lunes, 25 de septiembre de 2017

¿Espacios protegidos o no?

La declaración de espacios protegidos fue un paso necesario, pero no suficiente, para conservar la diversidad biológica. El destino natural de un espacio protegido es ser abandonado por las especies que en su día lo propiciaron y justificaron.

Hemos avanzado mucho desde la declaración de Picos de Europa y Ordesa como parques nacionales en 1918. Han pasado casi cien años e imagino que habrá previstas grandes celebraciones para el año que viene. Por el camino no hemos estado de brazos cruzados: contamos ahora con más de 1.500 espacios protegidos bajo diversas categorías, lo que representa más del 25% de nuestro territorio. Toda esa política de protección fue absolutamente necesaria cuando las autonomías adquirieron competencias en materia ambiental hacia mediados de los años ochenta. La naturaleza se encontraba entonces en cotas muy bajas de conservación. La superficie forestal venía creciendo a fuerza de repoblaciones desde los años cuarenta, pero los ecosistemas acuáticos tocaban fondo debido al incremento de la contaminación. Urgía detener determinados procesos y cambiar de rumbo. En ese contexto histórico los espacios protegidos fueron un acierto. Mayor o menor según los casos, pero positivo en términos generales. Ha llovido mucho desde entonces y ahora podemos mirar hacia atrás con cierta perspectiva, y también hacia adelante con nuevos ojos. 

Grupo de focas monje en una de las cuevas donde se refugian en las costas acantiladas de Cabo Blanco (Mauritania). Nuestro objetivo no debe ser sólo conservar las especies en sus antiguos refugios, convertidos en espacios protegidos, sino sobre todo conseguir unas buenas condiciones fuera de ellos. Foto M.A.Cedenilla/CBD-Habitat. 
Refugios y hábitats de sustitución
Es importante darse cuenta de que los primeros espacios protegidos los creamos donde aún quedaba algo de fauna. Y, también, que tales espacios no eran necesariamente los mejores para esa fauna. En muchos casos eran lo que ahora se denomina “refugios ecológicos”, es decir, espacios de menor calidad que los animales colonizan cuando los lugares óptimos han sido ocupados o transformados por la actividad humana. Por ejemplo, a lo largo de nuestra historia hemos perdido, o reducido a su mínima expresión, lugares de primera magnitud como las lagunas de Antela, La Janda o La Nava. Las aves acuáticas que las ocupaban tuvieron que dirigirse a espacios de menor tamaño donde la presión humana era mayor. Las llanuras con buen suelo fueron casi totalmente dedicadas a la agricultura, de modo que hasta la ganadería fue relegada a zonas más altas y con pendiente moderada, en buena medida a costa del bosque. En otros casos, los antiguos espacios naturales habían sido duramente transformados pero aún conservaban buena parte de su atractivo original, caso de arrozales, salinas o muchas estepas cerealistas. En definitiva eran lo que ahora denominamos "hábitats de sustitución" (1). Pero conviene tener presente que refugios y hábitats de substitución fueron la materia prima de los espacios protegidos.

Usos tradicionales y espacios protegidos
En general, hemos abandonado muy rápido las fórmulas tradicionales de explotación agraria, ganadera y forestal, incluso dentro de los propios espacios protegidos, pensando que era mejor para la flora y la fauna que queríamos conservar. Por ejemplo, la interrupción de sacas, quemas y pastoreo ha dado alas a la sucesión ecológica y los espacios protegidos, antaño mantenidos en un estado infantil, han crecido hasta hacerse mayores. Eso ha beneficiado a unos cuantos especialistas forestales, pero a costa de perjudicar a muchos depredadores cuya dieta se sustentaba fundamentalmente en el conejo y la perdiz, presas que gustan de espacios abiertos. Lo mismo puede decirse de las plantas que prefieren los ambientes soleados. No es casualidad que las águilas imperiales se salgan ahora del monte mediterráneo protegido y ocupen zonas agrícolas donde abunda el conejo. Siempre que cuenten con algún árbol grande para instalar el nido, ya sean chopos, eucaliptos o pinos. Lo mismo ocurre con los linces en Sierra Morena que ahora se salen del monte mediterráneo a los olivares en busca de conejos. En Galicia hemos detectado que la principal causa de  disminución de anfibios  es el abandono del mundo rural y el avance de la vegetación sin control, factores de mayor calado que otros considerados más graves, como enfermedades emergentes, atropellos y especies invasoras (2).

Zonas protegidas aisladas
Los espacios protegidos son por definición islas, pues están rodeados de una matriz de terreno inhóspito. El número de especies que alberga una isla es un compromiso dinámico entre las que se extinguen y las que llegan como colonizadoras. Si la colonización se ve interrumpida por una barrera infranqueable, el destino de los espacios protegidos es perder especies de forma paulatina. Además, si los fragmentos protegidos son cada vez más pequeños, desaparecen más rápidamente aquellas especies que necesitan áreas de campeo extensas, o las que prefieren vivir lejos de sus bordes. Todo esto se ve muy bien en los retazos de selva tropical a medida que se hacen más y más pequeños. 

Pero lo más curioso es que perder especies en un espacio protegido no siempre es un fracaso para la conservación. Como decíamos al principio, los espacios protegidos se declararon a partir de aquellos lugares que aún albergaban flora y fauna, muchos de los cuales tenían una calidad menor de la deseada. Si ahora, tras décadas de aplicar la legislación ambiental, ha aumentado la calidad de los lugares situados fuera de los espacios protegidos, es de esperar que muchas especies los colonicen dado que fuera las cosas ya no están tan mal.

Los aguiluchos cenizos de Castellón
Es un desplazamiento parecido al éxodo rural humano. A veces sólo sucede tras un impacto que fuerza a los individuos a dispersarse y explorar nuevos territorios. Sin ese mazazo inicial, la pereza y la rutina tienden a imponerse y los límites del área de campeo se mantienen fijos. Eso fue lo que les pasó a buitres leonados y aguiluchos cenizos en la provincia de Castellón, tras sendos golpes asestados por la construcción de parques eólicos y el tan célebre como innecesario aeropuerto (3). Tras dispersarse fuera de sus zonas de confort, unos refugios no protegidos por la ley, las poblaciones aumentaron rápido y de forma considerable. También se aprecia en los aguiluchos cenizos que se refugiaron en el Parque Natural Prat de Cabanes-Torreblanca (Castellón) a mediados de los 80, un humedal costero subóptimo para ellos, tras los numerosos incendios de los años setenta. A partir del año 2000 los aguiluchos empezaron a abandonar el parque y la única explicación que hemos encontrado a este hecho insólito es la baja frecuencia de los incendios forestales en el interior de Castellón y con ello la recuperación de una densa maquia de coscoja que ha facilitado que las rapaces nidificaran. La señal para dispersar desde el Prat de Cabanes fue un cambio en la estructura local del hábitat, asociado al abandono de la ganadería y a la interrupción de las quemas del carrizal tras protegerse el espacio. Como en el caso de una familia bien avenida, la situación ideal es que los hijos vuelen por sí mismos y se vayan de casa en busca de las condiciones que ellos estimen idóneas. Lo importante es que tales condiciones existan en otra parte. A veces, la causa de la dispersión son los inevitables conflictos generacionales y no sólo que la habitación se haya quedado pequeña o la curiosidad por conocer nuevos horizontes. Pero lo más importante es que haya otro sitio a donde ir. 

El futuro de las zonas protegidas
Por tanto, lo mejor que podemos hacer es gestionar el territorio de forma integral. Pocos espacios protegidos nuevos son ya necesarios. La prioridad debería ser aplicar la normativa protectora fuera de ellos y ampliar así el campo de acción a territorios de alta calidad ahora “vacíos” de fauna y que, tarde o temprano, acabarán por ser descubiertos. Nuestra actual legislación es más que suficiente para lograr ese objetivo. Los osos o los quebrantahuesos han de abandonar sus históricos refugios de la alta y agreste montaña. Las focas monje no deben volver a las cuevas de islas e islotes, sino a las playas continentales de donde son originarias. Los flamencos no criarían en salinas si hubiera marismas costeras de igual o mejor calidad. Hemos de hacer que todo esto sea posible. No lo hemos hecho mal en estos últimos treinta años, pero sólo habremos triunfado del todo cuando la flora y la fauna sean similares tanto fuera como dentro de los espacios protegidos. No perdáis de vista este objetivo. La era del espacio protegido como fin último y primordial ya ha pasado. Como la era de la televisión.

 Agradecimientos
Juan Jiménez y Pilar Santidrián comentaron un borrador del artículo. Pedro Galán me facilitó un informe inédito sobre la herpetofauna de Corrubedo.
  
Bibliografía

(1) Martínez-Abraín, A. y Jiménez, J. (2016). Anthropogenic areas as incidental substitutes for original habitat. Conservation Biology, 30: 593-598.
(2) Galán, P. (2016). Monitorización de la herpetofauna en el Parque Natural do Complexo Dunar de Corrubedo e Lagoas de Carregal e Vixán (Ribeira - A Coruña). Dirección General de Conservación de la Naturaleza. Xunta de Galicia. Informe inédito.
(3) Oro, D.; Jiménez, J. y Curcó, A. (2012). Some clouds have a silver lining: paradoxes of anthropogenic perturbations from study-cases on long-lived social birds. PLoS ONE, 7 (8): e42753. doi:10.1371/journal.pone.0042753.

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