lunes, 5 de agosto de 2013

¡Qué limpio está mi jardín!

Mucha gente que llega al mundillo de la conservación de la naturaleza se sorprende al descubrir que buena parte de los indicadores ambientales, tanto ibéricos como europeos, han seguido una tendencia positiva durante las últimas décadas. La razón es que aún se mantiene la inercia de los mensajes catastrofistas lanzados en los años sesenta y setenta, cuando se pasó de golpe de una sociedad rural, agraria y ganadera, a otra urbana e industrial. Sin embargo, el naturalista avezado sabe bien que no es así.

Ciertamente, la lista de los avances es enorme: la destrucción de humedales costeros ha sido detenida, se han creado infinidad de espacios protegidos –incluidas redes europeas que en España atañen a un 5% del territorio–, ya no se arrasan bosques autóctonos para plantar cultivos madereros, las aguas fecales e industriales son separadas y depuradas, y nadie usa plaguicidas tan nocivos como el DDT o aquellos fluorocarbonos que dañaban la capa de ozono. Además, se ha potenciado la agricultura ecológica, el reciclaje de residuos sólidos y las energías limpias. La gasolina con plomo está prohibida e incluso se ha avanzado mucho en resolver el problema del plumbismo debido a la munición de caza. También se han impulsado innumerables proyectos para reintroducir fauna amenazada, la ley obliga a reducir los impactos de las obras de infraestructura, se han restaurado zonas degradadas y los ríos ya no se repueblan con especies exóticas, al tiempo que se trata de controlar a las ya establecidas y las nutrias ganas territorios perdidos.

En fin, no creo necesario seguir enumerando ejemplos para apoyar la tesis de que llevamos al menos veinte años mejorando en conjunto (con sus más y sus menos) la maltrecha situación en la que dejamos la naturaleza europea tras nuestro abandono del sistema agrosilvopastoral tradicional de supervivencia. No quisiera que esta introducción se convirtiera en una larga argumentación al estilo de El origen de las especies de Darwin o Colapso de Jared Diamond (1). En los primeros capítulos de ambas obras sus autores aportan pruebas más que suficientes para vislumbrar que lo que defienden es cierto. De hecho, cada lector podría añadir alguna contribución del movimiento conservacionista a la lista del primer párrafo.

Monocultivo de Agave (género americano de plantas) en Kenia, sobre terrenos robados a la sabana tropical africana por manos europeas. Destrozando el trópico mantenemos la diversidad biológica de nuestras latitudes, pero a un precio altísimo a nivel planetario (Foto: autor)
El precio global de la conservación local
La cuestión que realmente me interesa abordar aquí es a qué coste hemos conseguido todos esos avances. La duda me asaltó un buen día en el puerto de Castellón. Nos disponíamos a navegar hacia las islas Columbretes y en uno de los muelles había unas montañas enormes de arcillas que estaban siendo desestibadas de un no menos enorme carguero allí amarrado. Alguno de nuestros tripulantes me comentó que aquellos conos de arcilla estaban destinados a proporcionar materia prima a la industria de la cerámica castellonense y que procedían de Marruecos. Entonces cobró sentido para mí que fuera posible compaginar la protección de las principales sierras locales –Calderona, Espadà, Desert de les Palmes, Penyagolosa, Tinença– con la existencia de un elevadísimo número de empresas azulejeras ávidas de arcillas. El material no provenía de explotar las canteras locales, sino las marroquíes. Es decir, se trataba de un daño exportado. Lo que se denomina, con uno de esos eufemismos hoy tan en boga, “externalizar el coste ambiental”, una nueva expresión del conocido acrónimo americano NIMBY: Not in my backyard, o sea, “No en mi patio trasero”. En otras palabras, nadie se niega a que se depreden los recursos, siempre y cuando no se haga dentro de su territorio. Así pues, la batalla de conservar los espacios naturales castellonenses está ganada, pero la guerra de conservar la naturaleza en el Paleártico Occidental está perdida, al menos de momento.
Ahora vivo en Mallorca y aquí me he encontrado con situaciones muy parecidas. Gracias a las campañas del Grupo de Ornitología Balear (GOB), del que soy orgulloso miembro, se consiguió paralizar la urbanización de numerosos espacios naturales de alto valor, como la playa de Es Trenc o la isla de Sa Dragonera, en los años del auge turístico. Sin embargo, hemos de ser conscientes de que aquello sólo fue una batalla ganada contra los grandes especuladores hoteleros, ya que éstos simplemente trasladaron sus destrozos a otros enclaves más o menos lejanos: el Caribe, las costas del Magreb o la península mexicana de Yucatán, por poner algunos ejemplos.

En realidad, ni siquiera se ganó la batalla de forma definitiva. Ahora, tras el salvaje recorte de avances democráticos amparado en la crisis económica, los hoteleros –y los políticos que los secundan– vuelven al ataque con la amenaza de un nuevo hotel en el entorno de Es Trenc. Así de frágiles son nuestras conquistas. Este asunto de trasladar las barbaridades a otros lugares me recuerda el resultado que suelen tener los descastes en masa de gaviotas patiamarillas. La colonia bajo tratamiento ve reducido su número en gran medida porque las aves se desplazan a otras colonias, con lo que simplemente se llevan el problema a otro sitio. La solución a las grandes densidades de gaviotas pasa por adoptar medidas que ataquen el problema de raíz, fundamentalmente evitar que dispongan de comida sin límite en los vertederos a cielo abierto o a través de los descartes de la pesca del arrastre. Los parches sirven de poco.

Selva tropical en el sur de México, Oaxaca (Foto:autor). La tala de madera tropical en países tropicales, ricos en biodiversidad, tiene una gran relación de causa/efecto con la actual conservación de los bosques europeos. Desvestimos unos santos de primera para vestir santos de segunda: nuestros santos.
Un mundo globalizado, para bien y para mal
Vivimos en un mundo absolutamente globalizado. Pero es un desastre que sólo se haya globalizado la depredación de los recursos y no su conservación. Es el mismo problema al que se enfrenta la economía de la Unión Europea: no puede funcionar el mercado único, incluso con una moneda única, sin una fiscalidad de ámbito europeo. Hay que estar a las duras y a las maduras, si no, no vale. El problema también se parece al de los paraísos fiscales: no cesarán los desfalcos mientras el dinero pueda fluir libremente por el mundo a lugares donde sea intocable. En otras palabras, o globalizamos para todo, o es mejor que sigamos siendo unos provincianos. Mantener limpio nuestro patio trasero a costa de ensuciar el del vecino (cercano o lejano) no es una manera válida de proceder en este mundo que se nos queda pequeño. Un caso especialmente grave es cuando la famosa “externalización del coste ambiental” se hace dañando las zonas del planeta más ricas en biodiversidad, es decir, los trópicos.

Recuerdo un ejemplo que viví en mis propias carnes. A mediados de los años noventa, la Conselleria d’Obres de la Generalitat Valenciana andaba gestionando un horrendo paseo marítimo de la época franquista, construido sobre el campo de dunas de las playas de El Saler, frente a la Albufera de Valencia. La demolición del paseo elevado de hormigón y la restauración de las dunas fue una obra sumamente acertada y necesaria. Sin embargo, el remate no lo fue tanto. En sustitución del adefesio de hormigón, se optó por construir un paseo de madera detrás del primer campo de dunas. Hasta ahí todo suena a ecológico si no fuese porque aquella madera era de origen tropical (ya que aguanta mejor a la intemperie) y no venía certificada. A nadie pareció importarle ese pequeño detalle. Pues bien, lo que hemos de entender es que no era ningún “pequeño detalle” y que es injusto vestir a un santo con las ropas de otro; sobre todo si el santo desvestido vive entre las latitudes 23ºN y 23ºS, es decir, entre los trópicos de Cáncer y Capricornio, donde se agolpa la histórica diversidad del planeta. 

Claves para una gestión global
Mucho me temo que, como nos recuerda Tim Flannery, para conseguir una gestión global de la biodiversidad del planeta son necesarios cambios fundamentales en aspectos que no están muy en manos de los conservacionistas (2). Nuestros esfuerzos deben dirigirse a erradicar la pobreza y las guerras, desmontar los paraísos fiscales y crear sociedades más justas, educadas e igualitarias. La globalización de la democracia permitiría estabilizar el crecimiento demográfico en los países empobrecidos y superar los desfasados tabúes de las religiones monoteístas en contra de la planificación familiar; aunque no en contra de incrementar la esperanza de vida, que sí se considera curiosamente “natural”. Sin esto, el proceso de “nimbyzación” –perdón por la palabreja– seguirá adelante y conseguiremos mantener impolutas las regiones del planeta más pobres en biodiversidad, mientras condenamos al desastre los lugares verdaderamente repletos de vida, almacenes que empaquetan la historia más antigua de un planeta que fue, en épocas no tan lejanas, casi todo él tropical.

 Agradecimientos
A José Manuel Igual, por sus buenos consejos y sus ánimos.
  
Bibliografía

(1) Diamond, J. (2006). Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Debate. Barcelona.

(2) Flannery, T. (2011). Aquí en la Tierra. Taurus. Madrid.

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