En
esta penúltima entrega del Detective Ecológico quiero analizar el caso de las
malas prácticas en conservación. Repasaré críticamente algunas cosas que se
hacen y que creo que no se deberían hacer y también al contrario, visitaremos
algunas medidas que no se hacen y sin embargo se deberían hacer, para conseguir
una conservación más eficaz y eficiente de poblaciones y especies.
Descastes
y descartes
Aunque se ha demostrado
por activa y por pasiva que el control masivo de gaviotas (matando adultos o
eliminando puestas y pollos) (1) no funciona a largo plazo para reducir la tasa
de crecimiento de las poblaciones, aún es un método que se practica en nuestro
país. Recientemente en Ibiza para más señas. La experiencia acumulada prueba
que las poblaciones de gaviotas patiamarillas disminuyen en cuanto no tienen
acceso a sus fuentes más habituales de alimento: basura o/y descartes de la
pesca de arrastre (2). Empecinarse en regular las poblaciones de gaviotas
matándolas en masa a tiros o envenenándolas no tiene pues justificación
científica y sólo puede entenderse como una vía rápida de aplacar quejas
sociales, aunque generando otras nuevas. Las gaviotas cuentan con mecanismos
demográficos de amortiguación de ese impacto. Pueden dirigirse a otras colonias
ante la amenaza (trasladando el problema simplemente) o pueden comenzar a criar
a una edad más temprana de lo habitual o poner puestas más grandes al verse
reducidas las presiones demográficas. El caso es que o estamos matando gaviotas
sin freno año tras año o sólo ponemos un parche temporal al problema, pues la
situación de partida no tardará en volver. Por otro lado la dinámica
poblacional a largo plazo de las especies a las que se pretende defender de la
competición/depredación de esta gaviota generalista suele ser más dependiente
de otros procesos (como el avance de la sucesión ecológica, cambios en el uso
del hábitat o en la disponibilidad de alimento) que de la propia gaviota.
Por otro lado, defender
la bondad de los descartes para el bien de las aves marinas es otra manera de
errar pues se pretende mantener una mala explotación de los recursos pesqueros
porque las aves marinas comen lo que se desperdicia. Esto equivale a decir que
hay que conservar los vertederos de residuos sólidos al aire libre porque las
cigüeñas se han acostumbrado a usarlos. Las gaviotas en primer lugar no
“dependen” de los descartes ni de la basura. Ese no es el verbo más adecuado.
Los usan si están disponibles (empleando la principal ley que rige el cosmos:
la del mínimo esfuerzo) pero depender significa no poder vivir sin ellos. Las
pardelas baleares tampoco dependen de los descartes. Simplemente los usan en
gran medida si están disponibles. En concreto extraen de ellos el 41% de sus
requerimientos energéticos que sepamos (3) pero si no estuvieran se verían
forzadas a pescar más. La optimización de la pesca de arrastre repercutiría a
la larga en la recuperación de pesquerías dañadas o desaparecidas lo que a
medio y largo plazo se traduciría en mayor comida disponible para ser pescada
por pardelas y gaviotas. Eso sí, no se trata de que los descartes se escondan
debajo de la alfombra tras ser generados (en lugar de tirarse al mar) sino de
que no se generen, empleando las mejoras técnicas que sean necesarias. Seguir
pescando abusivamente y además no facilitar el acceso de las aves a los
descartes es simplemente un absurdo.
Especies
elegidas y especies olvidadas
Otro error habitual de
las políticas de conservación es adoptar especies favoritas a las que se
dedican todos los esfuerzos, olvidándose del porvenir de muchas otras. Un caso curioso
es el de las marsopas (Phocoena phocoena)
extintas en el Mediterráneo. El mundo dedica mucha atención (y con razón) a
hablar de la amenazadísima vaquita marina (Phocoena
sinus), pero pocos se acuerdan por desgracia de que nuestras “vaquitas”
desaparecieron hace tiempo del Mediterráneo, quitando de esporádicas
observaciones y algunos varamientos. En el Atlántico ibérico sobrevive una
pequeña población cifrada en unos 300 individuos, sobre todo entre las Rías
Baixas gallegas y Portugal, aunque también está presente en las Rías Altas. En
Galicia se las conoce como toniñas o toliñas, que querría decir algo así como
“locuelas”, al menos en el segundo caso. Un ejemplo más. ¿Quién habla de
recuperar en Iberia al misterioso torillo andaluz (Turnix sylvaticus) por ejemplo? Puede que ambas especies (torillos
y marsopas) estén condenadas al olvido por mor de no ser grandes y atractivas,
al contrario que los rorcuales o las avutardas.
Especies
innobles
Por el contrario de otras
especies sí nos acordamos pero para considerarlas especies de segunda, malas,
plaga, pestes o similar, cuyo mejor destino es la extirpación. Estos odios
suelen ir dirigidos hacia las especies que realizan invasiones (no por sus
características propias sino por las propiedades de los ambientes y comunidades
que permiten esa invasión) (4) ya sean éstas nativas o no nativas. Un ejemplo
de especie nativa que invade es la gaviota patiamarilla (como hemos dicho
facilitada por la actividad humana que la subsidia con comida suplementaria) o
el jabalí (facilitado por el abandono del mundo rural y la consecuente
expansión de los bosques). Un ejemplo de especie alóctona que invade es la
cabra doméstica asilvestrada de la que se han llegado a decir cosas, en esta
misma revista, como que son peores que el asfalto. Las cabras pueden causar
daños muy aparentes sobre la vegetación pero que sepamos no provoca
extinciones, como sí son atribuibles al asfalto o al hormigón que puede acabar
con el banco de semillas de especies de distribución localizada, como ocurrió
por ejemplo con varias especies de saladillas endémicas del género Limonium en el antiguo Prat de Magaluf
en Mallorca. Además las plantas tienen defensas frente a la herbivoría, ya sean
químicas o físicas, controladas por complejos mecanismos genéticos y
epigenéticos, que garantizan su persistencia en el tiempo. Especialmente si se
trata de una isla donde ha habido herbivoría por parte de mamíferos durante la
friolera de 5 millones de años. Tal cual se encuentra el campo desde el
abandono del rural si no existieran las cabras habría que inventarlas (o
sustituir su papel) para restarle biomasa al monte y evitar con ello la pérdida
de especies amantes de los espacios abiertos y reducir el alto riesgo de
incendios de gran extensión. Bien empleadas las cabras pueden ser una
herramienta muy valiosa de manejo conservacionista y tratar de gestionarlas con
la meta de erradicarlas es no sólo poco realista sino que representa la pérdida
de un posible aliado. Conste que no hablo aquí del caso de los pequeños islotes,
más vulnerables, por cuestión de superficie y aislamiento, a cualquier impacto.
En general, no hay especies buenas ni malas. Son nuestras actividades las que
generan las condiciones adecuadas para que nos puedan resultar más o menos
problemáticas, bajo determinadas circunstancias. Lo más práctico suele ser
cambiar esas circunstancias, aunque sea más costoso o requiera coordinar a
distintos departamentos de una misma administración o a varias administraciones
públicas. El resultado será duradero.
Si hay un animal
innoble ese es la rata. En gran medida el rechazo que le procesamos viene de su
asociación con su papel histórico como portadoras de los vectores de la peste
negra. Pero ¿y si no fuera así? Algunos estudios sugieren que las pulgas de las
ratas no tuvieron nada que ver con la expansión de la pandemia de peste
bubónica, sino que los culpables fueron los propios parásitos humanos, entonces
tan comunes dadas las malas condiciones de higiene. Otros estudios sugieren que
los reservorios eran las bonitas marmotas y los hermosos gerbos y no las feas
ratas (5). Acierten o no estos estudios el caso es que nos hacen dudar de uno
de los dogmas más asentados en nuestra cultura en cuanto a nuestra relación con
el reino animal. Lo que pretendo evocar en la imaginación del lector es que
conviene dudarlo todo y alejarse de las posturas de total seguridad a la hora
de intervenir. Diría que por regla general vale más maña que fuerza y que es
conveniente tener estudios piloto a pequeña escala para valorar lo adecuado de
trabajar a escalas mayores. Es decir, proceder con cuidado y siempre con el
miedo a equivocarnos (a obtener resultados imprevistos o indeseables) por
delante (1). Ego scio me nihil scire. Casi olvidaba decir que lo que sí es siempre
una buena idea, puestos finalmente a intervenir a gran escala, es tener bien
documentada la situación de partida antes de hacer nada, de modo que después se
pueda evaluar debidamente la efectividad de las actuaciones que se lleven a
cabo. Así que la mejor manera de cambiar las cosas es empezar levantando cuidadosa
acta de lo que hay ahora.
Referencias
(1) Martínez-Abraín y
colaboradores. 2004. Unforeseen effects of
ecosystem restoration on yellow-legged gulls in a small western Mediterranean
island. Environmental Conservation 31: 219-224.
(2) Steigerwald,
E.C. y colaboradores. 2015. Effects of decreased anthropogenic food
availability on an opportunistic gull: evidence for a size-mediated response in
breeding females. Ibis 157: 439-448.
(3) Arcos,
J.M. y Oro, D. 2002. Significance of fisheries discards for a threatened
Mediterranean seabird, the Balearic shearwater Puffinus mauretanicus. Marine Ecology Progress Series 239: 209-220.
(4) Martínez-Abraín,
A.
2017. ¿De profesión invasora? Quercus 375: 6-7.
(5) Schmid, B. y colaboradores. 2015. Climate-driven introduction of the Black Death and
successive plague reintroductions into Europe. Proceedings of the National
Academy of Sciences 112: 3020-3025.
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