miércoles, 27 de marzo de 2013

Después del abandono


Las montañas del solar ibérico han estado sometidas, histórica y prehistóricamente, a todo tipo de actividades humanas para aprovechar sus recursos naturales. Hasta tal punto, que los hábitats prístinos probablemente sólo existan en nuestra imaginación.

Los seres humanos han explotado los ambientes de montaña durante milenios. Así que fue un complejo entramado de actividades de muy diversa índole (carboneo, ganadería, repoblaciones, caza, pesca, agricultura) el que dio forma a los ecosistemas montañeses tal cual llegaron hasta los años cincuenta. Los montes fueron durante siglos focos de actividad preindustrial, un lugar donde producir hielo, cal o combustible en forma de carbón vegetal. La imagen que ahora tenemos los paseantes del siglo XXI, para quienes las montañas parecen destinadas al ocio dominical, dista mucho del aspecto que debieron tener en tiempos pasados. A menudo trato de imaginarme la sierra de Tramuntana mallorquina tan sólo un siglo atrás o incluso menos, llena de personas que a diario acudían temprano a sus puestos de trabajo, como ahora se hace en las oficinas citadinas. Pero toda esa febril actividad forestal de arrieros con sus carros y mulas, de pastores, carboneros, resineros y caleros, cesó de golpe con la llegada del turismo y de la industria.

Hasta hace unos cincuenta o sesenta años, la sierra de Tramuntana estaba sometida a diversos tipos de actividades preindustriales, como atestigua esta carbonera o sitja, en el catalán hablado en Mallorca. Al fondo se ve la base de la antigua cabaña que ocupaban los carboneros (foto: Autor).

En Mallorca ese punto de inflexión se dio hace sólo cincuenta o sesenta años, cuando llegó el turismo en masa. La industria se instaló un poco antes en la Península, ya que las minas asturianas de carbón mineral, explotadas a partir del siglo XIX por capital extranjero, marcaron la diferencia (en Mallorca sólo había unas pequeñas minas de lignitas que perduraron hasta los años 80). El abandono súbito de la vida rural, con la correspondiente concentración de nuestros padres y abuelos en grandes ciudades industriales, trajo consigo un profundo cambio en los sistemas agrosilvopastorales. Los mismos que habían seleccionado la fauna y flora que llegó hasta la era industrial. De este modo, terrenos antaño ganados al bosque para abrir pastos se han visto ahora reclamados de nuevo por el bosque, que ha aumentado mucho en densidad (1). Esta evolución del paisaje ha de conllevar necesariamente beneficios para algunas especies animales y vegetales, al igual que perjuicios para otras. Por ejemplo, parece que las mariposas de los prados abiertos están de capa caída (2), mientras que corzos y lobos consiguen expandirse.

Gallos salvajes y cambios en el paisaje
Sin embargo, aves tan genuinamente forestales como los urogallos demuestran, con su ligero declive en el Pirineo, que unas masas forestales más densas no son buenas para ellos (3). Los urogallos son originarios de la taiga del norte de Europa, donde las coníferas se encuentran bastante separadas unas de otras. Los bosques pirenaicos, hasta donde llegaron los urogallos empujados por los hielos de las glaciaciones pleistocenas, han sido siempre subóptimos para la especie. Aún menos óptimos desde que el abandono del campo ha favorecido el aumento de la densidad. En bosques tan densos entra muy poca luz para el arándano, un importante recurso alimenticio, directo e indirecto, para los urogallos.
El aumento de la vegetación limita asimismo su capacidad de huída frente a los depredadores (3), lo cual es especialmente importante ahora que son más numerosos los de mediano tamaño, como zorros y mustélidos. Aparte de que afortunadamente se haya relajado la persecución de estos carnívoros, es indudable que han salido favorecidos por la falta de depredadores apicales, capaces de regular sus poblaciones de forma natural, y también por el alimento suplementario que proporcionan las actividades humanas. Aunque la mayor cantidad de alimento se encuentra en los vertederos, tampoco son despreciables los restos de caza mayor, a menudo procedentes de especies exóticas, como el gamo. En consecuencia, ahora que se han desmontado casi por completo los sistemas tradicionales de explotación, constatamos hasta qué punto estaba imbricada la fauna y la flora que ha llegado nuestros días en el entramado rural. La presencia humana era ubicua, desde las humildes montañas litorales hasta las altivas cumbres de los Pirineos y ubicuas están siendo las consecuencias de su abandono, como no podía ser de otra manera.






Cabras, flores, quemas y endemismos
En la montaña mallorquina, que es la que tengo más a mano, se da una situación muy particular relacionada con el abandono de la vida rural. La sierra de Tramuntana, una prolongación insular del sistema Bético, alberga una importante cantidad de endemismos vegetales. En torno al 10% de la flora mallorquina está formada por plantas  endémicas de las Baleares, cifra similar a la que se registra en las otras grandes islas del Mediterráneo occidental. Estos endemismos han coexistido históricamente con las quemas de “càrritx” (Ampelodesmos mauritanica) para abrir pastos al ganado y con el ramoneo de cabras asilvestradas y cerdos. De entrada, podría pensarse que ambos factores representan un impacto, una amenaza para los endemismos vegetales, y que sería deseable suprimirlos. Sin embargo, el asunto merece estudiarse con mayor detalle.

Tras el abandono de las terrazas ganadas al bosque para plantar olivos, almendros y algarrobos, el “càrritx” lo ha invadido todo y ahora hay ciertos endemismos, como el eléboro (Helleborus lividus), que sobreviven envueltos en un mar de gramíneas. ¿La quema del càrritx podría beneficiar a los eléboros? O, por el contrario, ¿colonizan los eléboros, que prefieren los sitios umbríos, zonas más soleadas cuando crecen a la sombra del càrritx? No creo que nadie tenga las respuestas, así que valdría la pena hacer algunos experimentos en parcelas sometidas a fuegos controlados y comparar los resultados con otras que se hayan dejado tal cual.

Aparte están las cabras asilvestradas, con sus dientes y sus heces. En las primeras fotos que acompañan a este escrito se ve claramente un hecho común a tres plantas: el azafrán borde (Crocus cambessedesii), la quitameriendas (Merendera filifolia) y la bellorita (Bellis sylvestris): todas ellas crecen a menudo rodeadas por abundantes excrementos de cabra. Es posible, por lo tanto, que una retirada de las cabras asilvestradas tuviera consecuencias inesperadas para las plantas pratenses amantes de suelos nitrificados. El efecto de las cabras en la isla es especialmente interesante si pensamos que durante más de cinco millones de años la vegetación de Mallorca estuvo regulada por la abundante presencia del pequeño bóvido Myotragus balearicus, que al parecer se extinguió con la llegada de los primeros humanos hace poco más de 4.000 años (4, 5). Por ello cabe esperar que las plantas endémicas hayan desarrollado mecanismos de defensa frente a la herbivoría, ya sea en forma de compuestos tóxicos o a través de su capacidad para colonizar ambientes donde no llegue el diente de la cabra, como las paredes verticales. Al tiempo que muchas de ellas se benefician del abonado que proporcionan los excrementos.
Sin duda, muchas plantas son rupícolas por necesidad y no por gusto. Si crecen en grietas de acantilados, en condiciones muy apartadas del óptimo imaginable, es porque no les queda otro remedio. Aquí también habría que llevar a cabo experimentos con parcelas donde no pudieran entrar los herbívoros para dilucidar qué especies salen beneficiadas y cuáles perjudicadas por la presencia de los ramoneadores, y en qué densidades.

Ejemplares rupícolas de cincoenrama de roca (Potentilla caulescens), manzanilla (Helichrysum ambiguum) y mostajo (Sorbus aria). La presión ejercida durante cinco millones de años por Myotragus balearicus, un bóvido ya extinto, y por las cabras domésticas asilvestradas en tiempos históricos, ha hecho que muchas plantas se refugien en cortados rocosos. Estrategia que siguen incluso algunos árboles como tejos, arces, serbales y acebos (foto: Autor).
Usos tradicionales y gestión del espacio protegido
Uno de los errores más graves que se cometen al gestionar espacios protegidos en la región mediterránea (y fuera de ella también) es interrumpir a rajatabla los usos tradicionales, con la sana intención de preservar mejor la biodiversidad. Lo más recomendable es, seguramente, que un espacio protegido tenga un poco de todo. Por ejemplo, habría que crear mosaicos con comunidades vegetales en distintos grados de madurez. En este sentido, tratar de que todo esté en estado clímax es tan poco realista como deseable. Si pudiéramos comparar la actual diversidad biológica de los espacios protegidos de montaña con la existente hace varias décadas, antes de su protección, probablemente nos encontraríamos con la desagradable sorpresa de que el balance fuera negativo. A mi primo Pipo Sierra, experto naturalista del rural gallego, le gusta recordarme que el Parque Nacional da Peneda-Gerês, el único de esta categoría que existe en Portugal, se declaró sobre todo para conservar cinco o seis parejas de águila real y que, cuarenta años después, la especie se ha extinguido. Imagino que muchos lectores recuerdan casos similares. El bucardo del Pirineo sería uno paradigmático.

Trabajar en esta línea de investigación aplicada, en la frontera entre la muerte súbita del motor que gestionaba nuestros ecosistemas forestales y el mantenimiento futuro de la biodiversidad heredada, debería estar entre las prioridades de nuestras administraciones públicas, ONG y entidades privadas con intereses en conservación. Habría que hacerlo, además, desde una perspectiva que nos permita aprovechar todo lo positivo de la experiencia pasada, para no caer en los mismos errores. Perseguir lobos para salvar ovejas no puede ser ya el modelo a seguir, sino uno más integrador en el que haya hueco para todos. No es extraño que el turismo de montaña, bien enfocado, se perfile como una de las alternativas más claras a la pérdida de renta que lleva asociada la conservación. 

Agradecimientos

A Llorenç Sáez y Xavi Rotlán, por la información sobre el porcentaje de endemismos en la flora mallorquina. A Josep Antoni Alcover, que revisó un borrador del escrito. 

Bibliografía

(1) Ameztegui, A. y otros autores (2010). Land-use changes as major drivers of mountain pine (Pinus uncinata Ram.) expansion in the Pyrenees. Global Ecology and Biogeography, 19: 632-641.
(2) Stefanescu, C. y otros autores (2005). Butterflies highlight the conservation value of hay meadows highly threatened by land-use changes in a protected Mediterranean area. Biological Conservation, 126: 234-246.
(3) Fernández-Olalla, M. y otros autores (2012). Assessing different management scenarios to reverse the declining trend of a relict capercaillie population: a modelling approach within an adaptive management framework. Biological Conservation, 148: 79-87.
(4) Bover, P. y Alcover, J.A. (2003). Understanding Late Quaternary extinctions: the case of Myotragus balearicus (Bate, 1909). Journal of Biogeography, 30: 771-781.
(5) Alcover, J.A. (2008). The first Mallorcans: prehistoric colonization in the western Mediterranean. Journal of World Prehistory, 21: 19-84.

No hay comentarios:

Publicar un comentario