martes, 29 de noviembre de 2011

Alienígenas

El trasiego de especies ha existido siempre y tanto las plantas como los animales tienden a colonizar nuevos territorios cuando encuentran condiciones favorables. El volumen y la rapidez de los actuales medios de transporte ha facilitado muchísimo el proceso, hasta el punto de hacerlo incontrolable.

Es curioso que una especie no nativa acabe desplazando a otras que han evolucionado in situ. Desde luego, parece más intuitivo pensar que las especies autóctonas tendrían que ser capaces de resistir los embates provocados por las especies foráneas, ajenas a las condiciones locales, y ser más eficientes en el consumo de los recursos debido al peso de una historia en común. Solemos justificarlo habitualmente diciendo que las especies exóticas (especies de nuestro territorio llevadas a otros sitios o especies de otros lugares traídas hasta nuestras tierras) se ven liberadas a menudo de depredadores, competidores y microparásitos patógenos en sus hogares adoptivos, lo que les permite medrar a veces de forma incontrolada. Pero en realidad de todo esto se deduce una lección que el gran evolucionista Stephen Jay Gould ya nos recordaba en uno de sus memorables trabajos de divulgación, hace más de una década (1): por selección natural no aparecen especies perfectamente adaptadas a su entorno, sino únicamente especies que consiguen sobrevivir en él algo mejor que otras. En palabras de Darwin:

Como la selección natural actúa por competencia, adapta a los habitantes de cada sitio sólo en relación al grado de perfección de los demás habitantes; por tanto, no debemos sorprendernos de que los pobladores de cualquier país sean vencidos y suplantados por las producciones naturalizadas de otro lugar.”

Por eso puede darse el caso de que especies que proceden de sitios lejanos, evolucionadas en condiciones ambientales muy distintas, acaben por hacerse un hueco en sus nuevos destinos e incluso lleguen a desplazar a las locales. Por tanto, no es en realidad una contradicción evolutiva, una paradoja, que lo foráneo vapulee eventualmente a lo local. Además, llegados a este punto conviene mencionar que las especies que denominamos “invasoras” no tienen necesariamente una biología seleccionada históricamente para multiplicarse con rapidez o competir de manera especialmente agresiva con los vecinos de su tierra de origen. Pensemos, por ejemplo, en el ojaranzo (Rhododendrum ponticum), un arbusto relicto de la laurisilva del Terciario que en España sólo crece en barrancos especialmente húmedos de la provincia de Cádiz y, sin embargo, alcanza proporciones de “plaga bíblica” en los bosques templados del Reino Unido. Así pues, muchas veces es más adecuado referirse a comunidades más o menos fáciles de invadir que a especies invasoras, aunque incluso más importante que la potencial resistencia biológica de las comunidades a invadir es la llamada presión de propágulo, que es un eufemismo para decir que cuantos más intentos se hagan y con el mayor número posible de individuos mayores son las probabilidades de una conquista exitosa.

Invasores relativos
Hay casos sobradamente documentados del daño terrible que puede producir la introducción de una especie alóctona en la fauna local. Uno de los más flagrantes es el de la perca del Nilo (Lates niloticus), que fue introducida en el lago Victoria (África oriental) en los años cincuenta y causó la extinción de más de doscientas especies de peces cíclidos que eran endémicos de esa gran masa de agua interior. En cualquier caso, conviene incluir algunos matices en la perversidad de las invasiones biológicas.

Las especies se han movido de un lugar a otro desde hace millones de años. Por ejemplo, Norteamérica ha recibido casi toda su fauna de mamíferos desde Eurasia, excepto unos pocos grupos como los caballos y los camélidos que son originarios del continente americano. Una tras otra fueron llegando especies que en su momento no fueron nativas; pero, que se sepa, en ningún caso provocaron la extinción de un mamífero autóctono americano. Las poblaciones de muchos de ellos se vieron reducidas para acomodar a las recién llegadas, pero sin que llegaran a desaparecer. Este es para mí el quid de la cuestión. Una especie exótica debería ser declarada invasora si potencialmente puede llevar a una especie nativa a la extinción.


Retirada manual de un tapiz de diente de león (Carpobrotus edulis) en una zona costera de Mallorca. Esta planta de procedencia surafricana estaba colonizando una zona de gran diversidad vegetal y con un alto porcentaje de especies endémicas (foto: Aggeliki Doxa)

A otra escala, deberíamos ampliar la advertencia a aquellas especies capaces de alterar de manera sustancial el funcionamiento habitual de un ecosistema o los procesos de cambio evolutivo que tengan lugar. Esta definición de daño por invasión biológica deja fuera a muchas especies exóticas y apunta claramente a ciertos casos concretos, como la entrada de depredadores en lugares tradicionalmente libres de ellos. Un solo gato puede acarrear la extinción de un ave marina endémica en una isla de pequeño tamaño. Las ratas pueden eliminar por completo a pequeñas aves marinas, como los paíños, pero es sabido que las lagartijas o incluso otras aves marinas más grandes, como las pardelas, pueden persistir durante miles de años en islas pobladas por ratas.

Así pues, la categoría de exótica o invasora es relativa y no absoluta, ya que depende de las características de la comunidad en la que irrumpa. En determinadas circunstancias, las especies exóticas pueden tener incluso efectos positivos. Por ejemplo, las especies exóticas parecen estar mejor vistas cuando acaban “ocupando” un nicho ecológico parecido al de alguna especie extinta en el pasado, convirtiéndose en su equivalente funcional, lo cual puede aumentar la resistencia y resiliencia de los ecosistemas ante las perturbaciones. En esta línea, cabe recordar que existe un importante movimiento de excelentes ecólogos americanos que defienden la recuperación de la megafauna perdida de Norteamérica. Los grandes herbívoros americanos probablemente desparecieron por los efectos combinados del cambio climático y la llegada de los cazadores Clovis desde Eurasia hace unos 13-15.000 años. Los cazadores se encontraron con un continente virgen donde sus grandes presas potenciales no temían al hombre. Por su parte, muchas plantas americanas aún conservan síndromes adaptativos de defensa ante la presión de aquellos grandes herbívoros. Así pues, estos investigadores defienden, por ejemplo, la introducción de elefantes asiáticos actuales como sustitutos del papel que desempeñaban antaño mamuts y mastodontes (2).


Cartel anunciador de la presencia de coatíes (Nasua nasua) en el término municipal de Sóller, al noroeste de Mallorca (foto: Albert Fernández).

Al menos desde un punto de vista académico, muchas especies de fauna nativa que acaban colonizando islas libres de depredadores podrían ser consideradas invasoras, aunque no hayan sido traídas por el ser humano, ya que los fenómenos de compensación de la densidad y expansión del nicho trófico que experimentan las aves isleñas recién llegadas son asimilables al caso de las especies introducidas por la actividad humana. A menudo, la llegada de nuevos generalistas a las islas acaba por extinguir a las viejas especialistas, un fenómeno conocido como “ciclo del taxón”.

Nuestra propia especie, que evolucionó en África tropical, se ha caracterizado por su carácter invasor. Hace 30.000-50.000 años entramos en Europa y en Australia, donde acabamos con su megafauna, incluidas otras especies de homínidos. Hace tan sólo 13.000 años hicimos lo propio con la inocente fauna norteamericana. Ahora estamos presentes en todos los rincones del mundo, extinguiendo especies a un ritmo nunca visto. A veces parece que se nos olvida que la especie invasora con mayor capacidad de perturbación somos los propios seres humanos. En el fondo, eucaliptos, visones, tórtolas, acacias, siluros, chumberas, gambusias, cotorras, mejillones, cangrejos y galápagos invasores, son manifestaciones distintas de un mismo fenómeno global: los daños colaterales de nuestra ubicua invasión.


Bibliografía

(1) Gould, S.J. (1998). An evolutionary perspective on strengths, fallacies, and confusions in the concept of native plants. Arnoldia, 58: 3-10.
(2) Donlan, C.J. y Martin, P.S. (2003). Role of ecological history in invasive species management and conservation. Conservation Biology, 18: 267-269.

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