jueves, 31 de enero de 2013

La regla del veinte


Era un verano de hace dos o tres años. Viajábamos en grupo por la isla balear de Formentera y cada vez que cenábamos en algún restaurante no era necesario hacer muchos cálculos: no había manera de evitar que saliéramos a 20€ por cabeza. En las sobremesas hablábamos de ecología y de conservación y acabamos por concluir que muchos cambios en materia de gestión sostenible y protección del espacio requieren periodos de al menos 20 años para convertirse en realidades. Así que bautizamos aquel proceso entre nosotros como "la regla del 20”.

Los cambios sociales son lentos. Al menos los pacíficos. A mediados de los años 80, con la transferencia de las competencias en medio ambiente desde Madrid a las recién estrenadas autonomías, comenzó la creación en masa de parques naturales y demás espacios protegidos en el estado español. Los que alguna manera participamos en el asunto, teníamos claro que esa estrategia era positiva para la conservación de la recién bautizada “biodiversidad” y también para el bienestar económico de las poblaciones humanas sujetas a algún tipo de restricción de sus actividades habituales, como consecuencia de la protección legal del espacio y de las especies. Pero que no hubiera dudas de la bondad de esa línea de acción entre los promotores de los primeros parques autonómicos no significa que no las hubiera entre las personas afectadas. 

Recuerdo como en la Albufera de Valencia los cazadores quemaban las instalaciones de la guardería y nos dedicaban graffitis tan poco apetecibles como “biólogos muertos”, en las paredes de los edificios que solíamos emplear como base de anillamiento de aves. Hoy en día, algo más de 20 años después, la Albufera es un parque natural consolidado en el que, de manera espontánea, han surgido pequeñas empresas turísticas dedicadas a mostrar los valores naturales de la zona a los numerosos turistas que allí acuden con la esperanza de ver patos salvajes y comerse luego una buena paella. Hoy, los arroceros no incluidos dentro de los límites del espacio protegido son los que reclaman formar parte de él porque han visto como las ayudas europeas de la Política AgrariaComún, además de ayudas del gobierno autonómico, han venido a compensar sus pérdidas de renta y a valorar el empleo de métodos tradicionales de cultivo, como la inundación de enormes superficies de antiguas marjales (unas 15.000 hectáreas nada menos) y la eliminación de malas hierbas del arrozal mediante medios físicos.

Digamos que las ayudas económicas ponen en valor la contribución del agricultor al mantenimiento artificial de los servicios prestados por los ecosistemas húmedos litorales. Podríamos decir, sin ánimo irónico, aquello de “vivir para ver”, alegrándonos de que sea así pero a la vez sorprendiéndonos del largo espacio de tiempo que ha tenido que transcurrir para que los pobladores locales comprobasen y asumiesen que las restricciones de usos a las que se enfrentaban 20 años atrás por culpa de los “biólogos” eran para bien de todos.

Leona con tres crías sesteando bajo una acacia en el parque nacional de Tsavo (Kenia). El uso del veneno no es sólo cosa de los cotos de caza españoles. En África oriental se ha extendido el uso del pesticida americano Furadano para eliminar leones, como medida de venganza frente a la corrupción asociada a la compensación de daños a las comunidades humanas locales. Foto del autor.


Veneno, corrupción, ONG y leones

Pero puede volverse a caer en un periodo oscuro después de esos veinte años de consolidación de cualquier práctica conservacionista que sanciona la regla. Un ejemplo reciente es el hallazgo de una nueva cepa viral de la enfermedad hemorrágica del conejo tras dos décadas de lucha contra la enfermedad (1). Por otra parte, los cambios en la estructura política o socio-económica del país pueden demostrarnos empíricamente que actitudes que creíamos profundamente arraigadas no lo estaban tanto en realidad. Resultan ser actitudes más bien cosméticas o, si se prefiere, situaciones coyunturales o circunstanciales. Véase si no  el repunte del uso de veneno en los acotados de caza ibéricos, cuando el infausto recuerdo de la estricnina en nuestros campos ya estaba casi olvidado. 

Recientemente descubrí, por medio de la revista Swara (un homólogo de Quercus publicado por la East African Wildlife Society), que en África oriental hay también, desde hace algunos  años, un tremendo problema de conservación con las aves carroñeras debido al uso del pesticida americano Furadan (cuyo principal principio activo es el carbofurano, una de las sustancias más tóxicas del mundo, que sustituyó al DDT tras su prohibición en la década de los 60) como veneno contra grandes depredadores (2,3). El veneno (prohibido en Estados Unidos desde 2010) es empleado ahora por el pueblo masai (ya que está disponible comercialmente en Tanzania, Ruanda y Uganda) como venganza al hecho de que las compensaciones económicas por daños al ganado nunca llegan, debido a la corrupción reinante en el gobierno keniano. Además, resulta paradójico que otro factor que contribuye a complicar aún más la escena sea la participación , bienintencionada pero fatídica, de particulares y ONG internacionales que ha hecho de los masai un pueblo sedentario, tras cinco siglos de adaptativo nomadismo por las sabanas de Kenia y Tanzania.

Así pues las poblaciones de leones en Kenia están declinando de manera alarmante en Kenia y las aves carroñeras mueren en masa como efecto colateral del envenenamiento de los grandes mamíferos depredadores. Actualmente hay unos 2.000 leones en toda Kenia y se estima que mueren unos 100 al año nada menos. Un sencillo cálculo nos indica que podrían extinguirse en 20 años. El león, uno de los carnívoros con más amplia distribución mundial en el pasado, es asediado actualmente en sus últimos refugios planetarios. Por el mismo motivo las poblaciones de buitres africanos (seis de las 8 especies de buitres del este de África, nuestro alimoche entre ellos) han disminuido hasta un 65% en las últimas dos décadas y ahora las carroñas se acumulan en el campo, con un enorme desarrollo de larvas de mosca y bacterias que acaban supliendo, mucho más lentamente el papel sanitario realizado antaño por las aves carroñeras. Me pregunto si África no estará inmersa en un nuevo ciclo negativo de 20 años de duración. Pero dos décadas suponen un lujo que no podemos permitirnos sin entrar en situaciones irreversibles. La única forma de evitarlo es a través de la presión internacional.

El gravísimo problema reciente en Asia con las aves carroñeras (descenso del 95% en las poblaciones de India, Nepal y Pakistán), debido al empleo ganadero del antiinflamatorio Diclofenaco (principio activo del comercial Voltaren), parece estar en vías de solución tras la prohibición de esta droga en 2006 y su sustitución por el Meloxicam que no parece tener efectos negativos sobre los buitres, aunque la recuperación de los tamaños poblacionales perdidos muy posiblemente sí requiera un par de décadas de crecimiento poblacional, teniendo en cuenta las lentas tasas de multiplicación de los longevos buitres. Salvo que el vacío pueda ser rellenado por inmigración desde zonas no afectadas, si es que existen. En este caso el papel de los buitres ha sido sustituido en gran medida (aunque con una eficiencia mucho menor) por perros asilvestrados, lo que está provocando una gran expansión de la rabia en India y de las manadas de perros como depredadores.  


Manada de unos 200 elefantes en el Parque Nacional de Amboseli. Las matanzas ilegales de elefantes  en África parecían algo superado. Sin embargo vuelven a darse en nuestros días en paralelo con el desarrollo del capitalismo chino. Foto del autor.

Caza furtiva y capitalismo chino

En África oriental no sólo ha regresado con fuerza el uso del veneno sino que regresa también al parecer el furtiveo de la megafauna relicta, después de varias décadas de protección a ultranza de la fauna de la sabana, que se ha convertido en una de las principales fuentes de divisas en países como Kenia, Tanzania, Ruanda o Uganda. En una reciente visita al parque nacional de Amboseli, tras sucumbir ante la belleza de una manada de unos 200 elefantes con una gran variedad de clases de edad, me enteré de la triste noticia de que semanas antes una manada de 11 individuos había sido eliminada por furtivos, para sorpresa de todos. Fue una desagradable noticia que me recordó a las focas monje griegas, que aún hoy en día sucumben al disparo de los pescadores.

La moraleja que podemos extraer de esta negativa noticia es que la represión contra el furtivo no puede ser la única baza a jugar para preservar la megafauna que aún sobrevive. Hay una creciente demanda en el mundo, y sobre todo en Asia, en paralelo con la emergente economía capitalista china, en relación al marfil y a los cuernos de rinoceronte. Es pues en Asia donde se debe incidir para proteger rinos y proboscidios. Sobre todo desintoxicando a la población sobre los recientes y falsos rumores acerca de las propiedades anticancerígenas del cuerno de rinoceronte. En campañas que podrían requerir 20 años para ser efectivas, aunque no podamos permitirnos esos plazos. Las ONG internacionales, como Wildlife Conservation Society, tienen ahí un enorme y complejo campo de actuación.

Incluso en nuestro entorno actitudes que parecían muy superadas se destapan ahora, con la crisis, como asignaturas pendientes. En Mallorca por ejemplo, cuna de hoteleros de España, parecía imposible que alguien volviera hablar de construir macro-hoteles junto a playas muy bien preservadas como la de Es Trenc y sin embargo está sucediendo, por increíble que parezca. No es ya que los hoteleros mallorquines nunca asimilaran la lección y simplemente se trasladaran a destruir otros paraísos naturales en el Caribe o en el norte de África sino que vuelven a la carga aquí mismo, a la primera de cambio. Es muy frustrante comprobar cuan coyunturales han sido algunas de las batallas ambientales ganadas en las últimas décadas, a pesar de los esfuerzos educativos realizados y del desarrollo de legislación ambiental de enorme calidad.  

Sin duda hemos de aprender de este experimento natural que representa la crisis para reflexionar seriamente sobre la lentitud de los cambios de actitud y sobre su vulnerabilidad. En el fondo subyace la ignorancia, tanto la de los consumidores asiáticos de polvo de cuerno de rinoceronte como la del hotelero que olvida que de nada servirá tener hoteles vacíos si el turista ya no quiere acudir a playas destrozadas y menos aún en Mallorca, donde la oferta hotelera supera ya con creces a la demanda, como muchos empresarios turísticos  reconocen. Las restricciones, necesarias a corto plazo, sirven de poco si no van acompañadas de campañas a largo plazo de concienciación cuyos efectos no veremos, con suerte, hasta dentro de 20 años.

Agradecimientos

A Sergi Pérez por su enorme hospitalidad y generosidad en mi visita a Kenia en noviembre de 2012 y a Juan Antonio Gómez, por sus comentarios sobre el papel de las ONG en el declive de los leones.


(1) Calvete, C., Hugo-Calvo, J., Sarto, P., Gaitán, I. (2012). Detectada una nueva cepa viral de la enfermedad hemorrágica del conejo. Quercus 322: 30-35.
(2)   Kahumbu, P. (2012). Banned in America killing in Kenya. The history of a poison. Swara Oct-Dic 2012: 30.
(3)   Kendall, C. (2012). Poison empties skies that once were full. Swara Oct-Dec 2012: 24-29.


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