miércoles, 28 de marzo de 2012

Islas dentro de islas

Hoy, mientras paseaba por uno de los muchos picos con más de 1.000 metros de la Sierra Tramuntana de Mallorca pensaba que si observamos desde un satélite el mediterráneo occidental, la isla “maior” de las Baleares aparece como una sóla isla pero, si hacemos un zoom y nos aproximamos más a la mayor de las Gimnesias (nombre que recibe el conjunto geológico de Mallorca, Menorca y el subarchipiélago de Cabrera), podremos intuir que Mallorca es más bien la unión de dos islas en una (la sierra de Tramuntana y las sierras de Llevant). Algo similar ocurre con Formentera que es en realidad la unión de dos antiguos islotes: la Mola y el Cap de Barbaria, por medio de materiales geológicos más modernos. O con la isla de Tenerife por ejemplo, originariamente compuesta por los islotes de Anaga, Teno y Roque del Conde (de unos 6 a 11 millones de años de antigüedad), unidos por más recientes erupciones (de aproximadamente hace 2 millones de años). La sierra de Tramuntana y las sierras de Llevant fueron durante largo tiempo, a lo largo del Cenozoico, dos islas que emergían dejando encerradas a sus pies unas someras cubetas tropicales ricas en corales en las que campaban a sus anchas unos mamíferos sirénidos semejantes a los actuales manatíes y dugongos. Pero si avanzamos un poco más aún con el zoom descubriremos que estas dos islas montañosas están compuestas a su vez por varias islas menores. Estas islas adicionales están constituidas por los picos de mayor altura, los cuales sabemos, desde que Robert McArthur y Edward O. Wilson formularan su teoría de la biogeografía de islas allá por 1967 (1; 2), que actúan en la práctica como islas biogeográficas, desde el punto de vista de las causas de su diversidad, conjugando las tasas a las que suceden los procesos de colonización y extinción de las especies. Así pues en el fondo, ante la apariencia externa de una sóla isla, tenemos en realidad un sistema triple encajado de islas dentro de islas.

El Puig Major, con sus 1.445m de altura, es una isla biogeográfica dentro de la isla de Mallorca

Una especie de juego de muñecas matrioskas que seguramente podríamos seguir extendiendo si por ejemplo pintáramos la distribución de los endemismos vegetales en los picos de las montañas. Un sistema complejo de organización geomorfológica que explica los patrones biogeográficos tan restringidos de distribución de la flora endémica. Por ejemplo, si bien algunos endemismos baleáricos, como Hypericum balearicum (la “estepa joana”) o Crocus cambessedesii (“safrà bord”), se reparten extensamente por la Tramuntana, las sierras de Levante e incluso están presentes en Menorca y hasta en Ibiza, otros, como Ligusticum huteri, Euphorbia fontqueriana  o Agrostis barceloi (sin nombres comunes), entre otros muchos, han sido detectados tan sólo en unas pocas localidades de la sierra mallorquina. Sería digno de estudio el averiguar a qué se debe que algunos endemismos estén tan localizados geográficamente mientras otros son más eclécticos. ¿Es una limitación filogenética? ¿Se debe al tipo de dispersión o de polinización? ¿Es debido a las preferencias de tipo de suelo? ¿Es la distribución actual en realidad un artefacto por desaparición de otras localidades históricas? O, por contra, ¿es reciente la presencia de especies restringidas en localidades de gran altura debido al calentamiento global?

Estepa joana (Hypericum balearicum), un endemismo balear de amplia distribución. Autora: Beatriz Vigalondo

Ligusticum huteri, endemismo mallorquín de muy restringida distribución. Autor: Llorenç Saez

El caso es que esta reflexión espacial nos lleva a pensar en lo localizado de la distribución de buena parte de los endemismos. Las islas oceánicas, los picos de montaña, los humedales o las cuevas (otros tipos de islas a fin de cuentas) son puntos calientes de concentración de endemismos, es decir, de formas vivas (o, más elegantemente, de soluciones evolutivas como diría Carlos Herrera) exclusivas de una región, que no existen en ningún otro lugar del planeta.  A menudo los “puntos calientes” para los endemismos no coinciden con los puntos calientes de diversidad. Las islas típicamente son espacios relativamente pequeños y por ello albergan pocas especies pero, por el contrario, cuentan con un elevado porcentaje de especies propias, que han evolucionado en aislamiento de las formas continentales de las que proceden. La conservación de los puntos calientes para los endemismos debe ser una prioridad conservacionista máxima ya que el objetivo de la conservación de la biodiversidad regional pasa por la preservación de los enclaves ricos en endemismos, que representan un recambio en la composición de especies. Es decir, no tiene la misma diversidad una región que en conjunto albergase 100 especies (diversidad gamma o regional) pero en la que cada uno de las hábitats que consideremos tenga las mismas 100 especies que otra en la que en conjunto haya también 100 especies pero con la particularidad de que cada uno de sus hábitats tenga menos de 100 especies pero albergue alguna especie distinta a la de las cuadrículas vecinas. La primera región es mucho más homogénea que la segunda o, más estrictamente hablando, para una misma diversidad regional, la diversidad beta es mayor en el segundo caso. Una mayor diversidad beta indica mayor heterogeneidad espacial, lo que hace de cada pieza del puzzle un parte única e imprescindible para el conjunto del puzzle.
Si recordamos que éste es un planeta de insectos, ya que cerca de la mitad del millón setecientas cincuenta mil especies de seres vivos (plantas incluidas) descritos hasta la fecha son insectos, todo apunta a que la conservación de la diversidad biológica es sobre todo un asunto de conservación de insectos y, en gran medida, de conservación de insectos endémicos. A modo de muestra un botón: de las casi 550 formas endémicas de fauna de las Baleares, a nivel de especie o subespecie, la mitad son insectos endémicos (3) y de las ca. 6.500 especies de invertebrados de Canarias la mitad son endémicas, la mayor parte insectos. Las selvas lluviosas tropicales son las que albergan la mayor diversidad de insectos y esto es en gran medida porque los árboles que las componen actúan como islas dentro de un mar de árboles. Muchos insectos sólo viven sobre una determinada especie de árbol o planta nutricia y muchas especies de árboles tropicales cuentan con una abundancia muy baja y una distribución muy amplia, lo que da lugar a densidades muy bajas que hacen de cada árbol una auténtica isla rodeada de terreno verde inhóspito para sus huéspedes invertebrados. Esto hace que sea casi imposible saber cuántas especies de insectos hay en el mundo (o lo que es casi lo mismo, saber cuántas especies animales hay sobre el planeta) o estimar a qué velocidad los estamos perdiendo con la destrucción de los bosques tropicales. Todo lo que podemos decir es que ese bioma es el que está experimentando un mayor grado de destrucción a resultas de la actividad humana y que esos “archipiélagos” forestales, concentran – a modo de archivo .rar de compresión- la historia antigua del planeta. Durante el Eoceno, la segunda época del Cenozoico, cuyos límites se establecen entre hace 55 millones de años y hace 33 millones de años, los bosques tropicales ocuparon el planeta hasta la latitud de 45º norte y sur y los bosques templados llegaban hasta los mismos polos.  Durante esa época de unos 20 millones de años de duración hubo, por ejemplo,  una enorme diversificación de las aves y de las hormigas. Lo que se conserva de aquel esplendoroso pasado tropical del planeta (en el que las palmeras poblaban Alaska y Groenlandia debido a un calentamiento global provocado probablemente por la emisión masiva de gas metano liberado de los sedimentos marinos) está reducido hoy en día a una estrecha franja en torno al ecuador, entre las latitudes 23º norte y sur, debido al progresivo deterioro del clima planetario que comenzó con la formación de la corriente circumpolar antártica, al separarse Australia de la Antártida a mediados del Eoceno y continuó en el Plioceno y las glaciaciones pleistocenas en el hemisferio norte.
En definitiva, la conservación de la diversidad planetaria pasa en gran medida por la conservación de la insularidad, porque en las islas, ya sean éstas marinas, cuevas, picos o árboles aislados en un mar de árboles, la vida se muestra con especial originalidad.   
Referencias
(1) McArthur, R. y Wilson, E.O. 1967. The theory of island biogeography. Princeton University Press, Princeton.
(2) Losos, J.B. y Ricklefs, R.E. 2010. The theory of island biogeography revisited. Princeton University Press.
 (3) Pons, G.X. y Palmer, M. 1996. Fauna endèmica de les illes Balears. Institut d’Estudis Baleàrics, Conselleria de Obres Públiques, Ordenació del Territori i Medi Ambient y Societat d’Historia Natural de les Balears. Palma de Mallorca.
Agradecimientos:
A Damiá Jaume por hacerme ver que las estimas actuales del posible número de especies que alberga el planeta tienen tanta incertidumbre que son realmente inservibles. A Llorenç Saez y Anna Traveset por revisar y mejorar borradores del texto.

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