jueves, 25 de octubre de 2018

¿Por qué fracasa la educación ambiental?

Aunque no suela admitirse, la relación entre esfuerzo invertido y resultados obtenidos ha sido muy poco provechosa en materia de educación ambiental. Muchos profesionales han llegado a jubilarse tras constatar que sólo han conseguido llegar a un puñado de personas de manera efectiva tras mucho esfuerzo invertido. Pero, ¿por qué ha sido así?

Al parecer, no es un problema exclusivo de la educación ambiental española, sino un patrón generalizado que se repite en todo el mundo. Las causas están identificadas. Lamentablemente, unas son más fáciles de atacar que otras, pero hay espacio para mejorar mucho. Veamos cuáles son los principales fallos que los expertos han identificado (1).

El problema no es la falta de información
Saturar a la gente con información, hechos, estadísticas, datos y gráficas no parece ser una buena estrategia. Puede servir para los que ya forman parte de los convencidos, pero no para los demás, que son el objetivo principal. La clave del triunfo no es la cantidad de información, sino saber dar con el modelo mental que emplean las personas a las que nos dirigimos.

La audiencia no comparte tus valores
Saber qué valores comparte el grupo con el que estamos trabajando es fundamental. Conocer sus ideales, y hasta sus inclinaciones políticas, es esencial para crear mensajes a medida y que toquen la fibra sensible. Por ejemplo, las campañas para colectivos conservadores no pueden seguir la misma estrategia que aquellas dirigidas a gente más liberal.

Las nutrias usan este tramo fluvial urbano degradado paisajísticamente al máximo. Sin embargo la zona ofrece comida abundante y zonas impenetrables donde poder refugiarse. Esto debería hacernos pensar sobre nuestra manera de ver la naturaleza y la manera en la que la ven sus habitantes (Foto del autor). 

Meter miedo es una mala opción
El movimiento ambientalista ha abusado de los mensajes apocalípticos: plantas y animales que se extinguen, ecosistemas que amenazan con el colapso, impactos irreversibles para la salud, especies foráneas que vienen a acabar con todo. Esta estrategia genera rechazo social, pues la gente siente que ya no tiene nada que hacer para mejorar las cosas y simplemente tira la toalla porque es demasiado tarde.
Suele ser más efectivo mirar las cosas desde otro prisma, de manera que el receptor sienta que tiene la posibilidad de hacer algo positivo (2). Podrían destacarse rasgos como la resiliencia de los ecosistemas, en lugar de enfatizar la parte más negativa de los cambios. El caso es generar esperanza, el motor de lucha del ser humano, en lugar de hundir a la gente en la depresión. Insistir en los puntos positivos no es mentir ni ocultar información o sesgar las evidencias. Sólo conocer cómo funciona el cerebro humano, siempre ávido de aliento.

Distancia psicológica
Muchas veces el fracaso viene de la mano de la distancia psicológica al problema en cuestión. Lo que pasa en el Ártico o en la Amazonia queda lejos a mucha gente. Los problemas cercanos se entienden mejor. Una buena estrategia es ir de lo cercano a lo lejano, de lo particular a lo general. Si queremos que alguien se interese por la historia de Roma lo mejor es empezar por el pequeño yacimiento romano de nuestra comarca y generar interés. El paso a lo más general y distante llegará solo. Del mismo modo, si nos interesa el calentamiento global, la capa de ozono o la extinción de especies, la mejor manera de resolver estos problemas es fijarse objetivos menos ambiciosos y más cercanos, que preparen la conciencia para asuntos de mayor calado.

Los grandes números no funcionan
Según se desprende de los estudios realizados, la gente parece bastante insensible a los grandes números. No se consiguen mejores resultados cuando usamos los registros más llamativos de atropellos o de temperaturas en aumento. Al contrario, triunfa por goleada el interés social por el salvamento de individuos concretos o grupos familiares. Todos reaccionan mejor cuando pueden personalizar el problema y sentirlo cercano. Aunque el objetivo no sea salvar a un individuo particular, escogerlo como protagonista es un viejo truco cinematográfico que funciona. Desaparecen los anónimos problemas de los indígenas de Brasil, para convertirse en las circunstancias particulares de una persona de carne y hueso, que podría ser incluso nuestro propio hijo. Lo mismo vale para una especie animal. Seguramente algunos relatos protagonizados por nutrias en el Reino Unido han hecho más por su conservación que muchas campañas institucionales (3).

Cambio de conciencia
Los expertos insisten en que la meta final no radica en cambiar la actitud de la gente ante determinados problemas, sino en lograr un auténtico vuelco global de su conducta, un cambio de raíz que tenga consecuencias transversales ante distintos problemas ambientales (1). Ese cambio de conciencia es necesario para que lo que sin él se vive como una pérdida de comodidad o un esfuerzo extra pase a vivirse como una satisfacción o un placer que bien compensa los pequeños sacrificios. Para conseguirlo funciona mejor el refuerzo positivo que el castigo. Ofrecer recompensas es siempre bienvenido. Premiar es mejor que multar. La empatía es una fuerza poderosa en una especie tan social como la nuestra y ha de explotarse, aunque también tenga sus límites. Luchamos contra fuerzas poderosas como la propia estructura de nuestro cerebro. La selección natural nos ha hecho cortoplacistas. Hemos evolucionado pensando en sobrevivir en el presente, que ya era bastante. Civilización tras civilización hemos vivido explotando los recursos locales hasta el agotamiento y después colapsando. Es sólo que ahora no hablamos de los recursos locales sino de los planetarios. De alguna manera habrá que conseguir cambiar el chip mental ante las nuevas dimensiones del problema al que nos enfrentamos. Por ejemplo, debemos aprender a pensar que la solución seguramente deba pasar por el enriquecimiento de los países pobres o empobrecidos por los ricos. Es bien sabido que la riqueza lleva directamente al control poblacional espontáneo. Más riqueza para ellos podría compensarse disminuyendo la nuestra y buscando un punto intermedio de equilibrio. Para llegar a eso hace falta un grado de concienciación muy importante que afecte no sólo a los gobiernos o grandes compañías sino al individuo. Esa es la garantía de que el cambio sea permanente y no sujeto a modas.  Puede que estemos pensando en un tipo de ser humano que no existe y que no existirá nunca. Cambiar la naturaleza humana por medio del raciocinio y la cultura no es nuestra especialidad. Pero si queremos evitar el camino de todas las civilizaciones que nos han precedido deberíamos intentarlo al menos.

Con la verdad por delante
Añadiría que es un error ocultar la verdad, pensando que así se alcanzan mejor los objetivos de conservación. En su conjunto, la gente es más inteligente de lo que pensamos. Reconocer que los orangutanes pueden vivir en las plantaciones de aceite de palma, y no sólo en las selvas prístinas, no equivale a un cheque en blanco para promocionar la expansión de tales cultivos. Simplemente transmite un mensaje de esperanza al constatar la plasticidad de la especie, su tolerancia y adaptabilidad. El hecho de que las nutrias toleren aguas con cierto grado de contaminación y se alimenten de especies exóticas no significa que puedan contaminarse los cursos fluviales o fomentar la presencia de cangrejos rojos americanos. Al contrario, puede animar a que muchas personas vean que la supervivencia de las nutrias es viable si se trabaja por ellas.

Abusar de las amenazas de extinción se vuelve contra nosotros cuando las predicciones no se cumplen dentro de los plazos previstos. Igual que quedan desprestigiados los agoreros que pronostican el final del mundo cada cierto tiempo. A la larga, decir la verdad es siempre la mejor opción. Es preferible tratar a las personas como los adultos que son y no intentar sobreprotegerlas con verdades a medias. Ante todo, hay que recordar que lo que tratamos de transmitir son sensaciones y sentimientos y que la cercanía geográfica y psicológica son los mejores vehículos para alcanzar con éxito esas metas. Po último añadiría que debemos liberarnos del peso que las religiones occidentales han puesto sobre nosotros como especie  mala y elemento artificial de la naturaleza. Eso ha conseguido exitosamente que no veamos al resto de la naturaleza como un problema propio, que nos afecta de lleno al ser parte de ese todo. Los volcanes no son malvados por lanzar a la atmósfera toneladas de CO2. Los icebergs no son juzgados como malignos a pesar de que destruyen a su paso enormes superficies de fauna béntica en la Antártida al desplazarse, al estilo de un barco arrastrero de proporciones gigantescas. Sin embargo si lo hacemos nosotros somos execrables. La diferencia sólo estriba en que nosotros no tenemos la capacidad de controlar al volcán pero sí a nosotros mismos y es inteligente hacer lo que uno pueda por garantizar su pervivencia. Pero sin necesidad de colgarnos sambenitos de malvados. Eso no ayuda nada y además es mentira.  Las culpas y los pecados son ministerio de otros que han sabido emplearlos hábilmente para tenernos bien atenazados a través de la historia. Así que superémoslo de una vez. 
  
Bibliografía

(1) Masuda, Y.J. (2018). Science communication is receiving a lot of attention, but there’s room to improve. En Effective conservation: data not dogma,115-120. P. Kareiva y otros editores. Oxford University Press. New York.
(2) Knowlton, N. (2017). Doom and gloom won’t save the world. Nature, 544: 271. Disponible en DOI:10.1038/544271.
(3) Williamson, H. (1927). Tarka the otter. Penguin Books. Harmondsworth (UK).

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