Después
de 10 años (2008-2018) de acompañaros cada mes entre las páginas 6 y 8 de esta
revista, han quedado en la hemeroteca de Quercus más de 100 artículos de
divulgación de la ecología, la evolución y la conservación (y sus
interacciones), dos libros que los compendian y un tercero en preparación. Ha
sido un viaje fantástico que nunca esperé llegase a un destino tan lejano en el
tiempo. Todo un placer para mí y espero que un poco también para vosotros.
En esta última entrega
quisiera mirar hacia atrás, para resumir algunos de los temas que he abordado estos
años, pero pretendo también mirar hacia adelante proponiendo cuestiones que los
naturalistas y los ecólogos del tótem del toro tenemos pendientes para el
futuro. Las propuestas tienen sentido sobre todo circunscritas al marco ibérico
y europeo y probablemente lo sean en el futuro para los países ahora
empobrecidos.
1. Creo que debemos tratar de evitar con
todo nuestro empeño la pobre visión de que todo lo que viene de fuera es
sospechoso de ser malo. Esa visión tira de manera importante de nuestros
instintos de rechazo a lo desconocido y tiene poco apoyo por parte de la
información acumulada (1, 2). En la mayoría de los casos las especies que
vienen de fuera no se naturalizan y muchas de las que lo hacen pueden contribuir
a aumentar la riqueza local sin causar merma en la diversidad existente. Decir
lo contrario es similar a caer en la falacia de que los trabajadores
extranjeros vienen a quitarnos el pan o defender que los establecimientos
americanos de comida basura han acabado con los restaurantes de cocina
mediterránea. Sólo un puñado de especies recién llegadas causan problemas y
esos problemas además muchas veces son de índole económica más que biológica.
No es posible cerrar las fronteras al tránsito de mercancías y personas, así
que tendremos que dedicarnos a abrir nuestras mentes a un mundo rápidamente
cambiante, a un nuevo orden mundial. Las especies que triunfan no tienen
biologías especiales para la invasión (la clave está en los huecos dejados por
los ecosistemas invadidos) y además no hace falta ser exótico para resultar
invasor. Algunas especies nativas son buenas invasoras también. Existe la
invasión pero no el ser invasor. Cualquiera puede serlo dadas las
circunstancias adecuadas. Es nuestra manera y ritmo de cambio de las cosas la
responsable de que algunas especies invadan el terreno de otras. También es
cierto que esas invasiones no duran eternamente o no pegan siempre con la misma
fuerza que en las primeras fases, cuando pillan a todo el mundo por sorpresa.
Nuestros ecosistemas no están saturados de partida (porque los nichos
ecológicos se fabrican, no existen a priori) por lo que hay hueco para mucho
recién llegado y muchas veces las especies nuevas reemplazan funcionalmente a
especies extintas y ayudan a que los ecosistemas puedan perpetuarse, aunque la
composición de especies haya cambiado.
2. En aquellos casos en los que
identifiquemos que una especie está siendo empleada como chivo expiatorio (sean
lobos, abejarucos, focas monje o cigüeñas) normalmente habrá un colectivo humano
en peligro detrás. La clave para acabar con la persecución de esas especies es
mejorar el status de los colectivos humanos que las demonizan. Los pescadores,
agricultores, ganaderos o apicultores que tengan problemas económicos, debido a
complejos factores de índole socio-político o geo-estratégico, tendrán
tendencia a buscar un culpable que esté a mano. El lucro cesante que ejercen
esas especies es real pero es sólo la gota que colma el vaso, no la causa
principal, pero es más fácil culpabilizarlas que localizar al responsable de
Bruselas que ha promovido cierta política. Hemos de reconocer esta debilidad
humana y tratarla con inteligencia y no con enfrentamientos o descalificaciones
que nunca llevan a nada bueno, sino más bien a empeorar las cosas. Un dogmatismo
no se cura con otro, sino con mano izquierda y astucia.
3. Los ecosistemas emergentes o noveles
cada vez van a cobrar más peso en el conjunto de la biosfera. Lo mejor que nos
puede pasar es que las especies demuestren ser muy plásticas y que sean adaptables
a esos nuevos medios (3). En muchos casos eso es lo que sucede y debemos
acostumbrarnos a convivir con esos medios. A fin de cuentas, todos los demás (los
que llamamos “salvajes”) también tienen la mano humana detrás en mayor o menor
grado, aunque no lo queramos ver.
4. Las especies de espacios abiertos y de
pequeño tamaño son las perdedoras de nuestro tiempo. Se vieron beneficiadas
cuando se talaron los bosques y cuando las especies grandes eran escasas. Ahora
que se expande la superficie forestal y que las antaño amenazadas especies
grandes se recuperan, las pequeñas lo tienen difícil. Habrá que garantizar su
persistencia, aunque sea con cifras mucho menores que las que tuvieron. La gran
tragedia de nuestro tiempo es la pérdida de millones de insectos, de millones
de fringílidos y aláudidos, de millones de tórtolas y codornices. Ahora es el
tiempo de los páridos y los pícidos, de los tejones, las martas y las garduñas,
de los azores, los jabalíes y los corzos.
5. La fauna nos pierde el miedo y cada vez
estará más cerca de los respetuosos urbanitas del siglo XXI. Cada vez será menos
patente la frontera entre lo urbano y lo salvaje. Eso nos permitirá disfrutar
de la fauna de manera más cercana pero también nos traerá nuevos desafíos de
convivencia que no hemos visto en siglos.
6. Tenemos la oportunidad de convertir este
país nuestro en el país de la reconciliación ecológica, dentro del marco
europeo (4). El reciente atraso económico, junto al lejano efecto de las
glaciaciones, han hecho de Iberia un refugio de fauna silvestre que ahora
comienza a valorarse en su justa medida por el conjunto de la sociedad. Ahora
que se recuperan osos, linces, buitres y grandes águilas, delfines y ballenas,
cada vez tendrá más tirón el turismo de naturaleza que se puede convertir en
una importante fuente de empleo verde. La fauna además podrá contemplarse con
facilidad en el entorno de ciudades y pueblos reconvertidos al pastoreo de la
biodiversidad, como ya pasa en los que han adoptado a los osos como emblema.
7. En el plano científico debemos abrir
nuestras mentes a los emergentes mecanismos de la evolución biológica y
fusionar estas visiones con la ecología. Es buen síntoma que a buena parte de
los naturalistas les parezca positivo que los lobos italianos puedan llegar a
cruzarse con los ibéricos, mirando por el bien de la especie por encima de la
preservación de los morfos a menudo encumbrados bajo el apelativo de “subespecie”,
como si éstas fueran garantía de nuevas especies en el futuro, en lugar de
anécdotas biodiversas de la deriva genética. De hecho, el modelo neodarwinista,
de lenta acumulación de pequeños cambios, como mecanismo de la especiación,
cada vez está más desbancado a favor del papel primordial de los genes
saltarines, la epigenética, la activación de secuencias reguladoras, la
poliploidía, la hibridación o la evo-devo como mecanismos de cambio
relativamente rápido. La ecología podrá
salir de su actual atasco de progreso conceptual si se deja invadir por toda esta panoplia de
revoluciones en el pensamiento evolutivo y si en general hibrida ella misma con
otras ciencias. Por otro lado habría que revertir la tendencia actual que trata
de alejar a la ciencia de la ecología del empirismo y del contacto directo con
la naturaleza (5). En parte esto nos llevaría también a prestar más atención a
verificar o validar los resultados proporcionados por los modelos predictivos
de cambio global. Unos resultados por regla general bastante apocalípticos que anuncian
un fin del mundo que afortunadamente se empeña en no llegar.
8. Los mapas del futuro no sólo nos
contarán dónde están las especies ahora sino dónde van a estar, no ya sólo por
las previsiones del calentamiento global sino por las previsiones del abandono
de los refugios históricos en los que se encontraba confinada la fauna debido a
la persecución humana. Necesitamos mapas de adecuación del hábitat en los que
se dibuje la probabilidad de acoger a una u otra especie en lugares donde
actualmente no están (lugares actualmente no protegidos), no porque los sitios
sean malos sino porque no ha sido posible llegar hasta ellos hasta ahora.
9. No hemos de temer reconocer que la
naturaleza no funcione como nosotros imaginamos que debiera comportarse, sino
de una manera mucho más resistente y resiliente. Conservar la naturaleza no
pasa por ocultar su flexibilidad. Son buenas noticias que los pingüinos sean
capaces de criar sobre una isla de plástico, que los lobos sobrevivan con la
basura de los vertederos, que las golondrinas dáuricas vean en los viaductos
unos acantilados inexpugnables, que las águilas perdiceras o imperiales puedan
criar sobre eucaliptos, o que los cernícalos primillas cacen de noche a la luz
de las focos que atraen a los insectos nocturnos en la Giralda hispalense, como
hacen también los vencejos reales bajo las luces de la Acrópolis ateniense. Desde
luego no son buenas noticias que haya islas de plástico o vertederos
incontrolados o que el paisaje se eucaliptice sin orden ni concierto, pero la
capacidad de la fauna salvaje para usar esos ambientes generados por nuestra
actividad es garantía de su persistencia a largo plazo, mientras conseguimos
vivir de una manera más adecuada, sostenible y solidaria. Las especies que
ahora vemos proceden del tiempo profundo y han pasado por mil avatares
selectivos que las han hecho ser mucho más duras de pelar de lo que parece a
primera vista.
10. En general el camino de nuestro avance
como seres humanos pasa por conocernos mejor (6). Por conocer mejor la
naturaleza humana. Por identificar nuestras debilidades y vulnerabilidades. Saber
quiénes fuimos y quienes somos: versiones domesticadas del Homo sapiens que sin embargo conservan muchas características del
humano paleolítico en plena modernidad. Y sobre todo pasa por conocer mejor
nuestro cerebro, pues toda nuestra “realidad” se genera allí.
Agradecimientos
Carlos Herrera, Daniel
Oro, Rafael Serra, Juan Jiménez y Pilar Santidrián revisaron un borrador de
este artículo. A todos ellos mi enorme agradecimiento por tantos ratos de complicidad
e inspiración compartida.
Referencias
(1)
Kareiva,
P., Marvier, M. & Silliman, B. 2018. Effective conservation science: data
not dogma. Oxford University Press, New York.
(2)
Martínez-Abraín, A. & Oro, D. 2013. Preventing the development of dogmatic approaches in
conservation biology: a review. Biological Conservation 159: 539-547.
(3)
Martínez-Abraín, A. & Jiménez, J. 2016.
Anthropogenic areas as incidental
substitutes for original habitat. Conservation Biology 30: 593-598.
(4)
Rosenzweig,
M. L. 2003. Win-win ecology: how the Earth’s species can survive in the midst
of human Enterprise. Oxford University Press Inc., New York.
(5)
Ríos-Saldaña, C., Delibes-Mateos, M. y
Ferreira C.C. 2018. Are field
work studies being relegated to second place in conservation science? Global
Ecology and Conservation 14: e00389.
(6)
Damasio, A. 2010. Y el cerebro creó al
hombre. Black Print CPI, Barcelona.
El punto segundo es pieza clave en la concepción de una posible arcadia feliz y el que más cuesta explicar a todos..
ResponderEliminarLas sociedades rurales.
Sí, hay que ponerse en la piel de los habitantes del rural. Tratar de entenderlos. Y tratar de entender la raíz de sus problemas. Todo menos buscar el enfrentamiento con los últimos agricultores y ganaderos. Nuestra naturaleza depende mucho de ellos. El hecho de ser los últimos los pone en una situación muy difícil porque todo juega en contra de ellos. El abandono del rural es un proceso inacabado y cada vez que desaparece una familia las cosas empeoran para los que se quedan. Son los últimos de Filipinas.
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