Si antaño
forzábamos la reclusión de especies en refugios, es decir, en “castillos
remotos e inexpugnables”, ahora éstas empiezan a salir de los espacios
protegidos debido a que nuestra actitud hacia ellas es mucho más respetuosa. Una
muy buena noticia para la conservación de la naturaleza.
Los
pueblos prerromanos de la Península Ibérica, nuestros antepasados de las edades
del Bronce y del Hierro, construían sus poblados en lugares apartados y los
dotaban de poderosos medios defensivos. Eso es buena prueba de que vivían
intranquilos, siempre a la espera de una visita indeseada y peligrosa. Recuerdo
las primeras veces que visité el
fabuloso Castro de Baroña, en la costa coruñesa de Porto do Son, cuando me dejé
llevar por la admiración que transmiten aquellas piedras en un entorno tan
hermoso. Pero, sin dejar de apreciarlo, en visitas posteriores caí en la cuenta
de que aquel era un lugar realmente malo para vivir. Nadie instalaría por gusto
su casa en un pequeño afloramiento rocoso situado al final de un estrecho istmo
y rodeado por el océano. Si se ha visto y oído rugir al Atlántico en invierno
no hace falta justificar más esta afirmación. El poblado contaba además con una
doble muralla defensiva y sus habitantes habían excavado un foso en medio de la
barra de arena que sirve de acceso. Dicho con otras palabras: un lugar así sólo
fue escogido por criterios militares. Las espaldas quedan cubiertas por el mar
y su única entrada es estrecha y fácil de defender. Si no se hubieran visto
forzados a tomar tales precauciones, los pobladores costeros hubieran escogido
una zona más alejada del mar, cerca de sus tierras de cultivo y fuentes de agua
dulce, sin renunciar por ello a los recursos marinos que debieron ser el
principal objetivo de aquellas gentes. Sólo
empezaron a abandonar las fortificaciones cuando se impuso la Pax Romana. Pudieron
asentarse entonces en zonas llanas, abiertas y desprotegidas, pero mucho más
productivas. Roma aplicó sus leyes a lo largo y ancho del imperio, de modo que la
paz entre los pueblos ibéricos fue una consecuencia de su poderío militar.
Bien,
pues cuando conseguí asimilar esa página de nuestra historia, me di cuenta de
repente de que podía trazarse un paralelo con los avatares sufridos por la
fauna (1). La actividad humana de los últimos milenios y la transformación
agrícola del paisaje hicieron que la mayor parte de las especies silvestres
sobrevivieran en refugios, en lugares agrestes ubicados lejos de los
asentamientos humanos (2). El caso de la foca monje es un buen ejemplo: perseguida
en las playas, que son su hábitat predilecto de reproducción, tuvo que
refugiarse en inaccesibles cuevas costeras o archipiélagos alejados del
continente.
Selección por
comportamiento
Pero
esa no fue la única consecuencia de la presión humana. También sobrevivieron los
individuos más tímidos y recelosos, aquellos que nos tenían más miedo, como
queda patente en el oso pardo. Los osos vivían antaño en toda la Península (3),
de norte a sur y de este a oeste, pero quedaron encastillados en las montañas
más agrestes del norte, en la cordillera Cantábrica y los Pirineos. Además eran
unos osos mansos, que no agredían a la gente. Nada que ver, por ejemplo, con un
oso pardo de Alaska. Nuestros osos más agresivos y sin miedo hace mucho tiempo que
fueron eliminados por peligrosos.
El
caso es que la presión sobre la fauna disminuyó enormemente desde que se
ejecutó el Plan de Estabilización franquista y la población rural empezó a
concentrarse en unas pocas ciudades. Un dato relevante es que las licencias de
caza han caído de manera continua en toda España durante las últimas décadas.
Además ha aumentado la sensibilización de la gente urbana por la conservación
de la diversidad biológica. Y, para remate, los gobiernos democráticos han
establecido espacios protegidos, dotados de legislación propia, sobre los
antiguos refugios donde quedó acantonada la fauna. Ahora, tras varias décadas
de Pax Romana, está empezando a salir de aquellos refugios obligados. Una muy
buena noticia, porque viene a decirnos que hemos hecho bien las cosas durante
los últimos treinta años y salvado a muchas especies que se encontraban en una
situación realmente extrema. Podríamos decir que lo mejor que podría pasarle a la
fauna es que quiera estar fuera de los espacios protegidos y recuperar los territorios
perdidos. Una tendencia que también viene dictada en parte por el cambio que
han sufrido los ecosistemas a raíz del éxodo rural. Los terrenos abiertos para
cultivos y pastos vuelven a cubrirse de vegetación y en los espacios protegidos
empiezan a escasear las presas más codiciadas, como conejos y perdices, que son
propias de lugares despejados.
Algunos
ejemplos en islas
Los
halcones de Eleonor nidifican en inexpugnables acantilados de pequeños islotes
mediterráneos. Pero, en cuanto la presencia humana desaparece, crían
directamente en el suelo. Así lo hacen en el islote de Mogador (Marruecos), donde
los nidos alcanzan densidades extraordinarias. Nosotros mismos hemos estado
años devanándonos los sesos para averiguar si los halcones preferían un tipo
concreto de acantilado, una orientación, un sustrato particular (4). Al final, mucho
tiempo después, nos dimos cuenta de que la reproducción de los halcones en
acantilados es más que nada un artefacto debido a la presencia humana en esos
islotes. En cuanto tienen ocasión, salen de los refugios.
Lo
mismo hicieron la gaviota patiamarilla o la de Audouin. En muchas islas y
costas con frecuente presencia humana también crían en los acantilados, pero salen
de sus castillos en cuanto comprueba que somos inofensivos. Poco a poco, los
buitres negros mallorquines, encastillados en los pinos de los acantilados, empiezan
a salir asimismo de sus refugios, un comportamiento seguramente favorecido por
los genes confiados que han llegado a la pequeña población isleña a través de los
programas de reforzamiento.
Algunos ejemplos
continentales
Águilas
reales y perdiceras crían cada vez más sobre árboles. No sólo porque la
superficie forestal esté aumentando, sino también porque los farallones rocosos
eran mejores castillos naturales que los árboles cuando estas aves estaban
perseguidas. Ahora que se sienten a salvo, pueden salir de aquellas fortalezas.
De hecho, las perdiceras del programa LIFE portugués se están expandiendo hacia
el norte gracias a su hábito de anidar en árboles, incluso sobre especies
exóticas y muy cerca de viviendas (5).
Las
antaño muy amenazadas águilas imperiales están empezando a abandonar sus áreas
tradicionales de cría para dirigirse a pinares intensamente gestionados por el
hombre y situados en terreno llano. La razón es que los pinares aclarados
artificialmente son más favorables para sus presas que los bosques con
vegetación cerrada. El abandono del medio rural y la escasez de grandes
mamíferos herbívoros, extintos mayoritariamente durante el tránsito entre el Pleistoceno
y el Holoceno, ha abierto las puertas a la sucesión vegetal. Unos cambios que
no sólo afectan a las águilas imperiales ibéricas de la especie Aquila adalberti (6, 7), sino que se han
apreciado también en las imperiales de Hungría, que pertenecen a la especie Aquila heliaca (8).
Por
otra parte, las nutrias desertan con facilidad de sus refugios forzosos en las cabeceras
de los ríos para ocupar sus tramos medios y bajos. De hecho, han alcanzado ya las
costas y son cada vez más habituales en las orillas de los embalses (9). Aunque
también hay casos de especies emblemáticas que no han dado aún ese salto, como
el lobo ibérico que, aunque haya extendido su área de distribución, todavía no
puede abandonar los refugios forestales debido a la persecución directa. Los
osos que intentan dirigirse asimismo hacia zonas más llanas suelen ser víctimas
de artilugios cinegéticos que no estaban destinados a ellos.
Nuevas
relaciones con la fauna
Podría
seguir citando casos y más casos, pero creo que el mensaje ha quedado claro y
está suficientemente probado. No sólo los grandes depredadores salen de sus
refugios, sino también sus presas. Jabalíes y corzos recuperan sus hábitats
históricos y ya están cerca de las ciudades, cuando no directamente en ellas. Y
cada vez con mayor descaro, atraídos por la falta de depredadores, la
abundancia de comida y el respeto que la gente les brinda.
Es
obvio que todo este proceso planteará nuevos desafíos a nuestra relación con la
fauna silvestre, ya sea en forma de accidentes de tráfico o de ataques a
personas y mascotas. Tendremos que diseñar una nueva hoja de ruta, pero, de
entrada, podemos adelantar que esa salida de los viejos castillos representa un
avance en el marco de nuestra reconciliación con las demás formas de vida.
Llevamos treinta años deseando que los espacios protegidos sean innecesarios y
estamos empezando a conseguirlo. Acabada la romanización nuestra civilización
volvió a los castillos en la Edad Media, auténticas jaulas de oro que admiramos
por extrañas razones románticas. Esperemos que el futuro que le espere a
nuestra fauna no sea ese.
Bibliografía
(1)
Martínez-Abraín, A. (2016).
¿Refugiados o adoptados? Quercus,
362: 6-8.
(2)
Martínez-Abraín, A. (2017). ¿Espacios
protegidos o no? Quercus, 379: 6-7.
(3) Jiménez, J. (2016). El ocaso del oso en
Castilla y Aragón. Quercus, 370:
26-34.
(4) Urios, G. y Martínez-Abraín, A. (2006).
The study of nest-site preferences in Eleonora’s
falcon Falco eleonorae through
digital terrain models on a western Mediterranean Island. Journal of Ornithology, 147: 13-23.
(5) Carlota Viada, comunicación personal.
(6) González, L.M. y otros autores (2008). Status and habitat changes in the endangered Spanish
Imperial Eagle (Aquila adalberti)
population during 1974-2004: implications for its recovery. Bird Conservation International, 18: 242-259.
(7) Rojo, L.I. y otros autores (2013). Colonización por el águila imperial ibérica
(Aquila adalberti Brehm) de montes
intensamente gestionados en la provincia de Valladolid. En Sexto Congreso Forestal Español, Vitoria-Gasteiz 10-14 junio 2013.
Sociedad Española de Ciencias Forestales. Palencia.
(8) Horváth, M. y otros autores (2014). Simultaneous effect of habitat and age on reproductive
success of Imperial Eagles (Aquila
heliaca) in Hungary. Ornis Hungarica,
22: 57-68.
(9) Martínez-Abraín, A. y Jiménez, J. (2016).
Anthropogenic areas as incidental substitutes for
original habitat. Conservation Biology,
(doi:10.1111/cobi.12644).
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