La declaración
de espacios protegidos fue un paso necesario, pero no suficiente, para conservar
la diversidad biológica. El destino natural de un espacio protegido es ser
abandonado por las especies que en su día lo propiciaron y justificaron.
Hemos
avanzado mucho desde la declaración de Picos de Europa y Ordesa como parques
nacionales en 1918. Han pasado casi cien años e imagino que habrá previstas
grandes celebraciones para el año que viene. Por el camino no hemos estado de
brazos cruzados: contamos ahora con más de 1.500 espacios protegidos bajo
diversas categorías, lo que representa más del 25% de nuestro territorio. Toda
esa política de protección fue absolutamente necesaria cuando las autonomías
adquirieron competencias en materia ambiental hacia mediados de los años
ochenta. La naturaleza se encontraba entonces en cotas muy bajas de
conservación. La superficie forestal venía creciendo a fuerza de repoblaciones
desde los años cuarenta, pero los ecosistemas acuáticos tocaban fondo debido al
incremento de la contaminación. Urgía detener determinados procesos y cambiar de
rumbo. En ese contexto histórico los espacios protegidos fueron un acierto.
Mayor o menor según los casos, pero positivo en términos generales. Ha llovido
mucho desde entonces y ahora podemos mirar hacia atrás con cierta perspectiva,
y también hacia adelante con nuevos ojos.
Refugios y
hábitats de sustitución
Es
importante darse cuenta de que los primeros espacios protegidos los creamos donde
aún quedaba algo de fauna. Y, también, que tales espacios no eran
necesariamente los mejores para esa fauna. En muchos casos eran lo que ahora se
denomina “refugios ecológicos”, es decir, espacios de menor calidad que los
animales colonizan cuando los lugares óptimos han sido ocupados o transformados
por la actividad humana. Por ejemplo, a lo largo de nuestra historia hemos perdido, o
reducido a su mínima expresión, lugares de primera magnitud como las lagunas de
Antela, La Janda o La Nava. Las aves acuáticas que las ocupaban tuvieron que
dirigirse a espacios de menor tamaño donde la presión humana era mayor. Las
llanuras con buen suelo fueron casi totalmente dedicadas a la agricultura, de
modo que hasta la ganadería fue relegada a zonas más altas y con pendiente
moderada, en buena medida a costa del bosque. En otros casos, los antiguos
espacios naturales habían sido duramente transformados pero aún conservaban
buena parte de su atractivo original, caso de arrozales, salinas o muchas
estepas cerealistas. En definitiva eran lo que ahora denominamos "hábitats de
sustitución" (1). Pero conviene tener presente que refugios y hábitats de substitución fueron la materia prima
de los espacios protegidos.
Usos
tradicionales y espacios protegidos
En
general, hemos abandonado muy rápido las fórmulas tradicionales de explotación agraria,
ganadera y forestal, incluso dentro de los propios espacios protegidos,
pensando que era mejor para la flora y la fauna que queríamos conservar. Por
ejemplo, la interrupción de sacas, quemas y pastoreo ha dado alas a la sucesión
ecológica y los espacios protegidos, antaño mantenidos en un estado infantil,
han crecido hasta hacerse mayores. Eso ha beneficiado a unos cuantos especialistas
forestales, pero a costa de perjudicar a muchos depredadores cuya dieta se
sustentaba fundamentalmente en el conejo y la perdiz, presas que gustan de espacios
abiertos. Lo mismo puede decirse de las plantas que prefieren los ambientes soleados.
No es casualidad que las águilas imperiales se salgan ahora del monte
mediterráneo protegido y ocupen zonas agrícolas donde abunda el conejo. Siempre
que cuenten con algún árbol grande para instalar el nido, ya sean chopos,
eucaliptos o pinos. Lo mismo ocurre con los linces en Sierra Morena que ahora se salen del monte mediterráneo a los olivares en busca de conejos. En
Galicia hemos detectado que la principal causa de disminución de anfibios es el abandono del mundo rural y el avance de
la vegetación sin control, factores de mayor calado que otros considerados más
graves, como enfermedades emergentes, atropellos y especies invasoras (2).
Zonas protegidas
aisladas
Los
espacios protegidos son por definición islas, pues están rodeados de una matriz
de terreno inhóspito. El número de especies que alberga una isla es un
compromiso dinámico entre las que se extinguen y las que llegan como
colonizadoras. Si la colonización se ve interrumpida por una barrera infranqueable,
el destino de los espacios protegidos es perder especies de forma paulatina. Además,
si los fragmentos protegidos son cada vez más pequeños, desaparecen más
rápidamente aquellas especies que necesitan áreas de campeo extensas, o las que
prefieren vivir lejos de sus bordes. Todo esto se ve muy bien en los retazos de
selva tropical a medida que se hacen más y más pequeños.
Pero lo más curioso es que perder especies en un espacio protegido no siempre es un fracaso para la conservación. Como decíamos al principio, los espacios protegidos se declararon a partir de aquellos lugares que aún albergaban flora y fauna, muchos de los cuales tenían una calidad menor de la deseada. Si ahora, tras décadas de aplicar la legislación ambiental, ha aumentado la calidad de los lugares situados fuera de los espacios protegidos, es de esperar que muchas especies los colonicen dado que fuera las cosas ya no están tan mal.
Pero lo más curioso es que perder especies en un espacio protegido no siempre es un fracaso para la conservación. Como decíamos al principio, los espacios protegidos se declararon a partir de aquellos lugares que aún albergaban flora y fauna, muchos de los cuales tenían una calidad menor de la deseada. Si ahora, tras décadas de aplicar la legislación ambiental, ha aumentado la calidad de los lugares situados fuera de los espacios protegidos, es de esperar que muchas especies los colonicen dado que fuera las cosas ya no están tan mal.
Los aguiluchos
cenizos de Castellón
Es
un desplazamiento parecido al éxodo rural humano. A veces sólo sucede tras un
impacto que fuerza a los individuos a dispersarse y explorar nuevos
territorios. Sin ese mazazo inicial, la pereza y la rutina tienden a imponerse
y los límites del área de campeo se mantienen fijos. Eso fue lo que les pasó a
buitres leonados y aguiluchos cenizos en la provincia de Castellón, tras sendos
golpes asestados por la construcción de parques eólicos y el tan célebre como innecesario
aeropuerto (3). Tras dispersarse fuera de sus zonas de confort, unos refugios no
protegidos por la ley, las poblaciones aumentaron rápido y de forma considerable.
También se aprecia en los aguiluchos cenizos que se refugiaron en el Parque
Natural Prat de Cabanes-Torreblanca (Castellón) a mediados de los 80, un humedal
costero subóptimo para ellos, tras los numerosos incendios de los años setenta.
A partir del año 2000 los aguiluchos empezaron a abandonar el parque y la única
explicación que hemos encontrado a este hecho insólito es la baja frecuencia de
los incendios forestales en el interior de Castellón y con ello la recuperación
de una densa maquia de coscoja que ha facilitado que las rapaces nidificaran.
La señal para dispersar desde el Prat de Cabanes fue un cambio en la estructura
local del hábitat, asociado al abandono de la ganadería y a la interrupción de las
quemas del carrizal tras protegerse el espacio. Como
en el caso de una familia bien avenida, la situación ideal es que los hijos
vuelen por sí mismos y se vayan de casa en busca de las condiciones que ellos
estimen idóneas. Lo importante es que tales condiciones existan en otra parte.
A veces, la causa de la dispersión son los inevitables conflictos
generacionales y no sólo que la habitación se haya quedado pequeña o la
curiosidad por conocer nuevos horizontes. Pero lo más importante es que haya otro sitio a donde ir.
El futuro de las
zonas protegidas
Por
tanto, lo mejor que podemos hacer es gestionar el territorio de forma integral.
Pocos espacios protegidos nuevos son ya necesarios. La prioridad debería ser
aplicar la normativa protectora fuera de ellos y ampliar así el campo de acción
a territorios de alta calidad ahora “vacíos” de fauna y que, tarde o temprano, acabarán
por ser descubiertos. Nuestra actual legislación es más que suficiente para lograr
ese objetivo. Los osos o los quebrantahuesos han de abandonar sus históricos refugios de la alta y agreste montaña. Las focas monje no deben volver a las cuevas de islas e islotes, sino a
las playas continentales de donde son originarias. Los flamencos no criarían en
salinas si hubiera marismas costeras de igual o mejor calidad. Hemos de hacer
que todo esto sea posible. No
lo hemos hecho mal en estos últimos treinta años, pero sólo habremos triunfado del
todo cuando la flora y la fauna sean similares tanto fuera como dentro de los
espacios protegidos. No perdáis de vista este objetivo. La era del espacio
protegido como fin último y primordial ya ha pasado. Como la era de la
televisión.
Agradecimientos
Juan
Jiménez y Pilar Santidrián comentaron un borrador del artículo. Pedro Galán me facilitó
un informe inédito sobre la herpetofauna de Corrubedo.
Bibliografía
(1) Martínez-Abraín, A. y Jiménez, J. (2016).
Anthropogenic areas as incidental substitutes for
original habitat. Conservation
Biology,
30: 593-598.
(2) Galán, P. (2016). Monitorización de la herpetofauna en el Parque Natural do Complexo
Dunar de Corrubedo e Lagoas de Carregal e Vixán (Ribeira - A Coruña).
Dirección General de Conservación de la Naturaleza. Xunta de Galicia. Informe inédito.
(3) Oro, D.;
Jiménez, J. y Curcó, A. (2012). Some clouds have a silver lining: paradoxes
of anthropogenic perturbations from study-cases on long-lived social birds. PLoS ONE, 7 (8): e42753.
doi:10.1371/journal.pone.0042753.
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