miércoles, 29 de febrero de 2012

El efecto investigador

Paseaba este verano por la sierra de Cazorla cuando atiné a pasar por la base de un canchal de piedras desprendidas, de pequeño tamaño. Algunas plantas se las habían apañado para medrar entre ellas. Pensé que eran unas supervivientes muy meritorias, pero también medité sobre cómo diantres podría estudiar la dinámica (o, más bien,¡ la cinemática!) de esa población, que sin duda debe acompañar a las piedras en su movimiento colina abajo. Si me metiese a pie en ese cono de deyección alteraría las condiciones originales y lo que estaría estudiando ya no sería la situación original. ¡Vaya dilema!

En la biología de campo, situaciones como las descritas en la entradilla se presentan con mucha más frecuencia de lo deseable. Los físicos ya pusieron nombre a este fenómeno hace tiempo, cuando el alemán Werner Heisenberg (1901-1976) formuló su Principio de Incertidumbre. La versión casera viene a decir que no es posible determinar a la vez la posición y la velocidad de un electrón, porque para hacer estas observaciones es preciso iluminarlo –y, por tanto, bombardearlo con fotones–, lo que altera el resultado de las mediciones. Advierto que esta versión cualitativa es poco satisfactoria para un físico de partículas, ya que en realidad el fenómeno es mucho más complejo y trasciende los conceptos de la física clásica, pero a nuestros efectos bastará con esta versión algo descafeinada.



Estudiar una población de plantas en un canchal de piedras plantea la paradoja de alterar las condiciones del sistema de estudio (Foto: autor)
El efecto investigador y la validez de nuestros resultados
Cuando estudiaba avetorillos (Ixobrychus minutus) en la Albufera de Valencia, me encontré en la siguiente tesitura. Seguía dos tipos de nidos: unos situados a orillas de las acequias que atraviesan el arrozal, accesibles desde una embarcación, y otros más alejados de la orilla a los que había que llegar andando, abriéndose paso entre la vegetación palustre. Resultó que los nidos accesibles desde la barca solían salir adelante sin problemas, pero los visitados a pie fracasaban. Tras reflexionar sobre las características diferenciales de ambos tipos de nidos acabé llegando a la sospecha final de que era yo el culpable de aquella diferencia, ya que el camino abierto entre los carrizos y las eneas no sólo era práctico para mí sino también para los depredadores potenciales de huevos y pollos, como las ratas. Ese fue mi primer contacto con el llamado “efecto investigador”. Quería evaluar el éxito reproductor de estas pequeñas garzas y era yo mismo quien estaba introduciendo un sesgo en el estudio. Muchos años después me comentaba Carlos Herrera que ese problema se da también entre los ecólogos vegetales, que, sin querer, pueden aumentar las tasas de depredación de semillas y frutos en las plantas visitadas, con lo cual introducen un sesgo involuntario en sus estudios demográficos.

En biología, varios ejemplos curiosos del principio de incertidumbre se dan en el mundillo del marcaje de aves. De hecho, en los análisis de captura-recaptura se advierte de entrada que de poco servirá el estudio si las marcas alteran la supervivencia (o la probabilidad de recaptura) de los individuos trampeados. En un artículo publicado en la revista Nature en enero de 2011 (1) se ponía de manifiesto que el marcaje de los pingüinos rey (Aptenodytes patagonicus) mediante bandas metálicas en las “aletas” les afectaba negativamente, ya que nadaban peor, necesitaban más tiempo para buscar comida y tardaban en regresar a la zona de cría. Todo esto se tradujo en una reducción del 40% en la productividad y un 16% en la supervivencia de las aves marcadas. De modo que las conclusiones sobre el efecto del cambio climático sobre estas aves marinas no son ahora nada fiables y deben ser reexaminadas.

Nosotros también nos preocupamos del posible impacto que pudiéramos tener sobre las colonias de aves marinas que seguimos a largo plazo en el Mediterráneo occidental. Para asegurarnos de que la instalación de geolocalizadores adheridos a una anilla plástica en el tarso de las pardelas cenicientas (Calonectris diomedea) no tenía efectos negativos sobre sus parámetros demográficos, se siguió durante tres años una muestra de aves marcadas y otra sin marcar en dos colonias distintas. Los resultados (de nuestras pruebas estadísticas de potencia) indicaron que no había grandes o medianas diferencias en las tasas de retorno, ni tampoco en el éxito reproductor ni en la condición física de las aves marcadas. Sólo se detectaron efectos de pequeña magnitud, a corto plazo, en la condición física en las aves marcadas que se consideraron poco relevantes biológicamente (2) y concluimos que el método era adecuado para obtener información sobre las aves en el mar. Pero tuvimos en cuenta la posibilidad de que se dieran ciertos sesgos cuando las condiciones ambientales fueran muy adversas.

Los efectos de la implantación de tecnología sobre la fauna silvestre debe ser cuidadosamente analizada para prevenir daños no deseados y resultados engañosos (Foto: autor) 

Otro caso clásico protagonizado por aves es el sesgo que se produce entre los diamantes mandarines (Taeniopygia guttata) cuando se marcan con anillas plásticas de colores para estudiar los procesos de selección sexual. Resulta que, al final, las preferencias de las hembras se ven influidas no sólo por la intensidad de la coloración natural de los machos, sino también ¡por el color de las anillas que portan! Claro, el color es el color y resulta ser un rasgo importante para las aves, al igual que para los seres humanos. Entre paréntesis, si me permitís una digresión que no puedo reprimir, diré que curiosamente este papel tan importante de la vista, junto con nuestros sistemas de emparejamiento fundamentalmente monógamos, nos unen más a las aves que a los mamíferos. En efecto, los mamíferos se fían más del oído y del olfato que de la vista y son más proclives a la poligamia que nosotros, seres sólo ligeramente polígamos a juzgar por nuestro bajo dimorfismo sexual y al reducido tamaño relativo de nuestros testículos, que indican un papel poco relevante de la competencia espermática (3).

En cualquier caso no hay que olvidar que también hay casos en los que el efecto del investigador existe y es para bien, sobre todo cuando se aplica el llamado "efecto espantapájaros" (scarecrow effect) y los depredadores evitan las zonas visitadas por los investigadores humanos. Algo similar a lo que que ocurre en las zonas de pic-nic que la administración forestal instala en los montes, donde algunas avecillas del bosque pueden conseguir un doble beneficio: restos de comida y una menor densidad de pequeños y medianos depredadores. 

Investigaciones y bienestar animal
Con el advenimiento de la tecnología a la carta, los radiotransmisores se han convertido en uno de los artilugios más en boga de los últimos tiempos. Un reciente estudio veterinario ha puesto de manifiesto que el 22% de los milanos reales (Milvus milvus) marcados con radiotransmisores, mediante arneses adosados al dorso, para un proyecto de reintroducción en el Reino Unido, sufrieron lesiones físicas severas, lo que pudo reflejarse en el fracaso reproductor de algunos individuos (4). Algo que, sin embargo, no pasó entre los milanos reales cuyos transmisores se montaron en la cola. En este caso no parece que los daños sean relevantes, sobre todo si tenemos en cuenta que se enmarcan en un programa de reintroducción de la especie llevado a cabo desde 1989 por parte de la Royal Society for Preservation of Birds (RSPB) y el Nature Conservancy Council y que se ha saldado con unas mil parejas nidificantes de milanos reales en Inglaterra.

No obstante, hay que valorar siempre los riesgos y beneficios que el marcaje entraña para cada especie. En Mallorca, por ejemplo, el Govern Balear marca también milanos reales con radiotransmisores y gracias a ello ha sido posible pillar con las manos en la masa a propietarios de fincas cinegéticas que estaban colocando cebos envenenados. En tales circunstancias, el marcaje puede representar grandes beneficios, no sólo para los propios milanos sino para mucha otra fauna silvestre.

No quiero dar la falsa impresión de que los investigadores son ahora los culpables de todos los males, porque sinceramente no lo creo y más bien estoy convencido de que gracias al seguimiento de las poblaciones muy a menudo podemos detectar problemas de conservación de modo que los gestores puedan actuar con buen criterio. Pero siempre está bien un poco de autocrítica. Obviamente, nuestro trabajo siempre tiene alguna consecuencia. Se trata de evaluar, caso por caso, si son tolerables o desaconsejables. A veces es también una cuestión de prioridades, de lo que más urja proteger. Si para estudiar una colonia de aves hemos de pisotear una población de plantas endémicas o un perfil de suelo viejo muy valioso, habrá que sopesar si los daños a la vegetación o al suelo se ven compensados por el beneficio a la fauna. Difícil decisión.

El asunto radica en que, cuanto más mejoremos en este aspecto, más exactas y precisas serán nuestras estimas, menor incertidumbre tendrán nuestras predicciones y más inocua será nuestra relación con nuestros queridos modelos de estudio.

Agradecimientos
A José Manuel Igual y Juan Jiménez, por sus comentarios a un borrador de este trabajo.


Bibliografía

(1) Saraux, C. y otros autores (2011). Reliability of flipper-banded penguins as indicators of climate change. Nature, 469: 203-206.
(2) Igual, J.M. y otros autores (2005). Short-term effects of data-loggers on Cory’s Shearwater. Marine Biology, 146: 619-624.
(3) Arsuaga, J.L. (2004). Los aborígenes: la alimentación en la evolución humana. RBA Editores. Barcelona.
(4) Peniche, G. y otros autores (2011). Long-term health effects of harness-mounted radio transmitters in red kites (Milvus milvus) in England. Veterinary Record (en prensa).

No hay comentarios:

Publicar un comentario