miércoles, 23 de noviembre de 2011

Lo mejor es enemigo de lo bueno

Que una medida de gestión se salde con el crecimiento de una población no significa necesariamente que tenga un efecto “positivo”. Positivo y negativo son términos antropocéntricos a evitar en ecología.

Algunos amigos me suelen decir que hablo con el refranero español en las manos. Es posible, pero es que esas píldoras concentradas de conocimiento popular, que han resistido miles de pruebas prácticas de ensayo y error para seguir vivas, encierran una enorme sabiduría, transmitida oralmente de generación en generación. Pero, curiosamente, a veces encontramos refranes que se contradicen, lo cual nos puede brindar jugosos motivos de reflexión.

Una idea muy extendida entre nosotros es que “cuanto más, mejor”. La versión valenciana del dicho, que a mí me resulta más familiar, es “quant més sucre, més dolç” (cuanto más azúcar, más dulce). Pero la mayor parte de las veces eso no es cierto, al menos en lo tocante a nuestra relación con la naturaleza. En esos casos, suele ser más adecuado el mensaje transmitido por el refrán que da título a este artículo: “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Por ejemplo, los agricultores de esta era agroquímica (que esperemos vaya tocando a su fin) tienen una gran tendencia a emplear dosis de fertilizantes mayores de las recomendadas, con la esperanza de que ese aporte superior se traduzca en una mejor cosecha. Sin embargo, ese extra pasará directamente a las aguas freáticas, con complicadas repercusiones para la salud humana, ya que las plantas tienen limitaciones fisiológicas en la absorción de nutrientes. A veces, el resultado puede ser el incluso contrario, como cuando se obtiene una planta de semillas tan bien dotadas que el tallo es incapaz de sostenerlas, se dobla por el peso excesivo y queda expuesta a la voracidad de granívoros y microorganismos; al final, la productividad es menor de la esperada. Lo mismo pasa con la vitamina C. Ya puedes tomar mucha que el cuerpo sólo asimilará una cantidad determinada y expulsará el resto con la orina.

Otro ejemplo. Si, para nuestra sorpresa, una especie exótica e invasora se convierte en presa y acaba favoreciendo a poblaciones autóctonas de vertebrados depredadores, no deberíamos decir que esos efectos son “positivos”. Sobre todo, si sabemos que ese aumento de los depredadores trae asociado un riesgo para las poblaciones autóctonas de presas debido a una presión mayor de lo habitual. En tal caso, deberíamos simplemente comentar que la tasa de crecimiento de la población de depredadores ha aumentado como consecuencia de la abundancia extra de alimento en el medio. Positivo o negativo, beneficioso o perjudicial, son términos de difícil uso en ecología. De modo que “más” no es necesariamente equiparable a “mejor”.

Podría serlo en poblaciones ya empequeñecidas por las actividades humanas, pero puede que no en aquellas que siempre han sido escasas. Tampoco tiene por qué representar una ventaja para las poblaciones demográficamente sanas o para las que nuestros intereses han favorecido a lo largo de la historia. Ser demasiados acarrea todo tipo de problemas dependientes de la densidad.

Crisis y normalidad
Parece paradójico, pero una densidad de población en aumento puede conducir a menores tasas de crecimiento, debido a una mayor competencia entre miembros de la misma especie o a un efecto más intenso del parasitismo. ¿Es “positivo” que hubiera tanta densidad de cabra montés en Cazorla? Pues… depende de para quién. En primer lugar, la vegetación se vio muy afectada y, en segundo lugar, las propias cabras sufrieron un proceso denso-dependiente de autorregulación (epidemia de sarna) que dio sin duda mucho alimento a los carroñeros de la zona y a los descomponedores.

Un ejemplo más. Las poblaciones de buitres ibéricos están creciendo de manera continuada en las últimas décadas como consecuencia del aporte predecible y abundante de comida. En consecuencia, se están haciendo cada vez más comunes los tríos reproductores en varias especies debido a la falta de dispersión de juveniles e inmaduros (1). Esto acaba por reducir la productividad de las poblaciones afectadas y, con ello, su viabilidad a largo plazo (2). En resumen: “positivo” y “negativo”, como “superior” e “inferior” (en sentido jerárquico), son términos antropocéntricos a evitar en los análisis ecológicos de los sistemas naturales. Hay que prestar mucha atención para no caer en el error porque si nos guiamos sólo por la intuición caemos fácilmente en la trampa.

En sentido opuesto, reducir las tasas de crecimiento de una población artificialmente inflada por las actividades humanas podría acercar más a la comunidad entera a un equilibrio de fuerzas, pese al signo negativo del parámetro. De hecho, ésta es la falacia lógica que se oculta tras la actual “crisis” económica. Si tenemos en cuenta que partíamos de una situación irreal, inflada, nuestro estado actual debería ser de “normalidad”, no de “crisis”. Eso cambiaría enormemente la manera de afrontar el presente, tratando de fomentar la inversión sostenible a largo plazo en lugar de aplicar medidas de choque como fomentar el consumo a corto plazo. Las palabras son una herramienta de precisión, con un filo tan cortante como el de un bisturí. A veces no nos paramos lo suficiente a escoger el término más adecuado para expresar nuestras ideas, o bien las palabras ponen de manifiesto lo sesgadas que éstas están.

Morir de éxito
En el mundillo de la gestión de la naturaleza, casi todo suele medirse según la “regla del azúcar”. Si tenemos un espacio protegido, la manera más habitual de valorar sus servicios, su utilidad para la sociedad, es manejar estadísticas anuales sobre el número de visitantes que recibe. Cuantos más vengan, mejor. Cuantas más visitas reciba el centro de información, mayor éxito. Sin pararnos a pensar si la calidad de la información guarda una relación inversa con la densidad de visitantes. Probablemente sea éste el caso y además apostaría a que esa relación no es lineal, para complicar aún más las cosas. Es decir, que a partir de un cierto umbral de visitas la calidad de la información recibida podría caer en picado. Identificar estos umbrales de rendimiento debería ser una prioridad entre los gestores de espacios protegidos, para establecer así un límite máximo de visitantes.


Cataratas del Niágara, en la frontera entre Canadá y Estados Unidos. Este espacio es un claro ejemplo de cómo se puede morir de éxito por exceso de fama (Foto del autor)

Peor todavía: también ocurre que el aumento de las visitas puede tener repercusiones negativas sobre el propio objeto a preservar, es decir, la diversidad biológica del espacio protegido. Si un espacio (especialmente los más pequeños) acaba haciéndose muy popular, corre el riesgo de morir de éxito, como el que aparece en la fotografía adjunta. Muchas veces bastaría con declarar el suelo como “no urbanizable”, garantizar que la norma se cumpla a ultranza y dejarse de espacios naturales que pueden acabar teniendo un efecto contrario al deseado. En realidad, todavía no nos creemos que preservar la biodiversidad, toda la biodiversidad, desde las bacterias a los vertebrados, sea la meta anhelada y no una mayor superficie de espacios protegidos a incluir en los informes políticos, que no dicen casi nada si no se matizan con indicadores de calidad y efectividad. Entonces –y sólo entonces– el movimiento de conservación será creíble, estará maduro y alejará de sí el fantasma de ser tan sólo una moda pasajera más.

En estos tiempos de uso y abuso del término “biodiversidad”, parece que la nueva moneda de cambio también será mejor cuanto más abundante. Sin embargo, tendemos a olvidar que hay sistemas que siempre se han caracterizado por ser poco diversos. Por ejemplo, las praderas de Spartina, una planta de la familia del esparto (Poáceas), son equiparables a los monocultivos. Tratar de diversificar una de estas praderas, con el bienintencionado (pero mal informado) fin de aumentar su diversidad biológica, sería un craso error. Lo mismo podría decirse de las praderas de fanerógamas marinas, como las de los géneros Posidonia, Zostera o Cymodocea. Las de Posidonia al menos, no sólo son un monocultivo, sino que a menudo parecen ser un enorme clon, cuya diversidad genética es por tanto la de un solo individuo (3).
En definitiva: sí, cuanto más azúcar más dulce. Pero ¿quién quiere un pastel intragable por empalagoso, hasta el punto de provocarnos una alerta de glucosa en sangre? La moderación es casi siempre una virtud a perseguir. En ese sentido, la mecánica evolutiva por selección natural es un buen ejemplo: si las cosas simplemente funcionan, es mejor tirar hacia delante sin rizar más el rizo.


Bibliografía

(1) Luque, E.; Dobado, P. y Arenas, R. (2010). Reproducciones atípicas del buitre negro en Andalucía. Quercus, 291: 48-49.
(2) Carrete, M. y otros autores (2006). Linking ecology, behaviour and conservation: does habitat saturation change the mating system of bearded cultures? Biology Letters, 2: 624-627.

(3) Ruggiero, M.V.; Turk, R. y Procaccini, G. (2002). Genetic identity and homozygosity in North-Adriatic populations of Posidonia oceanica: an ancient, post-glacial clone? Conservation Genetics, 3: 71-74.

No hay comentarios:

Publicar un comentario