Por alguna razón, que intuyo está relacionada en parte con una estructura dicotómica del funcionamiento de nuestro cerebro, y en parte con mitos que vienen de antiguo como el de la Arcadia o el del buen salvaje, los conservacionistas solemos posicionarnos de entrada en contra de cualquier proyecto que tenga asociada una perturbación del medio natural, en lugar de matizar nuestra respuesta. Pero, la perturbación ha existido siempre en la naturaleza y muchas veces no dejarla fluir es hacerle un flaco favor a animales y plantas.
Perturbaciones naturales y artificiales
Dice la teoría ecológica que las perturbaciones intermedias son positivas para el fomento de la diversidad (1, 2). Ni la constancia absoluta ni las perturbaciones exageradas tendrían este efecto benefactor. A menudo me acuerdo de esta máxima ecológica cuando buceando en el mar golpeo sin querer con las aletas un césped de algas y acuden raudos y veloces doncellas y serranos a curiosear entre el revuelo armado involuntariamente. A río revuelto…ganancia de pescadores dice el refrán. Un efecto similar lo producen los temporales marinos cuando azotan la costa y desprenden erizos de mar de su seguro amarre a las rocas y quedan así a merced de peces y crustáceos que acuden a darse un festín que, de otro modo, sería impensable. Análogamente, en tierra firme, un olmo viejo “hendido por el rayo y en su mitad podrido”, como diría Machado, queda a disposición de hongos y otros descomponedores más o menos microscópicos que tienen tanto derecho a aprovecharse de los azúcares complejos del olmo como el mirlo que nidificó entre sus ramas a usarlo de cobijo para la reproducción. Son infinitos los ejemplos que podríamos ir desgranando entre todos. Una gran roca que se desprende de un cortado y acaba matando a un grupo de ungulados genera recursos para los carroñeros. Un grupo zoológico éste al que debemos especial respeto si no olvidamos que gran parte de la historia de nuestra especie, en sus albores, estuvo basada en el mismísimo carroñeo de los restos dejados por enormes depredadores como hienas o dientes de sable, el cual fue determinante para que se disparara la evolución de nuestro gran cerebro. Un incendio en un pastizal de herbáceas no sólo favorece a las especies vegetales pirofíticas sino que atrae a depredadores de insectos que quedan a merced de garras y dientes al tratar de huir de la hecatombe local. Esto recuerdo haberlo vivido en multitud de ocasiones en los campos de arroz de la Albufera de Valencia, cuando en otoño se quema el rastrojo y garzas y rapaces diversas vigilan el avance del frente del fuego para ponerse las botas con todo bicho viviente que intenta escapar. De perturbaciones viven también a temporadas las gaviotas que acuden a esos mismos arrozales a comer invertebrados que quedan al descubierto cuando se “fangean” los arrozales con esos tractores tan especiales de ruedas gigantescas. Una inundación por lluvias torrenciales puede resultar dañina para algunas especies de plantas y animales de lugares secos pero también representa un aporte extraordinario de ricos sedimentos que a larga acabaran favoreciendo a otras especies de hábitos más nitrófilos. En fin, nunca llueve a gusto de todos y creo que nadie duda a estas alturas de que la única regla en la naturaleza es el cambio, como ya hemos comentado en otras ocasiones (3). Pero, ¿qué pasa cuando las perturbaciones son de origen humano, cuando no es el rayo, ni la lluvia, ni el temporal quienes están detrás de la ruptura de la estaticidad, de la estabilidad, del equilibrio dinámico, sino la mano humana?
Hace ya muchos años aprendí, para mi sorpresa, y no con cierto disgusto, que en una zona de playa valenciana que había sido hoyada por las huellas de un irrespetuoso vehículo todoterreno, los charrancitos y chorlitejos patinegros de la zona habían preferido instalarse para criar en las propias rodadas dejadas por el vehículo que en los ambientes dunares naturales de los alrededores. Aquellas depresiones dejadas en la arena constituían un refugio perfecto para estas avecillas de medios cambiantes, probablemente porque quedaban protegidas de los vientos cargados de arena que azotaban la zona de tanto en tanto. ¡Ni el mejor gestor de fauna silvestre del mundo, interesado en favorecer a estas especies, hubiera pensado en una solución semejante ni contando con cien años para tomar la decisión! Creo que esa fue la primera vez que mi idealizada visión de lo natural sufrió un varapalo. ¡Los charrancitos no podían preferir las rodadas de un coche a un hueco natural en las dunas! Seguro que me entendéis.
Buitres y aerogeneradores
Mucho más recientemente ha habido otras ocasiones que me han sorprendido en igual dirección. Por ejemplo, desde hace unos años estudiamos los efectos de la instalación de parques eólicos sobre las aves planeadoras del norte de la provincia de Castellón. La coincidencia de la instalación de dichas plantas aerogeneradores con la escasez de comida derivada de la crisis veterinaria de las “vacas locas”, llevó a los buitres leonados de la zona a buscar comida en un vertedero de residuos sólidos a cielo descubierto. Una conducta bastante poco común entre los buitres, al menos en nuestras latitudes. El caso es que la presencia de turbinas eólicas en la ruta aérea de entrada al vertedero provocó, a mediados de la década del 2000, una mortandad de varios centenares de estas aves. La población, que se encontraba en pleno crecimiento o más concretamente en plena recuperación desde casi la extinción local décadas atrás, sufrió un decrecimiento del 24%, debido a una reducción de la productividad del 35% y del 30% en la probabilidad anual de supervivencia (4). Esto fue un hecho claramente negativo, que acabó solucionándose mediante la intervención humana (paralización de las turbinas más problemáticas, clausura temporal del vertedero, instalación de comederos de buitres lejos de los parques eólicos tras levantarse la prohibición de los muladares originada por la crisis de las vacas locas) y por causas espontáneas (inmigración de colonias cercanas y regreso a la reproducción de parejas que la habían interrumpido durante la crisis). Pero lo más curioso del asunto es que el hachazo depredador ejercido por las garras y dientes de la granja eólica (en forma de aspas) aparentemente tuvo como consecuencia inesperada la dispersión de buitres hacia el sur de la provincia, llevando a la instalación de nuevas buitreras en zonas hasta entonces no colonizadas por la especie. La dispersión de las colonias por el territorio tendrá a medio plazo beneficios para la recuperación de la especie, al evitarse los problemas negativos asociados a las altas densidades. De hecho la zona sur es la que crece ahora a mayor ritmo y la dispersión ha tenido como consecuencia un aumento del número global de parejas en la provincia.
Aguiluchos cenizos y aeropuertos
Podría pensarse que el caso anterior es un caso aislado, una casualidad, una golondrina que no hace primavera. Pero no. Sin ir más lejos, en la misma provincia geográfica encontramos un caso bastante parecido que involucra a otra rapaz. El aguilucho cenizo tenía en el año 1991, hace ahora 20 años, un pequeño núcleo incipiente en el interior de Castellón. La población fue creciendo y expandiéndose progresivamente hasta que en los años 2005-2006 la construcción del aeropuerto de Castellón incidió directamente sobre el corazón de la pequeña población en crecimiento, como un mazazo ejecutado directamente sobre un hormiguero, destruyendo buena parte del hábitat de reproducción. Lejos de acabar con los aguiluchos, la perturbación provocó, como en el caso de los buitres, una enorme expansión del área de distribución de los aguiluchos que ha tenido como consecuencia el incremento continuado de la población desde una veintena de parejas en 1991 a las más de 150 en 2011, pasando de 100 a más de 150 desde 2005 hasta ahora, y de extenderse su zona de nidificación a lo largo y ancho de unas 100.000 hectáreas de terreno a más de 200.000 has. ¡Ahí es nada! No creo que los lectores duden de que la obra del aeropuerto de Castellón fue altamente innecesaria e inadecuada, por no entrar en valoraciones políticas más agresivas, pero el caso es que desde la óptica del estudio de la naturaleza, podemos y debemos aprovechar el experimento que supuso para al menos aprender sobre el papel, negativo y positivo, que las perturbaciones antrópicas pueden tener sobre la fauna para que cuando nos enfrentemos a casos similares, más necesarios y libres de connotaciones de poca higiene política, sepamos qué recomendar y qué esperar. Podremos así al menos emitir un no con matizaciones o un sí informado y quizás predecir los resultados de una actuación con más fiabilidad. Veamos. El caso de los buitres y los aguiluchos sugiere que las perturbaciones no tienen efectos colaterales positivos para cualquier especie sino en particular para poblaciones de especies en expansión o recolonización, de carácter social, que disponen de abundante hábitat adecuado disponible y una alta movilidad y siempre y cuando se arbitren medidas de conservación para permitir y favorecer dicha expansión. Sin duda, la disponibilidad de habitat alternativo a donde dirigirse es un factor clave para que una perturbación no acabe teniendo efectos negativos. Los cenizos crían en medio de coscojares extensos que abundan por mor de los demasiado habituales incendios forestales y cortados para buitres no faltan en la montañosa provincia de Castellón. Además, es lógico que muchas especies estén pre-adaptadas para amortiguar las perturbaciones ya que la destrucción de hábitat por una pala excavadora es equivalente a la destrucción de hábitat por una catástrofe natural y la mortalidad es mortalidad, sea causada por una turbina o por los caninos de un diente de sable. Lo que marca las diferencias normalmente entre la actividad humana y la no-humana es la frecuencia de las perturbaciones. Por ejemplo un incendio puede tener ventajas en un área de vegetación pirofítica pero 5 incendios en dos años es simplemente una atrocidad.
Quiero acabar estas reflexiones provocadoras con un último ejemplo que me dejó boquiabierto recientemente, al leer un libro sobre conservación de la biodiversidad de las Baleares (5). Cuenta Mayol en su libro que una de las zonas en las que mejor se conservan los bosques de kelp baleáricos (poblaciones del alga marrón endémica Laminaria rodriguezii) son los alrededores del cable submarino de suministro de electricidad que discurre entre Mallorca y Menorca, por la sencilla razón de que la pesca de arrastre está prohibida en su entorno por razones de seguridad. ¡Vivir para ver! No creo que a nadie se le hubiese ocurrido que dicha perturbación sobre la población de Laminarias fuera a tener unos efectos tan positivos como construir un arrecife artificial. Al menos he de reconocer que a mi no se me hubiera ocurrido y a buen seguro hubiera tendido a ponerme de uñas de entrada al saber del proyecto. Todo es endemoniadamente complejo y retorcido y la lección a retener es que debemos aprender de las consecuencias de las perturbaciones para tomar mejores decisiones en el futuro. Decisiones que no siempre pasan por el no a rajatabla.
Agradecimientos:
A Juan Jiménez, de la Conselleria de Medi Ambient de la Generalitat Valenciana , de quien tantas cosas he aprendido, por su detallado seguimiento de las poblaciones de buitres y aguiluchos cenizos en la provincia de Castellón y de las consecuencias de las perturbaciones humanas sobre ellas.
(1) Connell, J.H. (1978). Diversity in tropical rain forests and coral reefs. Science 199: 1302-1310.
(2) Menges, E.S. (1990). Population viability analysis of an endangered plant. Conservation Biology 4: 52-62.
(3) Martínez_Abraín, A. (2012). La única regla es el cambio. Quercus (aceptado).
(4) Martínez-Abraín, A, Tavecchia, G., Regan, H.M., Jiménez, J., Surroca, M. y Oro, D. (2011). The effects of wind farms and food scarcity on a large scavenging bird species after the Bovine spongiform encephalopaty epidemic. Journal of Applied Ecology 49: 109-117.
(5) Mayol, J.(2008). Qué punyetes es aixó de la biodiversitat? Documenta Balear.
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