Tomo al azar el cuaderno de Quercus número 290 de abril de 2010. Con tan sólo una lectura en diagonal saltan a la vista algunos patrones emergentes en materia de conservación de la biodiversidad, de entre el conjunto de contribuciones individuales e independientes de la revista.
En la página 4 Jesús Duarte denuncia el atropello de varias nutrias en un tramo negro de poco más de 1000m de longitud de una ronda periurbana que da acceso a urbanizaciones y campos de golf en un municipio malagueño. Un ejemplo desgraciadamente claro de nuestro actual modo de afectar a la fauna de manera indirecta a través de nuestras infraestructuras, ahora que la persecución directa de las nutrias es historia. Además no deja de sorprenderme que las nutrias en cuestión empleen las lagunas artificiales de los campos de golf locales para capturar carpas y anfibios a placer. Desde luego que la fauna que ha llegado hasta nuestros días es el producto de un proceso de selección de las conductas más flexibles. Las nutrias, esos mustélidos que asociamos mentalmente a tramos de ríos prístinos, cargados de truchas autóctonas y madrillas, resulta que son capaces de sobrevivir visitando piscifactorías y lagunas de campos de golf. Por eso tenemos nutrias todavía y además en expansión. Plasticidad es la palabra clave.
En la misma página se denuncia la muerte de milanos reales por choque contra aerogeneradores en Navarra. De nuevo nuestras estructuras e infraestructuras más modernas haciendo de depredadores de largas garras. Sin embargo, la columna editorial de la página vecina nos recuerda que aún sigue habiendo una peligrosa modalidad de persecución activa de la fauna vertebrada ibérica: el veneno. Una práctica impropia de nuestros tiempos cuya erradicación debe figurar entre lo más alto de nuestras prioridades de conservación. La noticia de la página 58, de Carlos Cano, sobre el envenenamiento masivo y sistemático de rapaces carroñeras en una finca extremeña nos lo recuerda patentemente.
En la página 12 se destaca el estudio de Frederic Bartomeus y colaboradores, publicado en la revista Current Biology, del que se hizo eco la revista Science, según el cual las pardelas baleares siguen, entre semana, a los barcos de pesca para alimentarse de los peces descartados, mientras que los fines de semana, cuando cesa la actividad pesquera, se dedican a capturar presas por sus propios medios. Esta noticia es curiosa en varios aspectos. Primero es una muestra más de la flexibilidad en la conducta de la fauna que ha llegado hasta nuestros días, incluso en el medio marino. Pero además resulta curioso que los medios de comunicación se hayan hecho eco de este hallazgo de manera generalizada a estas alturas. Por ejemplo, con gaviotas y con garcillas bueyeras (véase artículo de J.M. Igual en el cuaderno de Quercus de enero de 1995) esta asociación con los calendarios humanos es un hecho demostrado desde hace varias décadas y sin embargo ha recibido poca atención por parte de los medios de divulgación. ¿Por qué ahora sí? Bueno, quizás porque en este caso afecta a una especie globalmente amenazada o porque el trabajo, de gran calidad, fue publicado en una revista considerada de alto impacto en el ámbito científico. La nota de Science además incide en un aspecto que ni el propio artículo original comenta, a saber, que las pardelas se han aficionado a la “comida rápida” durante los días laborales, acudiendo al “restaurante” los fines de semana. Una metáfora aceptable pero que centra la atención del lector en un aspecto distinto del que los autores destacan en la fuente original. En fin, el camino del éxito es impredecible.
En la página 13 una noticia denuncia la captura accidental de tortugas bobas en el Mediterráneo, un problema que afecta a más de 20.000 ejemplares al año. Además nos recuerda que según las investigaciones de varias instituciones malagueñas la mayor parte de las capturas se produce de día, a más de 35 millas de la costa y en verano por lo que bastaría con limitar la actividad del palangre en esas condiciones para evitar la captura de los reptiles marinos. Esta noticia, no sólo hace hincapié en un serio problema de afección indirecta a la fauna sino que acierta en el blanco de la gestión. En numerosas ocasiones solucionar un problema no consiste en prohibir o erradicar su causa, sino simplemente en ordenarla. No todos los palangreros son potencialmente peligrosos para las tortugas, como no todas las gaviotas patiamarillas de una colonia son comedoras de paiños (sino unas pocas especialistas), ni todas las turbinas de un parque eólico son igualmente mortíferas para las aves. Identificar las condiciones de peligrosidad, mediante una aproximación rigurosa, es la manera correcta y equilibrada de proceder.
En la página 23 Isabel Afán y colaboradores nos comunican que las gaviotas de Audouin han colonizado los islotes españoles de la costa marroquí de Alhucemas. Curiosamente esta colonización fue fruto del cierre del acceso a los islotes desde el conflicto del islote Perejil. Otra confirmación: la mejor gestión conservacionista de las especies pasa por la gestión del espacio. La protección de la Punta de la Banya en el Delta del Ebro es un ejemplo paradigmático en este sentido y habla por si sólo. Por desgracia la normativa vigente prima la conservación de los espacios sólo cuando ya de entrada reúnen una serie de especies de interés para la conservación. Esto resulta tan absurdo como que para tener un permiso de residente un inmigrante necesite primero un contrato laboral y que para obtener dicho contrato se le requiera previamente la residencia. Los parches vacíos, especialmente en poblaciones estructuradas en el espacio, son muchas veces tan buenos o mejores como los que hoy vemos ocupados. Incorporar plenamente este principio a nuestro quehacer conservacionista sería un gran paso adelante.
Del artículo de Javier Luzardo y colaboradores, en las páginas 29 a 35, explicando que la musaraña de Osorio de Gran Canaria ha pasado de ser considerada un endemismo a tenerse por especie translocada por el hombre me llama la atención la relación de las musarañas con las islas. En Mallorca, por ejemplo, antes de la llegada del hombre, como nos cuenta el equipo de Josep Antoni Alcocer, sólo existían unos pocos mamíferos que habían atinado con el blanco del archipiélago y habían logrado persistir en el tiempo: un bóvido con aspecto de cabra, un lirón algo agigantado y una musaraña. Musarañas y lirones parecen ser mamíferos especialmente proclives a persistir a largo plazo en islas. Seguramente ello se deba al pequeño tamaño corporal de ambos grupos, que les permite sobrevivir con poco, y también a los hábitos hibernantes de los lirones, que los retiran de las necesidades mundanas hasta durante medio año. No en vano los grandes mamíferos, como elefantes o hipopótamos, que en el pasado colonizaron islas disminuyeron su talla, haciéndose versiones enanas de sus antepasados. Las musarañas, aunque voraces, ya son enanas de partida y ese puede ser uno de los rasgos que les confieran ventaja como colonizador de medios pobres en recursos.
La noticia de la página 42, relatando la cría de abubillas en el interior de un bidón de plástico en Gran Canaria, no deja de ser otro bonito ejemplo de flexibilidad de conducta. Los animales silvestres se empeñan una y otra vez en romper nuestras preconcepciones sobre lo que es o no natural o normal para una especie. Esa noticia entronca con otras varias aparecidas en cuadernos recientes de Quercus sobre la cría de pitos verdes en los sitios más insospechados. Puede que para una abubilla sea óptimo criar en el interior de un tronco de algarrobo o de encina, pero subóptimamente lo puede hacer en muchos otros lugares, hasta en el desangelado interior de un bidón de plástico que ha podido contener cualquier sustancia poco amigable con la naturaleza.
En la página 64 WWF España nos ofrece una penosa pieza más para la confirmación del patrón emergente de los daños colaterales del desarrollo de nuestras infraestructuras sobre la fauna. Nada menos que 24 linces atropellados en una sóla década en las carreteras del entorno de Doñana. ¿Una sociedad capaz de las proezas tecnológicas más sorprendentes es sin embargo incapaz de encontrar una solución efectiva para evitar el atropello continuado del felino más amenazado del planeta? Sin solucionar este aspecto parece lógico pensar que de poco servirá criar linces en cautividad, teniendo en cuenta la creciente fragmentación de nuestro territorio por la red de carreteras.
Finalmente, y volviendo a la enorme importancia de la conservación del espacio para la conservación de las especies, es muy de lamentar que no sólo fragmentemos el territorio sino que no haya tocado fondo aún el modelo trasnochado de destrucción de habitats escasos, ejemplificado en este caso por el proyecto de campo de golf para el área de Son Bosc en Mallorca (ver página 60) y por el visto bueno para la urbanización de una relicta cala en la hermosa costa cartagenera (ver página 70). Nuestra tolerancia con este tipo de desmanes debería ser cero, a estas alturas del juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario