia continental vi cómo un grupo de aviones comunes y golondrinas recogían barro en el cauce de un riachuelo, que atravesaba el centro de un pueblo, para construir o reconstruir sus nidos. Estuve un rato prestando atención al modo en que recolectaban la arcilla con el pico y me di cuenta de que era una tarea difícil y costosa. No es fácil, para un avecilla de tarsos cortos, aterrizar en una playa de fango sin llenarse las patas de tan pegajoso material, sobre todo si hay que estar alerta ante la llegada de posibles depredadores o de eventuales oleadas de agua movida por el viento.

Eso me trajo a la mente la imagen de unos pollos de canastera que muchos años antes encontramos criando en unos campos de algodón abandonados en el entorno de los embalses de El Hondo (Alicante). Era patético ver cómo se les formaban auténticas bolas de barro alrededor de las patas, hasta el punto de que algunos pollos habían sufrido amputaciones al secarse el fango. Al parecer, algo semejante pasa a veces con los pollos de flamenco en África, cuando se desplazan desde las lagunas que se secan a otras que todavía tienen agua. Uno pensaría que, siendo las canasteras aves de zonas húmedas, y aviones y golondrinas aves que siempre construyen el nido con adobe, unas y otros supieran cómo manejarse para evitar los efectos negativos del barro. Pero no siempre es así.

Volar y aterrizar
Otro momento delicado para muchas especies de aves especialmente adaptadas al vuelo o a la vida acuática es cuando tienen que aterrizar en sus nidos o dormideros. Uno de los casos más patéticos que he observado en directo es el de los vencejos comunes. Cerca de mi casa hay una pequeña colonia a pocos metros del suelo, bajo los aleros de una casa antigua con techumbre de teja árabe apoyada en grandes vigas de madera. Los vencejos crían en los huecos y es un espectáculo espiarlos en sus ruidosas y veloces entradas al nido. Necesitan varios intentos para conseguir un aterrizaje apropiado, porque muchas veces chocan de manera estrepitosa contra las vigas y las tejas. Es normal. Los vencejos son máquinas de volar, con unas alas proporcionalmente muy largas y estrechas y unos tarsos reducidos al mínimo. De hecho, son parientes próximos de los colibríes, otro grupo eminentemente volador y de tarsos diminutos.
Pero los vencejos no son los únicos con problemas de aterrizaje. A similar inconveniente se enfrentan los cormoranes moñudos, aves de hábitos nadadores, cuando tienen que posarse en los acantilados para dormir. Casi nunca consiguen un buen aterrizaje al primer intento. Lo mismo cabe decir de los albatros, cuyas largas alas, geniales para planear sobre las olas, son un incordio para posarse en tierra firme. A veces sería más acertado juzgar como caídas los aterrizajes de las aves marinas que entran a las colonias de noche cerrada y sin luna, caso de las pardelas y los paíños. Si un observador se sitúa en plena zona de nidificación puede encontrarse con la sorpresa de que las aves le caigan directamente encima.


Los lobos emplean en sus desplazamientos las pistas forestales e incluso las carreteras más a menudo de lo que pensamos (Foto: Angel J. España)

El gran cazador
Otro mito es, sin duda, el del gran cazador. He tenido ocasión de observar con calma a las salamanquesas comunes cuando cazan de noche sobre ventanas y faroles. La situación no puede ser más favorable para ellas. Los insectos se ven atraídos por la luz artificial, sustituta de la de la luna, y siguen acudiendo a ella aunque un monstruo se interponga en su camino. Así que para las salamanquesas debería ser fácil conseguir alimento. No sé si achacarlo a esa seguridad o a que ya estuvieran saciadas, pero muchas veces necesitan varios intentos para hacerse incluso con polillas de tamaño considerable que chocaban directamente con ellas.

La misma torpeza es fácil de observar en las aves marinas cuando pescan o en las rapaces cuando cazan. No son máquinas perfectas, ni mucho menos. Creo que todavía tenemos idealizado incluso nuestro pasado de cazador. Sin embargo, más que a cazar, en muchos casos nos dedicábamos a recolectar fauna carente de mecanismos para eludirnos. Así ocurrió cuando llegamos a islas sin depredadores o a continentes, como el americano, donde nuestra especie era desconocida hasta hace sólo unos 15.000 años. La fauna sin miedo fue más bien recolectada, como los frutos, que cazada. Pero, claro, no siempre fue así. Cazar mamuts con herramientas toscas en la Europa paleolítica debía requerir unas habilidades extraordinarias.
Podría seguir poniendo ejemplos de torpezas (pardelas a las que se le rompen los huevos al rodar y estrellarse contra las piedras, mérgulos marinos que mueren ahogados en masa durante las tempestades) pero no lo creo necesario. Seguro que el lector tiene en mente los suyos propios y prefiero pasar a otro aspecto que aborda la falta de perfección, pero en positivo. Me refiero a lo que he denominado “trucos”. Recuerdo que una vez vi un documental sobre esas decoraciones típicas de Marruecos hechas con trocitos minúsculos de madera que decoran las tapas de los cofres para joyas. No se colocan trozo a trozo costosamente, como cabría esperar al ver el resultado final, sino que el dibujo se consigue juntando largos haces de fibras hasta que en la superficie se obtiene el diseño deseado. Luego se fija el conjunto y se hacen cortes transversales muy finos del manojo de largas hebras de colores, de modo que se obtienen numerosas copias del mismo motivo. Por lo tanto, la cosa tiene truco. Como esos papelitos que doblamos múltiples veces y luego recortamos aquí y allá con unas tijeras para colgar en las fiestas. El resultado final da pocas pistas de cómo se llegó hasta allí. Pues lo mismo sucede en la naturaleza. Hay multitud de trucos que tienen poco de mágico y mucho de estrategia de supervivencia.

Caminos en la mar
Sentado en una roca en un bosquete de pinos descubrí que, sin querer, había interrumpido la senda por la que transitaba un pequeño ratón de campo. Era de día y el ratoncillo salía de su escondite, se dirigía hacia mí siguiendo una ruta directa y al olerme se daba la vuelta y volvía a su escondrijo entre las rocas. Y así repetidas veces. Podría haberme esquivado cambiando un poco su ruta, pero no lo hizo. Ese comportamiento me dio pistas para suponer cómo se las apañan las rapaces nocturnas para encontrar roedores con tanta eficiencia. Los ratones probablemente siguen rutas de desplazamiento fijas, como nosotros usamos caminos, aceras y carreteras. Una lechuza o un cárabo sólo tienen que encontrar una de esas rutas (o una encina que acaba de soltar sus bellotas o un vertedero donde acuden las ratas sin falta) y esperar a que el flujo de roedores comience. Después entrarán en juego su estupenda visión nocturna, el vuelo silencioso, la espléndida capacidad auditiva, el poder de las garras… Pero, de entrada, la cosa tiene truco. Una rapaz nocturna no se pone en medio del bosque, al azar, esperando a que la casualidad le traiga algo. No funciona así.

Muchos otros animales siguen caminos y sendas similares. Entre ellos los mamíferos depredadores, lo que facilitó la tarea de tramperos que, básicamente, seguían la misma estrategia que las lechuzas. Hasta tal punto llega su preferencia por los caminos trillados, que lobos, zorros y mustélidos aprovechan para desplazarse las pistas forestales abiertas por nuestra especie. Obviamente, son mucho más cómodas también para ellos. Recuerdo que una vez vi cómo unos ciervos pasaban a toda velocidad un vallado cinegético en la Sierra Morena jienense. Fue visto y no visto. Pensé que quizá lo habían saltado, pero al acercarme descubrí que el vallado estaba roto en ese punto. Los ciervos tenían perfectamente controlado el punto de paso y su ruta debía transcurrir diariamente por allí. Rutinas diarias que también siguen las rapaces diurnas, como las águilas calzadas y los milanos reales, que suelen verse campear en los mismos sitios y a las mismas horas en busca de alimento.

En definitiva, la fauna salvaje no es tan salvaje como nos gusta pensar. No pueden con todo. A menudo son torpes y han de solucionar sus problemas con maña, más que con fuerza. En este sentido, la actividad humana se impone como un factor de selección de genotipos crecientemente torpes pero también crecientemente espabilados. Quizá las salamanquesas torpes de mis faroles no sobrevivirían fuera del medio urbano sin ayuda de la luz, acechadas por muchos más depredadores que los gatos domésticos. Y quizá muchas de las gaviotas que se alimentan de los descartes pesqueros ya no sean capaces de buscar su sustento en un mar libre de barcas. Pero han sido “listas” (en el sentido de flexibles) para buscarse la vida en un nuevo ambiente. Al final, resulta que damos forma a la vida silvestre a nuestra imagen y semejanza, como a los dioses.


Agradecimientos
A Daniel Oro, por su sugerencia sobre la posible labor de selección que ejerce la alimentación suplementaria de las gaviotas; a Mario Díaz, por confirmarme que los ratones son esencialmente rutinarios; y a Pablo Sierra, por ayudarme con la foto lobera.

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