En ecología suelen
hacerse clasificaciones bastante artificiales y de escasa justificación. Por
ejemplo, distinguir entre ecología terrestre y acuática, o entre ecología de
aguas continentales y marinas. Hay, sin embargo, una distinción poco frecuente que
sí tendría pleno sentido hacer: separar la ecología de los seres vivos sésiles de
aquella de los seres vivos móviles.
Curiosamente,
tal separación uniría a las plantas con los animales sésiles bajo un mismo epígrafe.
Ni un alga, ni un musgo, ni un helecho, ni un brezo, ni un roble pueden salir
corriendo ante la llegada de un herbívoro o una perturbación ambiental. Tampoco
pueden hacerlo esponjas, corales, percebes, briozoos o mejillones. Esa
condición determina toda su ecología, la manera en que se relacionan con su
entorno. Si gestionaras una empresa dedicada a encontrar sustancias químicas
capaces de curar enfermedades humanas deberías empezar a buscar entre los seres
que viven atados al suelo.
Cuando
no se puede salir por piernas hay que buscar soluciones alternativas y la más
práctica es convertirse en una bomba química. Son las plantas (hasta las más
comunes, poco llamativas y aparentemente inútiles) las que han desplegado una
carrera armamentística con abundantes defensas químicas y no los mamíferos. Son
los corales y las esponjas quienes pueden contener remedios para cualquiera de
nuestros males y no los insectos. Nunca olvidaré que fue una vil artemisa la
que, con su artemisina, me sacó de las garras de una muerte segura por malaria.
Diálogos de un
ecólogo con un herpetólogo
En
los ratos sueltos que la frenética actividad docente permite, me gusta tener
conversaciones con Pedro Galán, un compañero de la Universidade da Coruña que
ha dedicado su vida a entender a los reptiles y a los anfibios. Muchas veces le
cuento las cosas que voy reflexionando con mis modelos de estudio,
mayoritariamente aves y mamíferos, y casi siempre Pedro acaba concluyendo que
mis planteamientos no son aplicables a sus bichos. La razón es que tanto aves como
mamíferos son bastante independientes de lo que pueda ocurrir en zonas
concretas de sus hábitats locales, porque tienen la capacidad de irse cuando
las cosas se ponen mal. Pero nada de eso vale para una rana, un tritón o un
sapo. Tampoco para la mayoría de los reptiles, aunque muchos de ellos sean
campeones en movilidad, como las ancestrales tortugas laudes.
Aves,
mamíferos, reptiles y anfibios son todos ellos tetrápodos, pero esa agrupación
tiene poco interés ecológico. Aves y mamíferos son homeotermos, mientras que reptiles
y anfibios son heterotermos. Esta clasificación sí da jugo a la hora de entender
su ecología y coincide con la que defiendo aquí al separar entre formas muy
móviles y otras más bien estáticas. ¿Están relacionados ambos aspectos? Me
refiero a la endotermia /ectotermia y la mayor o menor movilidad. ¿O es pura coincidencia?
Bueno, parece algo más que una coincidencia. Poder moverse sólo cuando el sol
aprieta representa una doble limitación: por el día te puedes sobrecalentar y de
noche estás condenado al reposo.
Imaginemos
una perturbación ambiental que consistiera en reabrir con un buldócer un
antiguo cortafuegos que llevaba diez años intacto. Ese mismo cortafuegos es utilizado
por jabalíes y lobos para desplazarse por la noche hacia sus zonas de
alimentación, como si fuera una autopista. También lo usan los anfibios durante
su fase terrestre, que encuentran buenos refugios bajo sus piedras. Tras el
paso de la maquinaria pesada podemos esperar que ambos grupos, los muy móviles
y los menos móviles, se vean afectados por el cambio de escenario. Sin embargo,
no es así. Lobos y jabalíes volverán a usar el cortafuegos 24 horas después de
que las máquinas se hayan ido (lo hemos constatado mediante foto-trampeo),
mientras que los anfibios se habrán visto arrasados y tardarán meses o años en
volver a colonizar un medio tan alterado. Como me repite Pedro incansablemente,
el destino de los anfibios es el destino de su hábitat. Para los que pueden
salir corriendo no.
Lo
que vimos gracias a nuestras cámaras de foto-trampeo es que el buldócer no afectó
a lobos y jabalíes, sino más bien al contrario, ya que les dejó una ruta más
despejada hacia sus zonas de forrajeo. Así pues, a la hora de valorar el efecto
de una perturbación no tenemos más remedio que preguntarnos: ¿Impacto? ¿Respecto
a quién? La apertura de un cortafuegos no es ni una catástrofe ni un acto sin
consecuencias o con consecuencias positivas. Como hemos visto otras veces, no hay
una respuesta universal. Todo depende de nuestras prioridades de conservación.
De lo que queramos tener. Si la zona es un punto caliente por su diversidad de
anfibios o abundan las especies endémicas, haríamos bien recomendando
precaución con tales prácticas. Pero, si lo que nos importa es el lobo, no
deberíamos preocuparnos demasiado por esta estrategia para la prevención de
incendios.
Lo
que sí parece universal es que no podremos tener de todo en ese cortafuegos. En
términos matemáticos, maximizaremos la función para un grupo o para otro, pero
no tendremos dos máximos de la función. Pensar lo contrario es ilusorio y está
lejos de la realidad, por mucho que nos incomode. Negarse por defecto a
cualquier alteración del hábitat roza el fundamentalismo ambiental y la
ignorancia ecológica. No podemos escapar de estudiar caso por caso cada
problema. Todo lo contrario de lo que anhelaríamos como envidiosos que somos de
la física de principios universales.
Sésiles, pero no
tanto
De
todos modos, siempre hay grados en esto de la movilidad. No es una cuestión cualitativa
de sí o no, sino más bien cuantitativa. Por ejemplo, cuando vemos rodar por
millares a las plantas del desierto, que dispersan sus semillas empujadas por
el viento, no estamos tan seguros de que los vegetales se muevan poco. Dos
especies estepicursoras de nuestra flora, como la barrilla (Salsola kali) y el cardo corredor (Eryngium
campestre), se desprenden de la parte aérea de la planta cuando las
semillas están maduras. Esa parte seca y ya muerta se separa del tallo o de la
raíz y el viento se encarga de arrastrarla libremente. Esta estrategia para
dispersar las semillas no es exclusiva de las fanerógamas, sino que se da
también en los hongos y en unas plantas emparentadas con los helechos que
conocemos como Selaginella. Algo
equivalente ocurre con los crustáceos del género Balanus, cirrípedos epibiontes que viajan sobre tortugas marinas y
cetáceos. Aunque ellos sean sésiles, se las ingenian para recorrer todos los
rincones del mundo. Desplazarse a lomos de otro también es moverse. A fin de
cuentas, nosotros no solemos recorrer el mundo a pie, sino a bordo de algún
medio de locomoción.
Excepciones
aparte, la capacidad de trasladarse lo determina casi todo: encontrar comida o
pareja en otro sitio si las cosas se han puesto mal donde resides, sobrevivir cuando
la meteorología se pone adversa, recolonizar una zona arrasada, librarse de un
depredador o un competidor y encontrar mejores socios. Sin embargo, pensar que
con mayor movilidad te conviertes en alguien mejor preparado para afrontar los
cambios ambientales es mucho decir. De hecho, hace millones de años que el
planeta cuenta con corales y esponjas, plantas y hongos. Tanto responde a una
perturbación el abejaruco que migra como el sapo que se entierra. Son sólo
estrategias diferentes. Eso sí, el sapo que se entierra es más dependiente de
las alteraciones de su hábitat que el abejaruco. Tal vez la diferencia radique en la capacidad
de respuesta o recuperación ante las perturbaciones La maquia de lentiscos que
no puede volar se quema en un incendio pero recupera el porte perdido años
después. Digamos que todo va más lento en el mundo de los sésiles. Es como si la
vida tuviera dos velocidades.
Volviendo
al inicio, para cerrar el círculo, si eres sésil tienes menos capacidad de
escapar a la perturbación, pero un gran aguante para resistirla o recuperarte
de ella. La grulla migra porque no puede enterrarse en el suelo o hibernar.
Como ya discutí hace años en estas páginas, no es que la grulla migre sólo porque tiene
alas. Los anfibios (seres sin capacidad de vuelo) aparecieron mucho antes que
los reptiles con plumas que ahora llamamos
aves y aún siguen aquí. A fin de cuentas ¡sólo por necesidad se sale corriendo!
Agradecimientos
Pedro
Galán comentó un borrador de este artículo.